Opinión

Inmigración, los auténticos culpables de la tragedia

El debate sobre lo sucedido en Lampedusa obvia señalar a las leyes europeas de inmigración, que fuerzan a los inmigrantes a arriesgar su vida para alcanzar Europa.

Giuseppe Catozzella // En estas horas, en los telediarios [italianos], en la radio, en algunos periódicos se culpa de  las tragedias en el mar de estos años (no recuerdo el número de la hecatombe: 20.000 hombres, mujeres y niños sepultados dentro de nuestro hermoso mar Mediterráneo) a los patronos de las pateras; es decir, aquellos hombres que, junto con otros pocos hombres, organizan los viajes de las pateras desde la costa de Libia (casi todas zarpan de Trípoli) y las conducen a Malta o a Lampedusa. Los patronos de las pateras. Y todo el mundo venga atribuirles a ellos toda la culpa y a lavarse así, a toda prisa y con furia, la conciencia.

No, no es precisamente así. Esto como si atribuyéramos la responsabilidad de la Shoah [holocausto] a quienes, en los campos de exterminio, abrían las duchas de gas en la habitación de al lado. No, no es así. La responsabilidad de nuestra shoah cotidiana y silenciosa es sólo una: una legislación (italiana y europea, naturalmente con el acuerdo del «gobierno» libio) que prohíbe a los prófugos (recordemos que a menudo estas personas han huido de la guerra, pero también de la precariedad y de la pobreza) alcanzar Europa. No pueden entrar. Son clandestinos que hay que rechazar, no prófugos a quienes, por las más mínimas razones humanitarias, sería nuestro deber prestar auxilio.

Como clandestinos destinados al rechazo, estas personas se ven forzados a ponerse en manos de los patronos de pateras (que, por otra parte, cobran muy caro sus servicios: la travesía cuesta de 1.000 a 2.000 dólares americanos). Estos patronos, fuera de la ley, pueden hacer de sus pasajeros lo que les parezca, incluido embarcarlos en cascarones oxidados. Y es sólo porque son tahrib, clandestinos, que se ven obligados a viajar en esas condiciones; que se les fuerza a entregarse a una muerte posible; que saben que, en caso necesario, no pueden ni tan siquiera ser asistidos por barcos civiles locales porque, si éstos lo hacen, infringirán la ley que prohíbe auxiliar a los clandestinos, so pena de ser imputado de promover la inmigración clandestina. No se imputa a los mafiosos que organizan la llegada de estos inmigrantes a Italia para explotar esta paupérrima mano de obra en los campos o en las obras, no; el delito de promoción de la inmigración clandestina es para quien ayuda a los inmigrantes. Esto es, de nuevo, y continuamente nos topamos con lo mismo, una farsa.

Pero, ¡dios santo!, si al menos los periodistas fuesen honrados. No digo ya que lo sean quienes han querido y defienden cada día nuestras leyes; digo los periodistas que dan las noticias en televisión, radio y periódicos. No hace falta reflexionar mucho para comprender que si estos prófugos tuviesen unas mínimas garantías, si no fuesen ilegales, su viaje sería bien distinto. Con garantías. Normal. Caliente. Con agua. Con comida. Con mantas. Y seguro.

 

[Artículo publicado originalmente en el diario italiano Il Fatto Quotidiano]

 

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Comentarios
  1. «Mi Patria es el Mundo mi Familia la Humanidad».
    Por mucho que la mafia financiera y económica que rige el mundo lo impida, un día será así.
    No sólo hay campos de exterminio. Tambien hay leyes de exterminio y mares de exterminio.

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