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La transexualidad, un género más
Las personas transexuales dieron un paso de gigante al pasar de la estigmatización a que su condición dejara de ser considerada una patología
MADRID // En 1975, cuando se dejó de considerar oficialmente la homosexualidad como una enfermedad mental, fue cuando la transexualidad entró en el manual de diagnóstico de trastornos mentales. Entre los protocolos de tratamiento de esta “patología“ se incluía, por un lado, que sería un psicólogo quien determinaría si una persona padecía esta enfermedad. Por otro lado, si el doctor daba el visto bueno, estas personas podían ser incluidas en el programa de intervenciones quirúrgicas de cambio de sexo.
En una mesa redonda sobre el género para las personas trans organizada por la librería madrileña Traficantes de Sueños que tuvo lugar este viernes, una de las psicólogas que realizan acompañamientos a las prostitutas del colectivo Hetaira, Cristina Garaizabal, explicó que, a pesar de la estigmatización de estas personas que esto supuso, el aspecto positivo fue que, al menos, comenzó a dárseles visibilidad y a verbalizar su realidad.
Sin embargo, el hecho de que un psicólogo decidiera que estos “trastornados mentales“ se debían operar implicaba un recorte de su capacidad de decisión, porque una persona ajena era la que determinaba si le hacía falta y qué le hacía falta. Además, el hecho de intervenirse para ser físicamente mujer u hombre también fomentaba el binarismo, pues “categoriza y apuntala el sistema de géneros de manera que no se permite un punto medio, nada que suponga que la sociedad no pueda catalogar a las personas trans“.
Hombre, mujer o nada
Uno de los problemas fundamentales a los que se enfrentan las personas trans tiene que ver con la categorización social de los géneros y la obligación implícita que uno tiene para adecuarse al rol que se les atribuye. Por un lado, únicamente se reconoce como “normal“ a aquel que biológicamente nace hombre o mujer y su comportamiento se ajusta a lo que se espera de ellos. Sin embargo, hay muchas personas que no se identifican con el género que se corresponde con su sexo biológico, sino que lo hace con el sexo opuesto o con alguna etapa intermedia en el proceso de tránsito entre uno y otro.
Garaizabal explica que en los primeros años de los movimientos feministas, su lucha se basaba en rebelarse contra la jerarquización impuesta mediante la que el hombre era superior y tenía más beneficios y más derechos por el hecho de no ser mujer. Pero esta lucha “mantenía la dicotomía de la naturaleza y sus roles y sobre la base de esta se construía la identidad del género“. Es decir, que no se cuestionaba el binarismo de géneros sino que se reforzaba a partir de la lucha de la mujer contra el hombre.
A partir de los años 90 comenzaron a cobrar fuerza otros sectores de mujeres que habían sido excluidas de los movimientos feministas en el inicio, como las lesbianas, las inmigrantes, las prostitutas o las trans. Y tuvieron que pasar casi dos décadas más para que el debate dentro del feminismo dejara de basarse en el cuestionamiento de las jerarquías sociales para comenzar a plantearse que la lucha debía ir orientada a denunciar de manera general cualquier sistema de opresión relacionado con el sexo y el género. “Poco a poco la lucha comienza a basarse en la denuncia de la estructura misma de géneros que condiciona nuestra libertad por tener que acomodarnos a los roles previamente establecidos“, contaba Garaizabal.
Despatologización de la transexualidad
Las reivindicaciones de los transexuales comenzaron a tomarse más en serio con una de las mayores victorias que han logrado hasta el momento: conseguir que dejaran de considerarlos como enfermos mentales. Esta despatologización de las personas trans culminó con la inclusión de las operaciones de cambio de sexo o los tratamientos médicos asociados a esta realidad dentro de la Seguridad Social. Junto con la inclusión de las necesidades médicas de los trans dentro del sistema sanitario público, aparecieron nuevos debates dentro de los colectivos feministas en general y de transexuales en particular.
En primer lugar, se plantea la necesidad de cuestionar la existencia única de dos géneros delimitados, definidos y con una sola identidad asociada a cada uno de ellos. Pero también resulta imprescindible admitir que la construcción de la identidad se hace en la intersección de diferentes variables, que no hay una sola categoría dentro del colectivo. Es decir, que uno no nace biológicamente hombre pero quiere ser mujer según lo ha determinado la sociedad sino que, como aseguraba Garaizabal, “el tránsito no tiene una finalidad concreta. Tiene que ver con el desarrollo de la propia identidad, con un proceso que se divide en fases en las que cada uno debe detenerse en la medida en que sienta que pertenece a ella“.
Por otro lado, la sociedad en su conjunto también tiene un papel relevante, ya que es debido a la falta de tolerancia y comprensión ante realidades no categorizadas cuando surgen la discriminación, la estigmatización. Garaizabal denunciaba que las personas trans “siguen siendo tratadas como perturbadas mentales aún hoy“. Esto implica que sientan angustia o miedo y no sepan a quién recurrir para explicarse qué les está pasando. Pero también “genera un rechazo interno que, en el caso de que se sometan a una operación de cambio de sexo que culmine en una transformación completa, les lleva a negarse, a renegar de su propio pasado y a no reconocer que nacieron con un sexo biológico que no se correspondía con su identidad“.
Evitando cualquier maximalismo o cualquier palabra o frase inadecuada, porque en estos tiempos de plomo hay que huir de lo incomodo, sugiero sustituir trastorno o incongruencia por algo tan sencillo como la duda. Duda acerca de mi género, duda acerca de la especie a la que pertenezco. Derecho a reconocer mi duda sin que la ley o las convenciones subviertan mi derecho a dudar de casi todo. Paz y amor! con la libertad de cada uno.
Enhorabuena. Es un tema olvidado entre tanta economía y debate por el color de la bandera.
Lo peor no es el estigma, sino el paso final al autoestima, cuando son los mismos individuos quienes se autocastigan mental y fisicamente. Entonces se utilizan estos casos para justificar la categorización de la transexualidad como enfermedad. Pero lo cierto es que es consecuencia de un proceso social, no de la condición sexual.