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El útero como negocio
La extirpación innecesaria de este órgano a mujeres del medio rural, casi siempre de castas bajas, es una actividad floreciente en India
ANDHRA PRADESH // Acudió a una clínica privada por una apendicitis y volvió a su casa sin útero. “La doctora dijo que, ya que había que operar, lo mejor era extirpar también el útero y así evitaría tener cáncer en el futuro”, relata Ramana, una mujer de una aldea india, indignada por el engaño que sufrió por parte de una ginecóloga cuyo único objetivo era hacer negocio con su salud.
Por un no tan módico precio, 50.000 rupias (650€), Ramana pensó que prevendría problemas de salud en el futuro y se evitaría la incómoda menstruación que impide, según dicta la tradición, que las mujeres indias participen en festivales y celebraciones familiares. Nadie le explicó las consecuencias que tendría una menopausia a los 35 años y la urgencia con la que la doctora apremió a la mujer no dejó lugar a preguntas. Osteoporosis, dolores corporales, palpitaciones y sofocos no le permiten ni siquiera realizar las tareas domésticas sin sentir que le falta el aliento y ahora su familia se resiente porque no puede llevar un jornal a casa.
Ramana comparte esta situación con al menos otras 200 mujeres de un pueblo de 1.000 familias, Panthangi, en el norte de Andhra Pradesh, donde se ha practicado histerectomías innecesarias incluso a chicas de 20 años.
No hay números ni registros oficiales actuales, pero esta práctica es frecuente en Estados de India como Bihar, Chattisgar, Rajastán y Andhra Pradesh. Los datos de la segunda Encuesta Nacional de Salud de 1999 –los últimos oficiales disponibles–, revelaban que Andhra Pradesh es, de lejos, el estado más afectado y que a los 34 años el 13% de las mujeres habían sido sometidas a esta menopausia obligada. Este problema no ha hecho más que ir en aumento desde entonces.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2011, la inversión pública en sanidad de India se situaba en el 3,87% de su producto interior bruto, frente al 9,44% que invirtió el Estado en España. Esta escasa inversión en sanidad no es inocua. “El sistema sanitario público indio se ha colapsado. En algunas zonas, simplemente, no existe”. Lo reconocía públicamente el ministro de Desarrollo Rural de la India, Jairam Ramesh, a finales del año pasado. La ley del marketing que dice que donde hay una carencia, hay negocio, se está cumpliendo también en este caso. Desde mediados de los años 1980 la sanidad privada ha experimentado un rápido crecimiento, un sector para el que las histerectomías son un suculento negocio. La puesta en marcha en 2008 de un seguro médico que cubre ciertas operaciones en hospitales privados, ha hecho que las cirugías innecesarias se hayan multiplicado en Andhra Pradesh.
Afán de lucro
Es domingo y en el hospital público de Bangargudda, a escasos kilómetros de Panthangi, pacientes y familiares campan a sus anchas en una habitación con una veintena de camas. Dos parturientas emiten quejidos sordos tras una puerta entreabierta mientras la enfermera repasa sus notas sentada en la oficina. El centro cuenta con servicios ginecológicos de lunes a sábado por la mañana, pero derivan los casos complicados a Hyderabad, a dos horas de allí. No es casualidad que después de su jornada, el ginecólogo del hospital también trabaje en una clínica privada, donde cobra en función de las intervenciones que realiza, una práctica frecuente en todo el país.
El negocio es redondo: en los hospitales públicos detectan casos que no tratan y que derivan a sus clínicas privadas. La diferencia es abismal para los pacientes, pero también para los doctores, que pasan de cobrar unas 100 rupias (1,3€) por consulta a una media de 20.000 (260€) por cada histerectomía realizada. “El pan nuestro de cada día”, así es como se refieren a las extirpaciones de útero en los círculos médicos.
“Lo ético sería que los médicos invirtiesen tiempo en el diagnóstico y el tratamiento, pero en esto no hay beneficio. A algunos médicos sólo les preocupa ganar grandes cantidades de dinero en poco tiempo y para eso hay que realizar operaciones”, explica el doctor Prakash, que ha puesto en marcha una ONG, Life, que provee servicios sanitarios a mujeres de las zonas rurales y ha llevado a cabo una campaña contra las histerectomías innecesarias en el Estado.
La ginecóloga que trató a muchas de las mujeres de Panthangi en la clínica privada que abrió en Choutuppal, a siete kilómetros del pueblo de sus víctimas, se ha aprovechado de la ignorancia ajena durante diez años. El boca-oreja convirtió a la doctora en un referente; a ella acudían las mujeres de la zona para resolver problemas ginecológicos menores. Nunca sospecharon que su deteriorado estado de salud estaba estrechamente vinculado con aquellas operaciones. La falta de información es tal que a día de hoy ninguna de ellas sabe si tiene ovarios o no, un órgano cuya extirpación aumenta el riesgo de muerte por enfermedades del corazón y varios tipos de cáncer.
Pero un día, Danamma, una de las vecinas afectadas, escuchó hablar en la radio al doctor Prakash y comprendió el engaño. Hoy Danamma se ha convertido en una activista que trata de informar a las mujeres de su pueblo sobre las consecuencias de estas prácticas. “Me siento culpable porque dejé a medias el tratamiento que me habría curado y me sometí a esta operación, pero también estoy indignada porque nadie me explicó qué consecuencias tendría para mi salud”, afirma Danamma, que cree que si hubiera tenido la información adecuada habría podido curarse.
La ginecóloga niega los testimonios de las mujeres: “Sólo he practicado histerectomías cuando las pacientes lo requerían”, repite invariablemente cuando se le plantea la pregunta, y asegura que el 99% de las clínicas privadas siguen criterios éticos. Afirma además que “una ecografía puede ser suficiente para determinar si es necesario practicar una histerectomía”, algo que desmiente radicalmente la doctora Kameswari, ginecóloga que dirige la ONG Life junto a su marido: “Es necesario realizar otras pruebas, como una colposcopia o una biopsia, dependiendo del caso. El problema es que muchos médicos no están siguiendo los protocolos y recomiendan histerectomías para problemas que tienen tratamiento farmacológico”.
Después del nacimiento de su tercer hijo, Suguna no paraba de sangrar y, tras probar un tratamiento que no funcionó, sus suegros preguntaron a los vecinos qué hacer. “Acudieron a otro doctor y le pidieron directamente que me hiciera una histerectomía”, relata la mujer. El mismo patrón que con las demás mujeres: una ecografía y una operación de urgencia. Tenía 20 años y se acababa de convertir en “una mujer vieja”, que es como ella misma se describe. Hoy, con 27, está muy delgada, se mueve despacio y apenas levanta la vista del suelo.
La doctora Kameswari y el doctor Prakash realizaron en 2009 una investigación sobre las histerectomías practicadas en un pueblo del distrito de Medak, en el norte de Andhra Pradesh, donde encontraron que la media de edad a la que se produjo la extirpación del útero es de 28 años. También apunta que cada vez se realizan estas intervenciones en mujeres más jóvenes. El 95% de ellas lo hicieron en hospitales privados, y la mayoría pertenecen a las castas más bajas y no tienen educación. Al menos esta investigación no quedó en mero papel y en 2010 el gobierno estatal emitió una ordenanza limitando las circunstancias en las que se podían realizar histerectomías. Un importante paso adelante que se enfrenta, sin embargo, a una difícil puesta en práctica dada la escasa supervisión que hay en el sistema sanitario indio.
El oprobio de la menstruación
Suguna admite que una de sus pesadillas terminó con aquella operación. “Cuando tenemos la regla no podemos participar en ningún festival. Es así, tenemos que aceptarlo”, se resigna la mujer ante las creencias que las consideran impuras durante la menstruación. Estas mujeres utilizan simples trapos que se atan a la cintura con una cuerda y, si se manchan el sari –el precioso vestido femenino de India–, la gente las señala y se burla de ellas. El estigma por el simple hecho de ser mujer y la ignorancia las empuja a buscar soluciones radicales. “Durante el periodo, las mujeres deben sentarse en una esquina y no pueden tocar a la gente. Muchas toman pastillas para retrasar la regla y que no coincida con los festivales. Las mujeres experimentan la menstruación como algo negativo y quieren deshacerse de ella”, apunta la doctora Kameswari.
Creen que sin el útero acabarán sus problemas. Sin embargo, tras la operación llegan otros nuevos. Pushpa se enfrenta desde hace cuatro años, no sólo a la presión de un prestamista local a quien pidió un crédito para pagar la operación, también a la incomprensión de su marido. Ya no tiene ganas de acostarse con él y esto, en muchos casos, acaba siendo causa de violencia de género.
La resignación, la lentitud de la justicia y su coste prohibitivo no incentivan a que las mujeres denuncien estas brutales vulneraciones de sus derechos. Y, sin denuncia, la ginecóloga sin escrúpulos que ha convertido a estas mujeres en ancianas tiene libertad para seguir operando, como lo está haciendo actualmente, en un hospital del Gobierno. Ellas, campesinas pobres y analfabetas, han sido ultrajadas por las leyes que permiten comerciar con la salud: les quitan el útero y les están robando la vida.
[Artículo publicado en el nº 9 de La Marea, en venta en quioscos y aquí]
Impresionante el retrato de estas sociedades que, como siempre, nos quedan lejos y desconocemos. Y criminal el trato hacia mujeres y pobres. Espero que esto sirva para pararlo de alguna manera. Gracias.