Opinión
La prueba de idoneidad de Ana Botella
A Madrid ya no le quedan alfombras donde esconder tantos problemas por resolver mientras el Ayuntamiento planea una batería de multas a la pobreza
Muchas mañanas he pensado que lo único que alegra el día en este Madrid empobrecido, sucio y privatizado son los músicos que ajenos a la tristeza que les rodea se concentran en un rincón del metro, en una esquina de cualquier calle y regalan su arte a tanto transeúnte vapuleado.
Hay una pareja de violinistas, padre e hijo, que encuentro todos los días en la estación de metro de la Puerta del Sol. No se miran, no miran a nadie, solo tocan y durante los segundos que tardas en pasar frente a ellos son capaces de convencerte de que no estás en una ciudad decadente a la que pretenden quitar hasta el alma, sino en cualquier lugar luminoso del mundo donde los responsables son gente honesta, el bien común es común y la ciudadanía tiene sueños e ilusiones.
A todos estos músicos, la alcaldesa Ana Botella pretende hacerles una “prueba de idoneidad”. Cuando oí la expresión me recordó el examen que pasamos todos los padres y madres adoptivos. Cuando pretendes tener una familia hay un grupo de funcionarios que decide si eres idóneo/a para tener un hijo. Básicamente, esa idoneidad se decide calculando si tienes dinero o no lo tienes. La idoneidad para vivir en Madrid está basada en el mismo criterio.
Las nuevas ordenanzas municipales de la alcaldesa son una relación de multas por falta de idoneidad: a los músicos que tocan en la calle, a quienes pidan limosna, a quienes trasladen a los toxicómanos a los puntos de venta de droga, a quienes acampen o cocinen en la vía pública; a quienes usen los bancos para otra cosa que no sea sentarse, a quienes se ofrezcan a limpiar parabrisas en un semáforo… a quienes no tengan dinero.
Cuando se está barriendo sin recogedor, se esconde lo que no se quiere ver debajo de las alfombras. A Madrid ya no le quedan alfombras en las que esconder tantos problemas sin resolver, ya no hay sitio para tantas personas sin trabajo y sin opciones de enderezar su vida. Para acabar de dar un aspecto digno a una ciudad a la que no se sabe dirigir ni gobernar ni gestionar, la alcaldesa ha decidido utilizar ambientador. No sabe eliminar los problemas que provocan el mal olor de manera que solo los disimula.
Además de las multas a la pobreza, Botella ha decidido meter en el mismo saco otros problemas de igual calado pero de origen bien distinto. Así, en las mismas ordenanzas pretende regular cuestiones como la prostitución, las burlas, pintadas, coacciones, insultos, vejaciones o agresiones de carácter discriminatorio (xenófobas, racistas, sexistas, homófobas, etcétera), especialmente contra menores, ancianos y discapacitados.Madrid necesita una prueba de idoneidad, sin duda: la de su alcaldesa, que debe someterse a unas elecciones para merecer un cargo para el que fue designada sin el voto de la ciudadanía y para el que a todas luces no está preparada.
Ella quiere que los pobres estén como en los alrededores de El Vaticano: de rodillas, la frente contra el suelo y una mano levantando la taza donde, con suerte, igual cae una moneda.
En el fondo, todos piensan lo mismo que Ángel Pelluz, aunque no lo digan.