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Robespierre en 2014: ¡Arriba el pueblo!

"Sin la idea de pueblo no tenemos un instrumento para que sean los ciudadanos quienes colectivamente se autogobiernen: no puede haber democracia sin demos", defiende el autor.

La constitución establece que la soberanía reside en el pueblo, en todos los individuos del pueblo. Cada individuo tiene, pues, el derecho de contribuir a la ley por la cual él está obligado y a la administración de la cosa pública, que es suya. Si no, no es verdad que los hombres son iguales en derechos, que todo hombre es ciudadano.

Maximilien Robespierre,
Debate sobre el sufragio censitario o universal
en la Asamblea Constituyente, 22 de octubre de 1789

Hace unos días escribía Toño Fraguas en La Marea un artículo sugerente de título especialmente provocador ¡Abajo el pueblo! centrado en la inexistencia de algo así como un pueblo (o varios pueblos) sino como “constructo artificial. Como lo es la nación”. Viene a reconocer que el pueblo fue un hallazgo del siglo XVIII (esto es, del siglo que los ilustrados consiguieron que culminara en la Revolución Francesa) para arrebatar a la aristocracia el poder. Pero hoy, viene a decirnos Toño Fraguas, lo que fue un hallazgo deviene en un lastre: “Usando y abusando de ese fósil, vive hoy una casta de aprovechados, políticos, oligarcas, explotadores, todos perfectamente conscientes de su hipocresía. Son los herederos del Antiguo Régimen, líderes peligrosos, guías iluminados, portavoces del ‘pueblo’ que en realidad sólo sirven a las clases dominantes.”

Hay una parte en la que no puedo negar la razón a Fraguas: que las élites intentan prostituir la idea de pueblo (¡Que no se venga a calumniar al pueblo! bramaba ya en 1790 Robespierre en la Asamblea Constituyente). No es la única palabra que sufre el abuso de las élites dominantes. Escuchemos cómo arrastran palabras como democracia, cómo quienes entregan Rota al escudo antimisiles de Washington y la economía a la Troika se llenan la boca de soberanía nacional. Si renunciamos a aquel hallazgo llamado pueblo, ¿cómo no renunciar a la búsqueda de la libertad prostituida hasta el punto de aparecer como guía ideológica de las oligarquías más reaccionarias?

El pueblo es un constructo artificial, estamos de acuerdo. Ocurre que toda identidad política (desde el individuo a la humanidad pasando por el pueblo, la familia, la raza, la clase social, el género…) son constructos artificiales al menos en cuanto a su elección como sujeto político relevante. No es importante si tal o cual identidad existe (pues ninguna existe si no en tanto en cuanto la diseñamos como centro de lo político y actuamos colectivamente como si existiese tal sujeto político) sino si tal identidad sirve para la opresión o para la emancipación. En ningún caso existen identidades puras que sólo sirvan para oprimir o sólo para liberar: la identidad racial, que en Europa ha servido como ideal para el exterminio, a otros les ha servido como identidad emancipatoria (los negros en EEUU en su lucha por los derechos civiles, el indigenismo en buena parte de América Latina…). Hoy “lo esencial es vivir en un Estado en el que se respete los Derechos Humanos, a las minorías y a todas las identidades culturales” nos dice en su artículo Toño Fraguas, como si las minorías y las identidades culturales no fueran constructos exactamente igual de artificiales que el pueblo o los pueblos e igual de apropiables por los poderes opresores: “¡Quieren acabar con los cristianos!”, exclaman los obispos contra todo avance de libertades con un morro digno de mejor causa.

En general se suele usar más la idea de nación que de pueblo como cohesionador desde las oligarquías. La voz del pueblo no es ilegal o El pueblo unido jamás será vencido nunca han sido lemas empleados desde las élites. Ello no es nuevo: la soberanía nacional se diseñó por Sieyès en la época postrevolucionaria para rebajar las implicaciones políticas de la soberanía popular. Se elevó el grado de abstracción para justificar una cierta mística de la representación de la nación superior a la voz directa del pueblo. La apropiación de conceptos emancipadores por parte de la aristocracia surgió en el mismo momento en que tales conceptos fueron hegemónicos: “si aristócratas disfrazados con la máscara del civismo se apoderasen de los sufragios, la libertad no sería más que una vana esperanza”, avisaba Robespierre a la Asamblea Nacional oponiéndose a la extensión de la ley marcial. Pero supongamos incluso que hoy sigue habiendo una trampa en torno a la idea de pueblo que la hace útil a la oligarquía. ¿Es por ello menos imprescindible el pueblo como sujeto político? ¿En qué soportamos la democracia (gobierno del pueblo) si renunciamos a la idea de pueblo?

El pueblo no es sabio ni bueno, ni tonto ni malo. No hace falta creer en el buen salvaje para sostener que el pueblo sigue siendo un hallazgo imprescindible. No se trata de qué instancia política no se equivoca: despojados de monarcas y dictadores por la gracia de dios, sólo tenemos instancias humanas y por tanto falibles. De lo que se trata es de encontrar quién está legitimado para tomar las decisiones que apelan a la colectividad.  Puede hacerlo un individuo, pero tal no sería precisamente una forma de emancipación sino de dictadura. Para que las decisiones de la colectividad las tome la colectividad necesitamos suponer un sujeto, al que llamamos pueblo e inventarnos mecanismos para que las voces de los individuos conformen una voz, la voz del pueblo: ello pueden ser las urnas (traducidas por leyes electorales mejores o peores), sistemas de participación directa que se combinen con la acción de representantes controlables o incluso la selección del ciudadano medio a través de sistemas informáticos, como en el relato de Isaac Asimov Sufragio Universal.

Sin la idea de pueblo no tenemos un instrumento para que sean los ciudadanos quienes colectivamente se autogobiernen: no puede haber democracia sin demos. Dado que cualquiera puede equivocarse, el único legitimado para tomar decisiones equivocadas es aquel que está afectado por la decisión: el individuo en las decisiones íntimas, el pueblo en las decisiones políticas. Por ello Margaret Thatcher nos intentó convencer de que la sociedad no existe: una pirueta no muy distinta de la negación de la existencia del pueblo como sujeto político. Sin sociedad, sin pueblo, las decisiones que afectan al colectivo no las toma el colectivo y su hueco lo ocupan quienes pueden: la idea de pueblo puede ser apropiada por las élites, pero la renuncia a la idea de pueblo sólo puede ser ventajosa para ellas. Otra cosa es qué pueblo (el pueblo español, el pueblo catalán, el pueblo aranés, ¡el pueblo europeo!) pero esa sería una discusión previa aceptación de que hoy, en 2014, el pueblo es un sujeto político imprescindible para la emancipación pese a que, como en 1789, haya quien venga a calumniar al pueblo.

Se dirigía Robespierre a la Asamblea Nacional: «Sin duda, Francia está dividida en dos partes, el pueblo y la aristocracia; ésta agonizante, pero cuya agonía es muy larga y no sin convulsiones […] Las naciones sólo tienen un momento para volverse libres; es aquel en que todos los poderes antiguos están suspendidos: pasado ese momento, si se da al despotismo el tiempo para recobrarse, los gritos de los buenos ciudadanos son denunciados como actos de sedición, la libertad desaparece y la servidumbre permanece. Se quiere que perdamos este momento precioso, se quiere abatir la energía del pueblo». Sustituyamos la Francia borbónica por la España de la Transición (borbónica también). ¿De verdad creemos que ya no tiene vigencia la apelación al pueblo como sujeto emancipador frente a oligarquías en descomposición? ¿No dan ganas de escuchar una arenga similar en defensa del pueblo y de su liberación? ¿No estamos acaso en uno de esos momentos en que o nuestro pueblo se vuelve libre o el despotismo se recobrará? ¿A quién favorece que enterremos este fósil?

[Hugo Martínez Abarca es autor del blog Quien mucho abarca]

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Comentarios
  1. Robespierre impuso el terror, pasando por la guillotina aristócratas,obispos,curas y cortesanos. Para imponer una revolución se necesita imponer el miedo a la clase dirigente y eso solo se consigue con violencia.El también acabo guillotinado, pero fue el creador de la máxima:liberté,égalité,fraternité. Vive la république et mort aux tyrans.
    Bonjour de Paris, de un hijo de emigrantes españoles de los 60 que sifre de ver España recorrer el camino hacia el fascismo.

  2. Robespierre impuso el terror, pasando por la guillotina aristócratas,obispos,curas y cortesanos. Para imponer una revolución se necesita imponer el miedo a la clase dirigente y eso solo se consigue con violencia.El también acabo guillotinado, pero fue el creador de la máxima:liberté,égalité,fraternité. Viva la république et mort aux tyrans.
    Bonjour de Paris, de un hijo de emigrantes españoles de los 60 que sifre de ver España recorrer el camin hacia el fascismo-

  3. la monarquía es usada como un estabilizante que teoricamente une los diferentes estatus o capas sociales españolas.un mundo sin monarquia es posible y una buena razon seria hacer una verdadera constitución creible y eficaz con unos articulos ejemplarizantes de obligaciones y derechos y que no dejarara crecer un minimo de autoritarismo ya sea de extrema izquierda o de extrema derecha.seria como convertir a la constitucion en un libro sagrado con lo mas proximo a una verdadera democracia y con lo mas proximo a una verdadera libertad individual y colectiva.todo es cuestion de buena voluntad pero hay asentado ya demasiado poder que no quiere perder ni ceder ciertos privilegios.

  4. tu reflexion-articulo es muy acertada y oportuna. tenemos que impulsar «para que la ciudadanía/elpueblo» participe activamente (proceso constituyente, referendo monarquía república…)..

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