Opinión | OTRAS NOTICIAS
Abajo el pueblo
Para el autor, los conceptos de "nación" y "pueblo" no son más que un vestigio arqueológico, un fósil legislativo, una cáscara semántica vacía, que un día fue útil.
La mejor manera de detectar en cualquier interlocutor un intento de manipulación o un caso flagrante de demagogia es fijarse en su empleo de la palabra «pueblo». Es verdad que este vocablo, que en realidad siempre ha sido ambiguo en su significado, para mucha gente sólo tiene connotaciones positivas. ¿Qué tiene de malo el pueblo, el pueblo «llano»? Se asocia dicho término a algo puro, virtuoso, como en el pasado se hacía con la idea del «buen salvaje». Si el ser humano es bueno por naturaleza, la suma de seres humanos unidos en un pueblo también es buena por naturaleza. El pueblo, unido, jamás será vencido. Pero el pueblo, en realidad, no existe. Por eso a menudo sus integrantes son vencidos.
Por las connotaciones positivas del término pueblo, precisamente, manipuladores de todo cuño recurren asiduamente a él. El «pueblo» queda personificado y de él se empiezan a predicar virtudes. «El pueblo es sabio», «la dignidad del pueblo», «el pueblo ha hablado». La noción elimina así cualquier forma de individualidad, no ya sólo la disidencia: cualquier mínima observación divergente de lo que se supone que «quiere el pueblo» es vista como una traición. La palabra pueblo se carga de peligro especialmente cuando va seguida de un adjetivo nacional. El pueblo catalán, el pueblo español, el pueblo vasco, el pueblo alemán.
La personificación de conceptos abstractos (pueblo, nación) es imprescindible cuando lo que se pretende es imponer una visión totalitaria y hacerse pasar por víctima. Es entonces cuando los líderes políticos hablan de que se ha «insultado a un pueblo» o se ha «ofendido a la nación».
Tenemos ejemplos recientes, como la sanción de 30.000 euros que el Gobierno ha creado para aquéllos que «ofendan» a España. Otro ejemplo menos reciente, data de 2009, sucedió cuando con el aplauso del entonces presidente de la Generalitat de Catalunya, José Montilla, y del líder de la oposición, Artur Mas se publicó un artículo/manifiesto titulado La dignidad de Catalunya. Parece mentira que haya que seguir recordando que ni los Estados, ni las naciones, ni los pueblos, tienen dignidad. Solo las personas (y en mi opinión también los animales) la tienen. Pero nunca faltan líderes políticos que se presten al secuestro del concepto de pueblo y que se arroguen la portavocía de una supuesta voluntad colectiva.
Por supuesto, quien ose disentir, llevar la contraria, no sólo será tachado de traidor, además será desprovisto de su identidad. Es lo que hacía el expresidente Aznar cuando calificaba de «antiespañol» a quien contraviniera sus puntos de vista, o cuando más recientemente, se acusa de «catalanofobia» a quien no comulga con el independentismo, o de «antisemita» a quien critique las políticas del Gobierno de Israel.
La mayoría de las Constituciones modernas se construyen sobre el arbitrario supuesto de que existe un pueblo que, en el ejercicio de su soberanía (aquí entra la personificación), funda una nación. El referente legal más famoso es la Constitución de Estados Unidos, que arranca con ese célebre «We the People» (Nosotros, el Pueblo). También comienza así, por cierto, la Constitución de la India.
Por su parte nuestra Carta Magna, en su preámbulo, dota de cualidades humanas, personales, tanto al concepto de «nación» como al de «pueblo». Dice así: «Don Juan Carlos I, Rey de España, a todos los que la presente vieren y entendieren, sabed: que las Cortes han aprobado y el pueblo español ratificado la siguiente Constitución: Preámbulo. La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su voluntad de…». Así pues, el pueblo español «ratifica» y la Nación española «desea», «usa su soberanía» y «proclama su voluntad».
Perdónenme, pero yo creo que estas cualidades sólo las tenemos los individuos. Porque, a efectos individuales, lo importante es vivir en un marco legal en el que haya respeto a los Derechos Humanos, separación de poderes, pluripartidismo, libertades individuales… sobra toda la retórica, toda la mística nacionalista de las Constituciones al uso. Y sobra, además, porque es inventada, aunque en su día sí fue necesaria. Veamos por qué.
El concepto de «pueblo» es un constructo artifical. Como lo es el de «nación». ¿Qué es lo que identifica a un pueblo? ¿La lengua? No todos los que hablan inglés pertenecen al mismo pueblo, ni todos los que pertenecen a una nación hablan necesariamente el mismo idioma. ¿La religión? No todos los que comparten una creencia son compatriotas. ¿La sangre? Hay hermanos de distinta nacionalidad e incluso hay monarcas de naciones distintas que son familia entre sí. ¿La cultura? ¿Alguien sabe qué demonios es la «cultura»? ¿Tiene fronteras? ¿El Quijote es más español que mexicano o francés? No. El Quijote es de Cervantes. Y quizá también sea un poco de quien lo lea. Toda expresión cultural es patrimonio de la humanidad entera, y no de uno u otro pueblo. De hecho toda gran creación cultural es, por definición, universal.
Simplificando mucho, el concepto de «pueblo», tal y como lo conocemos hoy en día, cobró carta de naturaleza en el siglo XVIII. Entonces fue un hallazgo necesario, que sirvió para oponerse al Antiguo Régimen, al feudalismo y a las monarquías absolutistas. El «invento» del concepto moderno de ‘pueblo’ creó un espacio de legitimación que posibilitó rediseñar las reglas del juego. Se acabaron los súbditos y los vasallos.
Había nacido el concepto de «ciudadano» que pertenece a un pueblo que deviene en nación y que «por su legítima voluntad» decide constituirse en Estado. El Soberano dejó de serlo. La soberanía pasó del Monarca al pueblo (desde ahora, «pueblo soberano»). La «gracia de Dios» ya no bastaba para legitimar una forma de Gobierno.
Hizo falta crear un nuevo sistema de creencias, una nueva fe, en este caso nacionalista, mediante una reconceptualización de lo que antes se entendía por pueblo o nación, y una revisión histórica muy potente (la que emprendieron los Ilustrados y continuaron los idealistas alemanes) para deslegitimar el Antiguo Régimen. Los conceptos de «pueblo» y «nación» fueron entonces reformulados y adaptados a una nueva meta: iban a funcionar como la jeringuilla que permitiera inocular libertades individuales y avances democráticos en las sociedades europeas. Fueron conceptos utilitarios, didácticos, pedagógicos. Fueron un simple medio, como el dedo que señala al Sol. Y los nacionalistas actuales, de cualquier país democrático, cumplen muy bien su papel de tontos que se quedan mirando al dedo en lugar de al Sol.
Lo esencial, como decíamos, es vivir en un Estado en el que se respete los Derechos Humanos, a las minorías y a todas las identidades culturales. Como, por cierto se dice en el preámbulo de la Constitución de 1978: «Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones». Debe dar igual cómo se llame ese Estado, o qué lenguas se hablen en él, o cuál sea el origen étnico de sus ciudadanos, siempre que los derechos individuales de todos y cada uno de ellos sean respetados. Esa y no otra, por ejemplo, era la idea original (luego pervertida) sobre la que se construyeron los Estados Unidos de América y sobre la que debería haberse construido la Unión Europea.
En definitiva, el concepto de «pueblo» al igual que el de «nación» (que como hemos visto sobrevive en Constituciones y en la retórica de los políticos, militares, deportistas, etcétera) no es más que un vestigio arqueológico, un fósil legislativo, una cáscara semántica vacía, que un día fue útil. Pero, usando y abusando de ese fósil, vive hoy una casta de aprovechados, políticos, oligarcas, explotadores, todos perfectamente conscientes de su hipocresía. Son los herederos del Antiguo Régimen, líderes peligrosos, guías iluminados, portavoces del «pueblo» que en realidad sólo sirven a las clases dominantes. Y no dudan a la hora de emplear esos conceptos, el de «pueblo» o «nación», para desviar la atención y engañar a miles de infelices que creen estar dando su vida en nombre de algo que en realidad no existe.
Esperaba este artículo en LA RAZÓN u otro medio de la caverna pero no aquí. Destila, a partes iguales, todos los tópicos falsos de la caverna españolista más propia de UPyD y una falta de respeto hacia otras lenguas y culturas distintas de las del autor, y evidencia una supina ignorancia sobre esos conceptos y su uso en disciplinas sociales. Simplemente le diría al autor que se mire al espejo y se pregunte si él mismo no es un constructo social (que lo es como lo somos todos) Pues, entonces, y según sus delirios nacionalistas españoles, ya puede negarse aunque espero que no lo haga por la tremenda y siga escribiendo estos divertimentos.
Porque de eso se trata, de oponerse a todo y todos los que cuestionan la españa unagrandeylibre en la que ha vivido hasta ahora y, qué casualidad, sin sentirse molesto ni escrbir sobre ello.
Algunos ante la incapacidad intelectual de rebatir una exposición se dedican a insultar y menospreciar a su autor. Así quedan bien retratados.
Pues yo estoy harto de pueblos. No sé lo que significan. Aprecio al género humano (y a otros animales), pero no al pueblo. Tal cosa no la veo. En Madrid o en la Cochinchilla.
Me parece interesante un alegato contra la existencia del pueblo en la Marea, cuya cooperativa ha asumido como propio el valor de la soberanía de los pueblos. Creo que forma parte de la pluralidad de este medio y, por tanto, lo respeto.
El concepto de pueblo es un constructo subjetivo y artifical, como todos los valores humanos (democracia, libertad, igualdad, religión…).
Sin duda, como con todos los valores, se puede abusar de ellos.
Espero que en próximos textos, Fraguas también certifique la arbitrariedad de éstos y, quizá, la defunción de algunos de ellos.
Al fin y al cabo, todos los significantes abstractos que utilizamos en nuestro vocabulario son, en último término, construcciones artificiales humanas.
Pese a eso, muchos de ellos nos sirven para comunicarnos y para construuir una realidad diferente, en muchos casos mejor.
Buf, que nivelón…
Otra chapa infumable de un anacional que habla castellano así, al azar; profesa hábitos sociales y culturales que libremente, como ciudadano del mundo, escoge; etc. etc.)
Otro experto interpretando el proceso de autodeterminación catalán a 600 km de distancia. Y chupártelo en La Marea…
Apasionante.
Así es, y lo gracioso es que lo descubren ahora que los catalanes queremos irnos. Pero es casualidad, no piense nadie mal.
Preliminares de la Declaración Universal de los Derechos Colectivos de los Pueblos:
«La ausencia de una definición universalmente admitida del concepto de “pueblo” pone en evidencia que no se trata de un concepto estático sinó dinámico. La historia muestra que ciertas comunidades humanas, reconocidas como pueblos, han aparecido y desaparecido, o han resurgido después en la escena internacional con otros nombres. A pesar de ello, las evoluciones y regresiones de las comunidades humanas o de los pueblos no pueden, de ninguna manera, fundamentar los grados de aceptación, de negación o limitación del respeto debido a los derechos colectivos e individuales de las personas que los componen. Los derechos de los pueblos mantienen siempre, objetivamente, la misma y propia identidad. Corresponde a las comunidades humanas erigirse, en el curso de la historia, en pueblos y, por tanto, llegar a ser sujetos de los derechos colectivos.»
Artículo 1:
«Cualquier colectividad humana que tenga referencias comunes a una cultura y a una propia tradición histórica, desarrolladas en un territorio geográficamente determinado o en otros ámbitos, constituye un pueblo.»
Así comienza el artículo 2 de la constitución española: »La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles […]»
Este artículo, junto con el tuyo, son probablemente de lo más demencial que haya leído en mi vida.
Joder, está claro que te encanta Locke, y la propiedad privada. El concepto de pueblo está vinculado a lo público, a la igualdad, la fraternidad y la libertad que como bien has defendido, se proclamaban en la Revolución Francesa, pero no ha permanecido estático durante dos siglos, ese concepto ha ido cambiando en tanto en cuanto lo ha hecho el marco geopolítico conforme la historia avanzaba. En los 70 Margaret Thatcher y Ronald Reagan tendrían un discurso bien parecido al de ese »individualismo» tan sano y tan bonito del que hablas. Los seres humanos viven en sociedades y deben organizar formas de gobierno, el individuo no es siempre lo más importante, como defienden los neoliberales. Los Pueblos existen, como existen las identidades y existen las culturas. El Quijote es una obra de impacto universal, pero de autor español, lo quieras o no. Las culturas tienen márgenes de acción, se expanden de muchas maneras, se pueden imponer (como la española) o se pueden comercializar (como la estadounidense o la japonesa, por poner dos ejemplos).
Ni la nación catalana, ni la vasca ni la galega son inventos de políticos de turno, sino que los políticos son los instrumentos públicos para manifestar una idea que ya estaba latente a priori, España nunca fue UNA, como dice el artículo 2 de la constitución.
El individualismo, en mi opinión, no tiene que compaginarse con el concepto de propiedad. Para mi es tan robo la propiedad de uno, tres, cien, muchos o pocos, es un robo a la naturaleza. Las cosas nos las hemos encontrado los humanos después, no tienen finalidad, le damos nosotros la finalidad, incluso nos damos la finalidad a nosotros mismos. Yo no soy especista, ni racista, considero que solo existen individuos vivos, algunos que pueden reivindicarse en sociedad (una sociedad que algunos han construido previamente), otros que no pueden reivindicarse en esa sociedad (como los animales, o los esclavos y negros anteriormente), y otros que, aun no pudiendo, nosotros los incluimos en sociedad (como un deficiente mental).
El colectivismo supone, en la cara, «la unión fraternal de personas», eso da a entender, pero significa, en la cruz, el egoísmo. Tan egoístas o más pueden ser las personas cuando se unen en un pueblo o en una nación, reprimiendo los intereses del individuo, de las personas, de cualquier ser, como una persona interesada solo en sí misma. Al usar la palabra «pueblo» o «nación» se está creando esa persona interesada solo en si misma, pero a nivel colectivo. Existen las personas, no las naciones. Por la excusa de la colectividad se han implantado totalitarismos, «lo que desea la mayoría», «lo mejor para los intereses de todos según tal ingeniero social». La democracia es un mal menor y necesario, teniendo en cuenta que significa imposición de unos sobre otros, y por ello no siempre es lo mejor, y hay que ponderarlo con los intereses de las personas individualmente, y eso significa el respeto de su libertad y a no ser utilizados como herramienta para la consecución de «esos fines colectivos». Lo cual no es óbice para que hagan referéndums, al contrario, pero el uso indiscriminado del término es lo preocupante.
De acuerdo por lo general con el artículo.
Otro comentario liberal de los simples, el autor ignora, por ignorar, la dimensión social de los seres humanos y, por eso, al enfrentar individuo y sociedad incurre en tal desatino que no merece ni respuesta. Eso sí, no ahorra palos al «colectivismo» eufemismo que no oculta su aversión al socialismo y comunismo y su apoyo al capitalismo explotador.
Para empezar yo no soy liberal. Segundo me enmarco más en lo que Engels diría un «socialismo utópico», solo que, a diferencia de él y los autores pasados, ya rebatidos, creo en el método científico y me percato del problema que causó el positivismo filosófico del s. XIX, que aún hace estragos, a través del cientifismo, en el que cayó el señor Marx (después de haberlo criticado él también), que por otra parte lo considero como el más grande filósofo humanista de la historia, una cosa no quita la otra. El uso del «colectivismo», por puro determinismo, tal y como hicieron los movimientos bolcheviques, fascistas y nacionalsocialistas (y nacionalistas en general, como siguen haciendo, dá igual que sean los más capitalistas del mundo como el señor Mas) como arma arrojadiza para destruir, o mejor dicho, de no ayudar a la fundación de una sociedad abierta, basada en los derechos de las personas y su libertad de elección en un régimen no dogmático ni historicista y en el conocimiento científico. Le recuerdo, a su alegato, que yo no creo en la propiedad, ni privada ni colectiva, pues ambas se pueden considerar como un robo.
El movimiento catalanista, en mi opinión, solo es un deseo morboso de ver, en un mapa, otra línea más y otro nombre más «Cataluña» (para regocijo colectivista) que separa a los seres humanos, creando jurisdicciones diferentes, desigualdades, y otro lastre para el desarrollo de la humanidad. Igual de malo que el españolista o castellanista (o ideología basada en las ideas de un grupo de nobles castellanos que murieron hace siglos, en este proyecto inacabado llamado España).
Pero dígame, además de eso de mezclar «bolcheviques, fascistas y nacionalsocialistas (y nacionalistas en general…)» que cita usted, lo que ya es bastante definitorio y eso de la «sociedad abierta» popperiana que defiende (vamos, todo una declaración de neoliberalismo), ¿a que no se siente molesto en su actual españolidad que deduzco? Pues mire, igual que usted tiene Estado español, con vallas y cuchillas y redadas y centros de exterminio de inmigrantes, deje que los catalanes tengamos también el nuestro que, ya intentaremos, que no sea como el suyo. Y no puedo dejar de responder a su demagógica y fascista proclama de que está en contra de la propiedad privada y colectiva. Esa boutade no es más que lo mismo que falange diciendo que no es de izquierdas ni de derechas. Los socialistas y comunistas, los anarquistas (los de verdad, no los anarcocapitalistas) sabemos que es el control social de los medios de producción lo que garantiza los derechos de la clase trabajadora y, por tanto, la desaparición de las clases sociales, esa realidad molesta para todo neoliberal que sólo se inventa un «individuo» imposible abstraído de sus condicionantes sociales.
¿Popper neoliberal? ¿qué es lo próximo, Bertrand Russel comunista? De entrada y de salida no creo en las fronteras, ya veo que usted sí. En realidad creo más en la Iberia unida, no estoy tan conforme con mi españolidad (aunque le vuelo a decir que españolismo, si a eso se refiere, es la visión que tenían unos castellanos hace siglos de España, impuesta ahora, diferente de la que tenían portugueses, aragoneses y barceloneses, y probablemente de otros muchos), por la consecución de los pueblos de este lado de Europa. Me habían llamado rojo, incluso prohudoniano, que ciertamente estaría más próximo a lo que pienso sobre la propiedad, ¿pero fascista?. La sociedad abierta no es un concepto de Popper, él solo desarrolló una nueva concepción de sociedad abierta como base de su social-liberalismo, pero, respetando a otras ideologías, o al menos yo lo interpreto así. Es ese respeto al conocimiento no determinista, con base en un marco alejado del dogmatismo, el que yo defiendo para una sociedad libre e igualitaria, independientemente del -ismo reinante. Si acaso me amparase en algún «-ismo», solo sería el del escepticismo, demuéstreme algo y le creeré. Lo que esté alejado de la ciencia, como los modelos que inventan los ingenieros sociales para la paz social, desde Bakunin hasta Rawls, algunos muy interesantes, no deben tomarse como verdades, por eso mencioné la crítica al positivismo filosófico y al determinismo que todos los teóricos de la ciencia tienen, inclusive también con las ideologías políticas. No solo es la inamovible sociedad comunista (anti-revisionista y anti-intelectual, entiéndase por intelectual, cualquier proposición racional de una sociedad diferente) la única que puede lograr la paz social y el respeto a las necesidades y pretensiones de las personas. Y por favor no se lo tome como algo personal.
Hombre, por fin alguien del otro lado de la trinchera que dice algo inteligible. Su postura a mí me gusta, resulta del todo lógico concluir que la democracia no es perfecta, ni mucho menos. Lo que sí me gustaría anotar es que las subdivisiones de la sociedad, además de arbitrarias o circunstanciales, se producen «por oposición a». De modo que el proletariado se creó en oposición a la burguesía y el nacionalismo catalán en oposición al español (castellano). De modo que el nacionalismo catalán no es solamente un constructo social per se, también tiene muchos rasgos creados por el roce con el ente más cercano, que evidentemente es ese otro nacionalismo llamado español.
Con esto no quiero justificarlo, no creo que sea necesario. Simplemente indico que este nacionalismo no lo han creado los catalanes solos.
Gracias.
Totalmente de acuerdo, el articulo destila ideolgía liberal de la simple y olvida la dimensión social del ser humano. Lo firmaría cualquier defensor de la ideología gobalizadora capitalista imperialista que sufrimos los pueblos.
Cada vez que oigo a alguien decir que no cree en las fronteras ya sé que estamos ante ese tipo de personas que hasta que los catalanes no henmos decidido irnos de esta España de las vallas con cuchillas nunca había reparado en las fronteras de su país, obviamnete porqie le parcen justas, correctas e inmutables. Recuerdo los versos de Nicolás Guillén en La Muralla,
¡Tun, tun!
?¿Quién es?
?Una rosa y un clavel…
?¡Abre la muralla!
?¡Tun, tun!
?¿Quién es?
?El sable del coronel…
?¡Cierra la muralla!
?¡Tun, tun!
?¿Quién es?
?La paloma y el laurel…
?¡Abre la muralla!
?¡Tun, tun!
?¿Quién es?
?El alacrán y el ciempiés…
?¡Cierra la muralla!
Al corazón del amigo,
abre la muralla;
al veneno y al puñal,
cierra la muralla;
al mirto y la yerbabuena,
abre la muralla;
al diente de la serpiente,
cierra la muralla;
al ruiseñor en la flor,
abre la muralla…
Yo sin embargo creo que tiene razón Faguas. Habría mucho que matizar, evidentemente, pero en esencia suscribo lo que dice sobre todo al final de su artículo, eso de que los discursos que se sustentan exclusivamente en el concepto de pueblo (orgullo patriotero, diría yo) en el fondo esconden las verdaderas intenciones de los que los jalean: seguir sometiendo a los ciudadanos a politicas impresentables y continuar viviendo de todos nosotros
Tal y como comentas, no creo que haya nadie que pueda negar el uso interesado del concepto «pueblo» por parte de algunos políticos pero eso no quita que existan individuos que comparten un sentimento de pertenencia al mismo colectivo (por lengua, costumbres o cualquier otro motivo) y a este le llamemos «pueblo». Otra cosa distinta es el concepto de «nación» o «Estado-nación» que se introdujo hace siglos durante la Revolución liberal. Esa fue la forma de organización política que se definió para eso que llamamos «pueblo». Aunque la mayoría de Estados se han constituido como una sola nación (aún agrupando a diversos «pueblos») pero hay algunos Estados que se han declarado plurinacionales (como es el caso de Bolívia) y hay otros, como el nuestro, que se han quedado a medio camino (en la Constitución se reconocen distintas nacionalidades, no naciones).
El debate sobre la existencia o no de los «pueblos» entiendo que deriva de la reciente declaración de soberanía del «pueblo catalán». Para mí lo más preocupante sobre este tema no es la exigencia del derecho a la autodeterminación por parte de sus «representantes» y parte de la ciudadanía, sino la existencia de posturas nacionalistas (catalanas o españolas) que defienden la superioridad de un «pueblo» sobre el «otro».
Usted disculpe pero como català debo decirle que no entiende nada. Nosotros, los catalanes no nos sentimos superiores a nadie, ni inferiores, lo que no aceptamos es que otros de fuera decidan por nosotros. Y nosotros, sí que respetamos a las otras naciones, no decimos a los madrileños en qué deben educar a sus hijos ni lo que se debe hablar en la calle en Madrid. Pero muchos de ustedes se empeñan en obligarnos a los catalanes a hacerlo en su lengua y a ser españoles por narices. Comprenderá que su imperialismo nacionalista no nos guste y lo rechacemos. Si a eso usted lo llama nacionalismo nosotros lo llamamos legítimo derecho a defender nuestra soberanía como catalanes que no queremos depender de los españoles.
Ese discurso se lo escucho a los nacionalistas españoles del PP y UPyD, contrarios a la democracia y defensores de la españa unagrandeylibre. Debería mirárselo.
Entiendo que que los dos últimos comentarios iban dirigidos a mí y no a Eda. Si no es así, perdón de antemano.
Por lo que has comentado creo que has malinterpretado mis palabras. Soy pleno defensor del derecho a la autodeterminación y en mi última frase quería denotar que se pone el grito en el cielo por una petición que me parece del todo legítima cuando lo preocupante es la imposición (de corte imperialista como bien mencionas) por un lado y el enfrentamiento nacional permanente (tipo «Espanya ens roba», «la culpa és dels de Madrid», «apadrina un nen extremeny», etc) para desviar la atención por el otro. Ambas banderas (española y catalana) están tapando mucha mierda de los respectivos gobiernos (Rajoy y Mas).
Recalco que, como mencionaba en mi anterior comentario, estas son posturas que existen pero evidentemente no son las únicas. Ni todos los españoles son imperialistas, ni todos los catalanes se tragan el discurso de las «elites».
Sobre el 2o comentario, no he votado a PP ni a UPyD ni tengo ninguna motivación para hacerlo. Para tu tranquilidad, siempre he sido más de los que van en bambas al Parlament. 😉
Te has pasado siete pueblos en la fragua, Fraguas.
El concepto Pueblo se refiere a la gente, al género humano por extensión. No es un fósil sino que se renueva a cada generación y además es el detentor del poder soberano que muchos a los que les duele que exista, niegan.
Fue el Pueblo el que guillotinó a la derechona cortesana francesa y el Pueblo como tal, o los pueblos asociados, los que conforman y edifican una Constitución que aunque sea local para un enclave determinado, mantiene una filosofía. universal humana. Pueblo, nación y Estado; somos todos los humanos.
Claro, a lo mejor has querido dar a entender que los peperatas no son de un pueblo humano, sino directamente chimpancesco.