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Las Fuerzas Armadas tienen seis vertederos de explosivos en aguas españolas
Los diferentes Ejércitos y la Armada lanzaron miles de toneladas de munición caducada frente a las costas españolas hasta que la práctica se prohibió en 1995
Manuel Ansede // Durante décadas, las Fuerzas Armadas españolas lanzaron al mar toneladas y toneladas de explosivos caducados en seis vertederos submarinos en aguas españolas, según ha confirmado a Materia el gabinete del Almirante Jefe de Estado Mayor de la Armada, Jaime Muñoz-Delgado.
Los vertederos, denominados oficialmente “Zonas de lanzamiento de cargas de profundidad y vertedero de explosivos”, se utilizaron hasta el 1 de enero de 1995, cuando España empezó a cumplir el Convenio de Londres, un acuerdo internacional de 87 países para reducir la contaminación de los mares.
“La munición existente en esos puntos es munición convencional en general y no podemos dar información precisa acerca de la cantidad”, aseguran desde el gabinete del almirante general. Se trataría de miles de toneladas de obuses, minas, granadas y munición de armas ligeras, entre otros tipos de material de guerra, si se extrapola a partir de los vertidos conocidos en países vecinos. En 1994, por ejemplo, Portugal hundió un buque cargado con 2.000 toneladas de munición caducada a menos de 350 kilómetros de su costa.
Secretismo
Dos de los vertederos españoles reconocidos por las Fuerzas Armadas se encuentran en el Mediterráneo: el denominado M-134, un círculo de dos millas de radio a una distancia de cuatro millas de Cartagena, y el M-135, un rectángulo en las proximidades de las islas Columbretes, un pequeño archipiélago protegido a medio camino entre las costas de Castellón y las Baleares.
Los otros cuatro vertederos restantes están en el Atlántico abierto. Son el E-133, un área cuadrangular a siete millas de Cádiz; el E-132, a 30 millas de Cádiz; el F-130, a 21 millas de Ferrol; y el C-136, un círculo de tres millas de radio a 13,5 millas al este del faro de la Isleta, en Gran Canaria.
Pese a sus potenciales efectos sobre los ecosistemas, el Convenio sobre la protección del medio marino del Atlántico Nordeste, o Convenio OSPAR, desconoce qué hay en los dos vertederos españoles de explosivos en las aguas bajo su control (el F-130 frente a Ferrol y el E-132 frente a Cádiz). “Muchas de las municiones fueron arrojadas al mar después de la Segunda Guerra Mundial y los registros no se guardaron o fueron destruidos. En otros casos los registros que tenemos no son tan precisos. Así que desafortunadamente no puedo dar más datos sobre los puntos españoles”, admite el británico John Mouat, subsecretario del Convenio OSPAR. Para su organización, todo lo que se sabe sobre F-130 y E-132 son dos simples puntos en un mapa.
Plomo y nitroglicerina
El Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, dirigido por Miguel Arias Cañete, tampoco sabe qué hay en estos vertederos de munición españoles. “Se trata de vertidos históricos realizados mucho antes de que esta dirección general llevara la gestión del Convenio OSPAR en España (2004), por lo que carecemos de datos concretos de tales vertederos o incluso la fuente de información a OSPAR”, reconoce José Luis Buceta, de la Dirección General de Sostenibilidad de la Costa y del Mar del Ministerio.
Los obuses, minas y granadas, no obstante, pueden suponer un riesgo para la población si acaban siendo arrastrados por las olas hacia las playas. “Pero el mayor riesgo es para los pescadores y para los trabajadores de las operaciones de dragado, que habitualmente son los que encuentran las municiones”, explica Mouat. En 2005, tres pescadores holandeses murieron por la explosión de una bomba de la Segunda Guerra Mundial que se enganchó a sus redes a unos 100 kilómetros de la costa holandesa. Recientemente, el Convenio OSPAR ha pedido transparencia sobre la localización de los vertederos de explosivos, para evitar trágicos accidentes en la construcción de parques eólicos o al tender cables submarinos de telecomunicaciones, gasoductos u oleoductos.
Un manual de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) recuerda además que “muchos de los componentes utilizados en la producción de munición son nocivos para el medio ambiente”. El documento cita metales pesados (plomo, antimonio, zinc, cobre), materiales explosivos (trinitrotolueno, nitroglicerina, RDX) y compuestos químicos utilizados para la propulsión.
Marsopas muertas
Respecto a los vertederos en tierra firme, la OSCE alerta de que, debido a la filtración incontrolada al subsuelo de sustancias tóxicas procedentes de la munición caducada, “pueden llegar a contaminarse extensas regiones, incluido el suministro de agua potable de sus habitantes”. Sin embargo, el propio Convenio OSPAR subraya que, en el océano, “hay un riesgo de contaminación por metales pesados y arsénico en las inmediaciones de los vertederos, pero el riesgo para el medio ambiente en general es menor”.
Las explosiones también son una amenaza para la fauna marina, tanto por la liberación de contaminantes peligrosos como por el sonido. Estudios en manos de los miembros del Convenio hablan de marsopas muertas a cuatro kilómetros de una explosión e incluso de mamíferos marinos con daños permanentes en los oídos pese a encontrarse a 30 kilómetros de distancia.
La solución no es sencilla. Los técnicos del tratado internacional reconocen “serios riesgos” asociados a las operaciones de limpieza de vertidos de explosivos, tanto para el personal como para los ecosistemas, por la posible dispersión de sustancias peligrosas. “La práctica más común es dejar las municiones en el fondo marino y permitir que se desintegren de manera natural”, admiten los documentos oficiales de OSPAR. Es la misma política que la seguida con las 115.000 toneladas de basura nuclear lanzadas por ocho países europeos al Atlántico Nordeste, en ocasiones a apenas 200 kilómetros de las costas españolas: esperar a que el mar borre los excesos humanos.
[Artículo publicado originalmente en Materia]