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Avances tecnológicos: ¿cómo para qué y para quién?

La semana pasada, el compañero de la cooperativa Jorge Gaupp, hacía el siguiente comentario en uno de mis anteriores post:

Sin caer en oscurantismos religiosos, en un mundo con semejante desigualdad de poder, debería cuestionarse el dogma contemporáneo de que la ciencia y tecnología son útiles para la sociedad per se. La ciencia en teoría no es buena ni mala, es un método, una herramienta. ¿Pero no es un error epistemológico aislar la herramienta de su contexto? Porque si ese método está al servicio del poder ilegítimo (grandes corporaciones o gobiernos levemente democráticos) ¿no habría que ser un poco más humildes en tanta defensa de las bondades de la ciencia? Quizá dicho cuestionamiento permitiría una investigación de productos y tecnologías más “democráticas” o “revolucionarias” (pensemos, por ejemplo, en la diferencia entre investigar energía solar o nuclear de fusión por ejemplo, por quién es más fácil que sea propietario de la tecnología y el poder que otorga en último término).

Hace unos días, oí decir, cargado de sorna, a uno de los investigadores que me merecen más respeto: «Estoy seguro de que un bit cuántico a 200 mili Kelvin es muy interesante«, en la introducción de su charla sobre catalizadores de fotooxidación del agua, un paso crucial para la generación de hidrógeno a partir de luz solar. Mi colega, admitiendo el interés de otros campos, más teóricos, defendía la importancia y la urgencia del tema de su investigación, de aplicación más inmediata. Su introducción empezaba dando por hecho que no queremos soportar las consecuencias del abuso de los combustibles fósiles, pero que tampoco queremos renunciar a la abundancia energética que nos han proporcionado. Se supone que la energía solar resolverá esta contradicción aparente. Otro día hablamos de la paradoja de Jevons.

Como mi compañero de cooperativa y como mi colega de profesión, yo también creo que quienes trabajamos en ciencia hemos de que plantearnos a cada paso: este avance tecnológico o científico, o esta difusión del conocimiento, ¿cómo, para qué y para quién? Quiero decir: ¿cuales son los costes ambientales y humanos de lo que hacemos? Porque siempre los hay, aunque no pensemos en ellos. Y ¿qué modelo de sociedad motiva el avance? Esto tampoco es obvio, pero incluso las publicaciones académicas de la ciencia básica suelen ir precedidas por una introducción en la que apuntan -explícita o implícitamente- respuestas a esa pregunta. Y, por último. ¿qué parte de la sociedad se beneficia? Porque, aunque a veces no seamos conscientes, no toda la sociedad se beneficia por igual. En la práctica, se trata de un planteamiento que no siempre es fácil. La ciencia básica es fundamental -aquí estoy siendo redundante- y muchas veces es imposible anticipar los usos prácticos que van a tener los avances.

La gente se entretiene con tanto debate sobre pseudociencia, o se habla tan bien de todos los nuevos descubrimientos que la mayoría no puede pagar, y se elude la impotantísima cuestión de a quién sirven los científicos en el escenario actual o en el futuro.

Aquí quiero dejar claro que la seudociencia, en cuanto engaño que es, no hay que debatirla, sino rebatirla. Darle al pueblo herramientas para que se defienda. Igual que decimos que lo que estamos viviendo no es una crisis sino una estafa, hemos de denunciar que un método, un producto o una teoría no son científicos, si no lo son. O que una afirmación es falsa, si lo es.

Y es cierto que algunos avances tecnológicos muy concretos requieren de infraestructuras que parecen incompatibles con la descentralización. Pero la mayoría de descubrimientos podrían beneficiar a la sociedad en vez de a los poderosos. Es la sociedad lo que hay que cambiar, no la investigación, para que la investigación sea democrática y revolucionaria.

Personalmente, a falta de investigar en una cooperativa científica-transformadora, para el sentimiento antisistema me da un cierto consuelo la combinación entre ciencia básica y activismo. Me explico: como los beneficios de la ciencia básica se cosechan en el futuro, podemos pensar que no estamos trabajando para este sistema sino para ese mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones y que tratamos de hacer real cuando salimos del trabajo 😉

La ciencia debería cuestionarse a sí misma antes que nada. Al menos de cara a la sociedad siempre se prefiere dar la imagen de salvadores. Por otra parte, pareciera que la ciencia es lo único a lo que se le otorga credibilidad hoy, despreciando lo que no es experimental. ¿Dónde queda la filosofía? ¿No hay peligro de que la ciencia sin filosofía se vuelva dogmática? Recordemos que los totalitarismos del siglo XX apelaban a la ciencia para crear verdades absolutas, precisamente por haber olvidado el principio básico de que la ciencia es un constante auto-cuestionamiento.

Aquí creo que algo de la responsabilidad es de la ciencia, pero quien tiene que hacer el grueso de ese trabajo es la filosofía de la ciencia. La mayoría de quienes hacemos ciencia no estamos adecuadamente equipados para hacer filosofía de la ciencia. Lo que sí que podemos hacer, aunque no siempre la hagamos, es buena ciencia, y la buena ciencia es lo opuesto del dogmatismo. Como en el caso de las seudociencias, pero con más urgencia, hay que denunciar los dogmatismos y a las verdades absolutas que se hacen pasar por ciencia, en el campo de la política.

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Comentarios
  1. Ok, ahí va, aunque me ha salido un poco largo:
    Parto de la última respuesta del post, porque o bien estoy de acuerdo con los argumentos que Álex expone al principio, o no estoy capacitado para seguir rebatiéndolos.

    Ante mi preocupación en que la ciencia se use de forma dogmática sin el uso de la filosofía, responde:
    «Aquí creo que algo de la responsabilidad es de la ciencia, pero quien tiene que hacer el grueso de ese trabajo es la filosofía de la ciencia. La mayoría de quienes hacemos ciencia no estamos adecuadamente equipados para hacer filosofía de la ciencia. Lo que sí que podemos hacer, aunque no siempre la hagamos, es buena ciencia, y la buena ciencia es lo opuesto del dogmatismo. Como en el caso de las seudociencias, pero con más urgencia, hay que denunciar los dogmatismos y a las verdades absolutas que se hacen pasar por ciencia, en el campo de la política.»

    Aquí hay un problema de partida: ¿acaso no es filosofía de la ciencia este debate? Pienso que sí, pues hablamos de algunas de sus cuestiones básicas. Entonces, ¿resultaría que no estamos suficientemente equipados? Probablemente, y por ello no me atrevería a sentar cátedra sobre filosofía de la ciencia en forma de monólogo. Pero sí a tratar sus temas en un debate, porque creo que, además de que la filosofía nos concierne a todos y que en el debate se ejercita, una discusión argumentada y honesta siempre aporta algo al que la lee. Y si el “equipo de conocimientos” de los que hablamos es escaso, el debate simplemente debería acabar rápidamente: cuando se ha acabado lo que tenemos que decir y empezamos a repetirnos. En cualquier caso, para intentar aportar lo máximo posible, me centro en mi campo de estudio: el análisis del discurso.

    Entrando en la cuestión, la última frase de Álex me suscita una pregunta: ¿Por qué diferenciar entre “pseudociencias” y “dogmatismos y verdades que se hacen pasar por ciencia en el campo de la política”? ¿Acaso no es lo mismo? Según Wikipedia: “Pseudociencia o seudociencia se refiere a una afirmación, creencia o práctica que, a pesar de presentarse como científica, no se basa en un método científico válido, le falta plausibilidad o el apoyo de evidencias científicas o no puede ser verificada de forma fiable”. No entiendo por qué una pseudociencia tiene que pasar a ser otra cosa cuando se encuentra en el campo de la política.

    Este problema en la diferenciación se debe, en mi opinión, a que la palabra “pseudociencia” se ha recuperado y se usa con el solo objetivo de aglutinar y ridiculizar a ciertas terapias consideradas falsas junto con la creencia en lo paranormal. En vez de decir “ciertas terapias falsables y creencias paranormales”, decimos “pseudociencia”, no porque sea más exacto, sino porque es más corto, más potente y empodera más al que lo usa. En consecuencia, podemos decir que este nuevo uso del término cumple una función básicamente emotiva. Esto genera varios problemas:

    El primero parte de reducir un concepto amplio (lo que se hace pasar por ciencia sin serlo) a una categoría limitada (ciertas terapias y creencias). Como consecuencia, en el imaginario colectivo el concepto ha perdido el significado que tenía para rebatir otros fraudes pseudocientíficos mucho más dañinos, como el propio paradigma neoliberal de la economía. Más aún: esta reducción ha tenido el efecto de obviar que el enfoque de la medicina que prima los fármacos sobre la prevención también es pseudocientífico, pues no responde a la evidencia sino a intereses económicos, pero se presenta como ciencia. Curiosamente, la nueva concepción de pseudociencia ha excluido sin motivo lógico a dos esferas de poder, ambas aún hegemónicas en su campo. Esto debería hacernos reflexionar sobre a quién favorecemos con su uso.

    El segundo problema de indefinición, esta vez por amplitud: la palabra, por tener afán emotivo (de ridiculizar) y no racional (buscar exactitud), corre el peligro de incluir, como de hecho ocurre, a muchas terapias que no buscan la legitimidad científica, y que por lo tanto no son pseudociencias, entre ellas varias ramas de la psicología, como las psicoterapias basadas en los afectos o el psicoanálisis, que aun con problemas, ha adelantado nociones hoy muy útiles como la de inconsciente o la de ego. O ciertos procedimientos provenientes de sabiduría tradicional que menciono más adelante.

    El tercer problema es que, por el origen sentimental del concepto, el debate ciencia-pseudociencia se traslada a las categorías bueno-malo, verdad-mentira, aceptable-inaceptable. Este debate establece, implícitamente, que las ciencias representan la verdad. Esto no es cierto, la ciencia sólo se trata de uno de los mejores procedimientos que tenemos para aproximarnos a la verdad, ya que, como ha sucedido en la historia de la ciencia, los principios hoy tomados como ciertos científicamente, pueden no serlo en el futuro a la luz de nuevos descubrimientos. De hecho, cualquier investigación científica busca demostrar algo que previamente es desconocido o entendido como falso.

    Esto me parece muy importante, porque sólo así podemos valorar que hay disciplinas no científicas (filosofía, psicología, arte, literatura…) que, también suponen, cuando se hacen bien, intentos honestos y útiles de aproximarse a la verdad. Y que, por las limitaciones de la ciencia, a veces se adelantan a los hechos que ésta todavía no ha desarrollado medios para demostrar, por ejemplo, en el campo de los sentimientos o el uso del lenguaje. Mientras que la exaltación de la ciencia como verdad suprema ha provocado en la historia muchos “monstruos” como el darwinismo social, la teoría de la “elección racional” en economía, o muchos de los métodos conductistas en psicología. Y no debemos olvidar que la mejora de la sociedad actual requiere del fomento de la imaginación y de una subversiva gestión de los afectos, unas pautas que pueden verse enormemente subestimadas por una defensa dogmática de la ciencia.

    En relación con lo anterior, he visto que muchos de los defensores de la ciencia arguyen que todo lo que no se pueda demostrar experimentalmente, o en especial mediante el comportamiento de las moléculas, es falso. Esto no sólo ignora la historia de la ciencia, sino que además desautoriza el método científico empírico. Es decir, el que es capaz de probar relaciones causa-efecto aun sin poder explicar (todavía) el proceso. En farmacia, hay métodos como el doble ciego para evitar el efecto placebo y el sesgo del observador en una investigación. Esas sí son armas que el pueblo debe emplear para evitar el fraude, antes que conceptos limitantes como “pseudociencia”.

    Por último, me gustaría ilustrar con dos ejemplos el problema de cargar con esta emotividad al mencionado concepto, haciendo que se use para distinguir entre lo bueno y malo. Hoy día muchos fisioterapeutas usan, para quitar una contractura, una aguja que introducen en el punto exacto y la conectan a una máquina que la hace vibrar durante unos minutos. Se trata de un método perfectamente reproducible y explicable fisiológicamente, pues es como un masaje más profundo que relaja el músculo. Otro ejemplo sería el pilates, que surge cuando los entrenadores occidentales demuestran la importancia de la respiración al estilo de ciertas prácticas orientales para el fortalecimiento de los músculos internos. Ambos avances, hoy aceptados científicamente, provienen sin embargo de prácticas consideradas por muchos como “pseudociencias”. Por lo tanto, ya cargan con el estigma negativo de dicha palabra, provocando rechazo en mucha gente y la ridiculización y estigma del que lo practica. Además, de acarrear dificultades para quien quisiera investigar cosas como éstas en el futuro.

    En definitiva, me preocupa la resurrección del concepto “pseudociencia”, por usarse con una finalidad emotiva y limitada (especialmente excluyendo arbitrariamente a los grupos de poder) trae más problemas que ventajas. Entre ellos, corre el riesgo de defender, implícitamente, a la ciencia experimental como la verdad absoluta. Esto provoca el menosprecio tanto de las humanidades e incluso método empírico. Un mayor debate en el marco de la filosofía de la ciencia, así como un intento de reducir la especialización académica, podría prevenir estos problemas.

    Como idea provisional, propongo al compañero Álex que sería más adecuado usar el término “terapias falsables” y “creencias paranormales”, y usarlos por separado, desestimando la palabra “pseudociencia”.

  2. Muchas gracias por la contestación, Álex. Me gusta mucho esta idea de hacer debate argumentativo a través de los posts (creo que en general debería haber más en los medios, porque permiten introducir un poco de complejidad entre tantos monólogos de opinadores y tertulianos que no argumentan ni dudan nunca, sino que vomitan sus opiniones empaquetadas), así que voy a preparar uno para contestare. Un abrazo!
    Jorge

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