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Harold Pinter vuelve al Matadero de la mano de Josep María Pou y Lluís Homar
'Tierra de nadie' reivindica la necesidad de reflexionar sobre la función del lenguaje en la sociedad a partir del encuentro de dos antiguos amigos, ambos poetas. Uno ha conseguido tener éxito y el otro, finamente, fracasó.
MADRID// El dramaturgo, compositor, músico y director de escena Harold Pinter, fallecido en 2008, pidió que se leyera en su funeral un fragmento de la que él consideró su obra maestra: Tierra de nadie. Una obra marcada por la potente influencia que T.S. Eliot tuvo en su autor y que reivindica la necesidad de reflexionar sobre la función del lenguaje en la sociedad.
A pesar de haber sido galardonado con el premio Nobel de Literatura -en 2005-, el Shakespeare, el Donatello o el Pirandello, Pinter es un autor cuyas obras apenas se han representado en España. Un vacío cultural que, por segunda vez en dos años suple el Teatro Matadero de Madrid. En el año 2012 acogió El montaplatos, interpretado por Alberto San Juan y Willy Toledo. Y el 15 de enero estrena Tierra de nadie, que permanecerá en cartel hasta el 2 de febrero, y que cuenta, entre otros, con dos de los mejores actores del panorama español actual: Josep María Pou y Lluís Homar.
Describir cuál es la trama de esta obra no resulta fácil. Tal y como aseguró Pou durante la rueda de prensa ofrecida para presentarla, “es un texto que ofrece múltiples interpretaciones; cada espectador se construye su propia versión de la historia y lo mejor es que todas ellas son válidas”. El propio Homar reconoció que, en una primera lectura, no entendió “ni una palabra” de lo que quiso expresar el autor. “Ahora sí. Después de hablar con Albertí, que es un pozo de sabiduría, ahora ya la entiendo perfectamente”, bromeaba Homar.
Tierra de nadie trata sobre el encuentro de dos antiguos amigos, ambos poetas, ambos con una prometedora carrera por delante. A lo largo de su carrera, uno de ellos ha conseguido tener éxito y el otro, finamente, fracasó. En este reencuentro volverán a surgir algunas heridas que habían quedado enterradas por el paso del tiempo pero que ambos necesitan curar. “Podría parecer –explicaba Homar, que interpreta al poeta fracasado- que aparezco para echarle algo en cara, entre otras cosas porque parte de mi fracaso es responsabilidad suya. Pero no es así; vengo para debatir con él si es peor el éxito que el fracaso y para ayudarlo a entender en qué consiste fracasar para que pueda encontrar de nuevo el camino hacia la creatividad”.
La influencia de T.S. Eliot
Durante una rueda de prensa que se asemejó más a una clase magistral de dramaturgia que a una comparecencia pública de carácter informativo, el director de este montaje, Xavier Albertí, quiso explicar dónde se plasma la influencia que Eliot tuvo sobre el autor de la obra, de manera que los espectadores pudieran disfrutar mejor de la representación.
La idea juntar de nuevo a dos amigos del pasado para saldar las deudas pendientes que quedaron en la conciencia de cada uno de ellos, por ejemplo, viene de una novela corta de Eliot titulada El viejo estadista, cuya trama, en esencia, es esta. También de Eliot hereda Pinter la necesidad de reflexionar acerca de la función que tiene el lenguaje en nuestra sociedad, especialmente poético, cuya misión fundamental es la de ayudarnos a vivir el presente, así como la de hacer palpable una cierta ambigüedad espacio-temporal para destacar que el pasado ya se nos escapó y el futuro no podemos tenerlo porque nos es desconocido.
A pesar de que, a priori, pueda parecer una obra ardua, densa o, incluso, demasiado intensa emocionalmente, Xavier Albertí quiso aclarar que “Tierra de nadie es una obra esencialmente cómica, pero no una obra para evadirse. Se sirve de su faceta cómica para ayudar a reflexionar al espectador que es para lo que yo creo que debería servir el teatro”.
Para David Selvas, otro de los actores del reparto que interpreta a uno de los sirvientes de Pou, lo más llamativo de la reacción que esta obra provoca en el público no pasa por que se entienda o no; ni siquiera por que le guste lo que se plantea o no, sino que no deja indiferente a nadie. “La experiencia que tuvimos en Barcelona, donde en todas las funciones llegamos, al menos, al 95% de ocupación, fue que el espectador se mete en la obra hasta tal punto que, cuando acaba, continúan con el debate que propone Pinter”. Algo que, para Albertí, es determinante. “Cuando el público sale de una función y comienzan a hablar sobre el sitio al que van a ir a cenar, es que algo ha fallado. Y con esta obra no pasa”.
Puede ser por aprovechar la oportunidad de poder disfrutar de la obra maestra de uno de los mejores dramaturgos contemporáneos a nivel mundial. Puede ser por disfrutar de las interpretaciones de dos actores de la talla de Homar y Pou. O simplemente por dejarnos seducir por el humor británico, a veces irónico, a veces sarcástico, a la vez que reflexionamos sobre si realmente es necesario transitar esa tierra de nadie donde, en palabras de Albertí, “las identidades se ponen en peligro y, al mismo tiempo, se construyen”. Cualquiera de estos motivos, o todos ellos a un tiempo, sirven como reclamo para ir al teatro Matadero y adentrarnos en un mundo que nos ayudará a pensar sobre nuestra propia existencia, tanto desde el punto de vista individual como desde lo colectivo.
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