La Uni en la Calle

Los microorganismos: ¿héroes o villanos?

El autor es Licenciado en Biología por la UAM y Máster en Microbiología por la misma universidad

Microbios. Solo leer esta palabra provoca pánico. Pensamos en infecciones, enfermedades, epidemias… Infunde temor y hace estremecer. Sin embargo, ¿son los microorganismos únicamente perjudiciales? Si echamos un vistazo a su mundo con ayuda del microscopio del conocimiento seguro que matizaremos nuestra opinión.

En primer lugar, deberíamos interesarnos por su abundancia: ascienden a 10 elevado a 31 células. Aunque son los causantes de un gran número de patologías, su actividad también ha sido y es muy beneficiosa. Gran número de teorías afirman que toda vida que ha poblado o puebla actualmente nuestro planeta ha evolucionado a partir de seres microbianos. Y gracias a esta evolución, Antoine van Leeuwenhoek pudo descubrir los “animálculos” con ayuda del primer microscopio del que se tiene noticia. Gracias a él, hoy en día podemos observar los microorganismos con gran detalle, viendo su tamaño ampliado hasta 2 millones de veces. Pero el estudio de estos seres diminutos no se queda en las puertas del laboratorio. Estudios químicos y físicos nos dicen que gracias a microorganismos fotosintéticos y respiradores anaerobios disfrutamos del oxígeno de nuestra atmósfera. Estos excretaban (y excretan) el O2 de tal manera que fue posible su acumulación en la atmósfera hasta los niveles actuales. Este hecho permitió el desarrollo de metabolismos aerobios, como los de los seres superiores actuales. Además, podemos considerarlos nuestros abuelos: mediante “endosimbiosis” una o unas células procariotas se asociaron con una célula eucarionte arcaica para dar lugar a las células eucariotas actuales, como las de nuestros ojos, las de las hojas de un rosal o las del tentáculo de una medusa.

Además, los microorganismos nos enseñan, entre otras cosas, cómo establecerse en prácticamente todos los lugares. Gracias a sus especializaciones los podemos encontrar en ambientes acuáticos, marinos o continentales, formando el primer eslabón de las cadenas tróficas; en suelos de bosques “tapizando” los primeros centímetros bajo la superficie; encontramos sus esporas en el aire… y en lugares inhóspitos, donde es prácticamente imposible encontrar otra forma de vida diferente a la microbiana. Así, los tenemos en salinas o suelos de desiertos donde cualquier otro ser vivo se deshidrataría; en hielos o en aguas cubiertas de hielo (Lago Vostok, Antártida) o en surgencias termales a más de 70°C (Yellowstone, EEUU); en soluciones ácidas, de pH 1-2, (Río Tinto, Huelva); en zonas sin maneras aparentes de alimentación como son las rocas o en áreas sometidas a radiación 1500 veces superior a la que provocaría la muerte de un ser humano.

En su defensa, también hemos de aducir a las relaciones beneficiosas que el resto de los seres vivos tenemos con ellos, como son las simbiosis. De este modo crecen las legumbres (obteniendo el nitrógeno con el que forman sus proteínas gracias a un “trato” con bacterias), crecen los árboles que pueblan los bosques (asociándose con hongos de los suelos de los que hablábamos antes), hacen que no tengamos infecciones en la boca o tractos corporales, permiten que los peces abisales posean reclamos para la caza o para la reproducción (albergando bacterias luminiscentes en órganos especializados) o ayudan a la digestión de la celulosa que ingieren los rumiantes (con una flora microbiana en su aparato digestivo de un número mayor que el total de seres humanos).

Considerando, por último, el aprovechamiento directo que podemos hacer de ellos, ya sea mediante la fabricación de alimentos (queso, vino, cerveza, yogur), los antibióticos, la utilización en ingeniería genética (obtención de insulina u hormonas), depuración de aguas residuales y generación de biogás, descontaminaciones, biominería de metales y el futuro prometedor para la obtención de bioenergía, podemos concluir afirmando que la relación de los seres vivos, y en especial de los humanos, con los microorganismos, es como la letra de la copla: “Ni contigo ni sin ti/ tienen mis males remedio/ Contigo porque me matas/ y sin ti porque me muero”.

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Miguel Ángel Fernández-Martínez nació un buen día de hace algo más de 27 años en la ciudad madrileña de Coslada. Allí dio sus primeros pasos académicos hasta que con 18 años optó por estudiar Biología en la Universidad Autónoma de Madrid. 5 años después decidió que aquello le sabía a poco y empezó a buscar nuevos retos. El primero de ellos fue estudiar un Máster en Microbiología en la misma universidad y empezar su carrera como investigador predoctoral al amparo de una beca FPI, labor que sigue desarrollando actualmente en el Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC, y que ha dado frutos tales como publicaciones científicas o comunicaciones a congresos. Estad atentos, porque amenaza con publicar más cosas y asistir a todos los eventos en defensa de una Educación Pública de Calidad y Gratuita.

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