La Uni en la Calle
Neoliberalismo y globalización: fabricando el Cuarto Mundo
El autor es Profesor Titular de Universidad en el Departamento de Cambio Social de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
¿Cómo explicar, sociológicamente, que hayamos llegado a dónde lo hemos hecho?
Por neoliberalismo entendemos una determinada manera de definir qué es la economía y cómo funciona, así como el papel que ha de cumplir el poder político en relación con dicho funcionamiento. Estamos hablando, por lo tanto,
de una ideología, esto es, de un conjunto sistemático de ideas coherentemente organizadas que pretende dar sentido al mundo. Fruto de esa ideología, se derivan una serie de medidas prácticas.
Para el liberalismo clásico, la economía se fundamenta en la libertad de mercado, un mercado de intercambio, de compra-venta, al que acceden sin trabas compradores y vendedores. Dicha concurrencia está motivada por un
interés egoísta, calculador, que trata de optimizar en el mercado sus recursos: todo el mundo busca obtener el máximo beneficio posible.
El liberalismo clásico entiende que el poder político no debe intervenir en cuestiones económicas: cualquier medida política que perturbe el funcionamiento autónomo del mercado hará que ese incremento del (desigualmente repartido) beneficio colectivo pueda no producirse.
Frente a este planteamiento, el neoliberalismo va a realizar algunas “operaciones de reajuste”. Como referencia,
Nacimiento de la biopolítica, de Foucault.
En primer lugar, el mercado ya no se entenderá como un mercado de intercambio, sino como uno de competencia. En un mercado de intercambio, quienes acuden a él lo hacen en condición de “iguales”: los precios determinan esa equitatividad de partida. En un mercado de competencia, el que más tiene de partida, más oportunidades tiene de beneficiarse: no todo el mundo dispone de los mismos recursos para competir. Es un mercado de empresarios.
Es necesario que el empresario esté dispuesto a actuar como tal, que no se quede en su casa y se guarde su dinero.
Lo que nos lleva a la segunda diferencia entre el liberalismo clásico y el neoliberalismo: ahora, el poder político, en lugar de inhibirse en cuestiones económicas, tiene que actuar, permanentemente, para garantizar esa “motivación” del empresario: hace falta convencer a la gente de que merece la pena participar en el asunto.
El neoliberalismo implica, como ideología, una empresarialización generalizada del tejido social. Su puesta en práctica se ha traducido en unas políticas económicas que han facilitado dicha empresarialización: parcialización y
temporalidad de los contratos de trabajo, pérdidas de garantías y de coberturas sociales para los/as trabajadores/as, facilitación de las condiciones de despido, laxitud fiscal con las empresas, permisividad legal con los/as empresarios/as, y etc. y etc. y etc.
Pero… ¿y qué es la globalización?
La globalización tiene una naturaleza estrictamente económica. Implica la capacidad de mover volúmenes enormes de capital en mercados financieros en los que ese dinero no acaba produciendo nada (bienes o servicios) que le resulte útil a la gente.
La crisis económica de los ‘70 fue el resultado del agotamiento del modelo puesto en marcha: la gran empresa de producción en serie “saturó” los mercados. Durante el proceso de auge, los empresarios (los “grandes”) habían
ganado mucho dinero y querían seguir ganando tanto dinero como hasta el momento.
En ese momento aparece, se crea, se “inventa”, una nueva modalidad económica jamás existente hasta la fecha: los “mercados secundarios”.
Una empresa (o un país) tiene determinada actividad económica. Para garantizar esa actividad, una empresa sale a bolsa (Sociedad Anónima). Un Estado también sale a bolsa (emite deuda). Los compradores de acciones y de deuda pública se “inventan” el juego de “a ver qué pasa” con esa oferta, ¿saldrá bien, saldrá mal? Si acierto, gano; si fallo, pierdo. Evidentemente, al apostador le interesa que su apuesta gane, y hará todo lo posible por que ello sea así.
Ya no importa la evolución “real” de la empresa ni tampoco la del Estado nación: acciones y deuda quedarán condicionadas a las apuestas de riesgo de los mercados secundarios; la evolución económica real, de empresas y
Estados, va a depender de la especulación financiera.
Esas operaciones se han sustraído a todo tipo de control, pues implican capitales sin nacionalidad. Esto ha producido un mundo en el que las desigualdades han alcanzado cotas insospechables y en el que la pobreza se ha extendido indefinidamente.
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