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Cine independiente en estado de ebullición
Directores y películas de cine español de autor construyen las bases de un nuevo modelo desde los márgenes, en plena crisis del sector.
Este artículo pertenece al número 10 de la edición en papel de La Marea
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Como telón de fondo, un cruce de secuencias: Fernando Franco recibiendo el Premio Especial del Jurado del Festival de San Sebastián por su ópera prima La Herida. Y sólo una semana después, el ministro de Hacienda defendiendo en una cadena de radio nacional el drástico recorte en la partida destinada a apoyar el cine nacional, respaldándose en la “baja calidad de las películas españolas”.
Cosas de la propaganda: Cristóbal Montoro ignora el triunfo de La Herida, una producción pequeña, por debajo del millón de euros, que fue la gran sorpresa en Donostia; como también la presencia de cine español en el prestigioso Festival de Toronto (Caníbal, Dispongo de Barcos, Las brujas de Zugarramurdi) o los premios de películas independientes en el Festival de Locarno (Costa da morte, de Lois Patiño, y Història de la meva mort, de Albert Serra). Nada dice el ministro tampoco de lo ridículo de la cifra de 50,1 millones en subvenciones al cine español, si se lo compara con los 340 millones que destina Alemania, o los 740 de Francia.
Pero más allá del oportunismo del ministro, parece indiscutible que hay un cine español de producción pequeña (a veces incluso cine de guerrilla) que vive desde hace unos años en ebullición. Y que desde el Estado se prefiere ignorar.
“Francotiradores ha habido siempre. Lo increíble ahora es la abundancia, debida a los formatos digitales, al impulso desde festivales especializados, o a las muchas escuelas de cine”, dice Diego Rodríguez, director del Festival Márgenes, una de las plataformas más vigorosas surgidas en los últimos años para difundir el cine de autor de difícil exhibición. “Es un momento de movimientos tectónicos en lo cultural y lo económico”, apunta Elías León Siminiani, responsable de uno de los fenómenos independientes del año, el documental Mapa.
En medio de la catástrofe del sector, jaleada por la subida del IVA al 21%, están surgiendo nuevas estrategias, casi de autodefensa, desde la trinchera del cine independiente, que está aprendiendo, frente al cierre de salas y las escasas posibilidades de competir en los cines convencionales, a moverse en lo que Diego Rodríguez llama “un circuito alternativo de exhibición”: cinetecas, filmotecas, festivales, internet e incluso estrenos con el director en gira.
Equipos de una persona
En ese sentido, el caso de Mapa, de Elías León Siminiani, ha sido paradigmático. Mapa fue una película hecha sin más equipo de rodaje que el propio director, y montada en solitario por él mismo. Ya en posproducción contó con el apoyo de una productora y con medios que garantizaron el acabado final, pero con un presupuesto reducido.
Sin embargo, a pesar de estar hecha al margen de las convenciones de la producción de cine “industrial” y de provenir de la tradición minoritaria del cine-diario, Mapa consiguió traspasar ciertos límites que no suelen franquear las producciones de este tipo dentro de España: nominación al Goya, estreno en salas convencionales, cierto eco social y mediático… Su exhibición marcó un paso que luego ha seguido Los ilusos, de Jonás Trueba y que pronto empezará a desarrollar Juan Cavestany con Gente en sitios, y Fernando Franco con La Herida: un estreno escalonado con pocas copias, en el que el director acompaña a su película para tener un cara a cara con el público. Una manera de suplir las limitaciones presupuestarias en las campañas promocionales. Eso sí, agotador, como una gira de verano.
Entre tanto, y en medio de la efervescencia de producciones independientes recientes, se ha usado y abusado de la etiqueta “cine low cost”, identificada con películas como las de Carlos Vermut (Diamond Flash) o Juan Cavestany (Dispongo de barcos, El señor, Gente en sitios), films autoproducidos, hechos prácticamente sin presupuesto, con voluntad de hierro y un fuerte sentido de la cooperación artística.
Grandes actores
Por ejemplo, la última de Cavestany cuenta con un reparto inimaginable en una producción convencional: desde Maribel Verdú, a Antonio de la Torre, Raúl Arévalo, Santiago Segura, Carlos Areces, y así hasta una veintena de actores de primera línea que trabajaron gratis. Para Cavestany sus tres últimas películas son un cine sobre y de la supervivencia. Una manera de mantenerse a flote, como le pasa a sus personajes.
Podríamos también hablar de Isaki Lacuesta, que lleva un año inmerso en el rodaje de Murieron por encima de sus posibilidades, sátira social que realiza en régimen de cooperativa. O el de Jonás Trueba, que hizo su película Los ilusos, rodeado de sus amigos, entre los que está el también director Javier Rebollo y que recibió premios y aplausos en el pasado festival Bafici de Buenos Aires. Todos, cada uno a su modo, haciendo un cine urgente que no se para frente a la falta de financiación y el sistemático cierre de productoras y empresas asociadas al mundo del cine. Pero que se resiste a vivir en la dictadura de lo low cost.
En efecto, la alarma frente a esto del low cost está encendida. Beatriz Navas y Víctor Berlín, al frente de la plataforma de exhibición online PLAT opinan que el término es perjudicial. “Todos asociamos esa etiqueta a mal servicio, así que debería desterrarse. Por otro lado, el cine experimental, underground y de vanguardia siempre ha sido ‘low cost’ y si no lo era, desde luego no se hacía con dinero institucional sino de mecenas o las familias de los artistas, por lo tanto, no deberíamos llevarnos las manos a la cabeza. Es una etiqueta oportunista y usarla es una deformación de nuestra época, basada en un relato que se desarrolla en el fantástico mundo del ‘Todopoderoso mercado”. Para Diego Rodríguez, de Márgenes, una cosa es el cine al margen y otra lo low cost: “Creo en la sostenibilidad y no en no cobrar. Esa es una tendencia terrorífica”.
De cualquier forma, en estos márgenes, han aparecido en el último año un puñado de proyectos de exhibición online, que junto a la consolidación de plataformas como Filmin, están tratando de dar respuesta a la falta de ventanas de exhibición. Es el caso de PLAT, “una ventana para las películas que han finalizado su ciclo vital de festivales y pases, y que a pesar de conseguir el aval de la crítica y festivales, no llegan a las salas ni a las teles”, explican sus responsables. O el caso de la iniciativa Littlesecretfilm, que promueve y difunde películas hechas en 24 horas, sin presupuesto, y exhibidas gratuitamente por internet.
Nuevas fórmulas
Como apuntan desde Márgenes, el sistema de producción y distribución se está repensando. “No podemos darnos cabezazos con que se ha acabado el modelo. Tenemos que monetizar las películas en internet, distribuirlas por otro lado, acercarnos a las teles, a las instituciones. Hay que fomentar nuevas redes y acordarse del mercado latinoamericano”, apunta Diego Rodríguez.
Porque nadie se olvida de que una industria del cine para existir necesita de varios frentes: un aparato grande y fuerte que sostenga films como Las brujas de Zugarramurdi, films pequeños y de autor como La Herida, de Fernando Franco que precisan de una mínima infraestructura, y los francotiradores, como Andrés Duque o María Cañas, que usan su cámara o la mesa de edición en solitario, y que persisten en hacernos mirar desde otros lados.