Opinión

El cierre de Canal Nou: el mejor homenaje a Berlanga

La renuncia de Paco 'Telefunken' a apagar Canal Nou es una de las imágenes de estos días, en los que el cierre de la radio y la televisión pública se convierte en el guión de una película del maestro Berlanga.

Ni el mejor Berlanga podría haber escrito el guión de esta tragicomedia en la que se ha convertido el cierre de la radio y la televisión pública valenciana. La imagen de Paco Telefunken y su sobrino Pepe, dos electricistas de Gata de Gorgos acudiendo a la televisión para desconectar la señal, es memorable.

Paco Signes, que así se llama el buen hombre, llegó de madrugada en un coche de la policía autonómica. No se sabe por orden de quién ni para qué, Paco es muy discreto para sus cosas. Pero lo que sí se sabe es que, tras varias horas encerrado en el cuadro de mandos, se fue por donde había venido, eso sí, en taxi y con la cabeza bien alta.

Los motivos los explica él mismo ante un cámara y un redactor de Canal Nou que, en directo, cuenta el cierre de su propia empresa. “Yo no he venido para esto, yo me voy para casa y esto no se corta hoy”, dice Paco mientras los trabajadores corean su nombre. “Eras el verdugo de Berlanga”, le pregunta el periodista. “Yo no quiero que esto se acabe, al menos por mi”. Y le acompañan hasta la puerta para que se vuelva a casa, su dedo no será el que pase a la historia como el liquidador de la televisión valenciana.

Lo de Paco es un despropósito más de este cierre. Por ejemplo, en el plano institucional, el Tribunal Superior de Justicia valenciano, en su sentencia de anulación del ERE Radiotelevisión Valenciana (RTVV), reprochó al presidente valenciano Alberto Fabra no haber negociado con los sindicatos las condiciones. Pero el mismo President se animo rápidamente a acusar a los sindicatos y a la oposición de ser los culpables del cierre al negarse a negociar. En la mesa de negociaciones, mientras tanto, un papel con un plan de viabilidad al que nadie hace caso.

La situación es tan extraña en general que los periodistas de Canal Nou que más representatividad están teniendo en estos últimos días son los señalados año tras año de hacerle el juego a los antecesores de Fabra, Francisco Camps y Eduardo Zaplana. Aquellos que se dedicaban a desinformar y manipular, son ahora los portavoces de la libertad de expresión.

Mientras tanto, Canal Nou y Ràdio Nou, sin un director político tras la dimisión de los consejeros nombrados por el propio Partido Popular, alcanzan sus mayores cuotas de audiencia. Y los trabajadores reciben un mail, en castellano, en el que se les indica que tienen un «permiso retribuido» y que no hace falta que vayan a trabajar.

En la televisión, los mismos que silenciaron la voz de Beatriz Garrote, presidenta de la Asociación de Víctimas del Metro 3J, logran colar, por una puerta lateral, la lucha de aquellos que piden responsables por la tragedia y por su gestión. Ya en plató le piden el perdón cristiano en directo.

Y en los tribunales, uno de los liquidadores intenta presentar una denuncia a los trabajadores que resisten en su puesto de trabajo (del que aún no han sido oficialmente despedidos) por ocupación ilegal. El juzgado ordena el desalojo de los trabajadores de su puesto de trabajo.

Y el Consell, que se huele una gran protesta, traslada su reunión semanal a Ibi (Alicante), a cien kilómetros de la capital.

El País Valenciano parece vivir una situación de emergencia. Las calles ya no son tomadas por cuatro personas desencantadas con un gobierno conservador. La apuesta de Alberto Fabra con el cierre de Canal Nou puede ir más lejos: estaría cavando su propia tumba política.

Y la emisión, rodeada de policías, continúa. Parece un golpe de estado, pero es todo lo contrario. Lo que estos días está pasando en el País Valenciano no es más ni menos que todo un homenaje a la figura del gran Luís García Berlanga. Todos a la cárcel.

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