Opinión
Apuntes postsoviéticos
Si el extranjero tiene la ocurrencia de ir a alguna pequeña ciudad o aldea fuera del circuito turístico verá sitios sumidos en el atraso y una población que sobrevive como puede.
JUAN PABLO DUCH // Cualquier extranjero que visite Moscú por primera vez –o que no haya estado aquí unos 10 años– encuentra la capital de Rusia como una ciudad deslumbrante, llena de hoteles de cinco estrellas, coches de lujo, tiendas de marca, restaurantes para todos los gustos, supermercados con los alimentos más exóticos del mundo, vinaterías con botellas exclusivas. Y, por si fuera poco, muchos de estos establecimientos permanecen abiertos las 24 horas.
En San Petersburgo, la segunda ciudad más importante del país, ya se empiezan a notar las diferencias, aunque la belleza de su arquitectura y los canales que le valieron el sobrenombre de Venecia del norte, compensan la reducción de la oferta de lujo y diversión de Moscú.
Pero si el extranjero tiene la ocurrencia de ir a alguna pequeña ciudad o aldea fuera del circuito turístico no podrá creer lo que ve, sobre todo si lo compara con la capital: sitios sumidos en el atraso y una población que sobrevive como puede.
Así son los desequilibrios que hay en Rusia, donde Moscú no es sólo el escaparate de bonanza que pretende ser toda capital en relación con la provincia o la periferia.
En Moscú también se tiene el resultado de una mezcla de factores (economía basada en la exportación de hidrocarburos y otras materias primas; corrupción generalizada en el interior del país y envío de familiares a la metrópoli; mayores oportunidades de trabajo; entre otros), que hace posible que los capitalinos, menos de 10 por ciento de los habitantes de Rusia, concentren en sus manos más de 80 por ciento del dinero de todos los rusos.
No sorprende que Moscú haya superado a Nueva York como la ciudad con mayor número de multimillonarios residentes, de los que tienen más de mil millones de dólares, y que aquí vivan 130 mil familias con ingresos superiores al millón de dólares por año, es decir, casi medio millón de personas con un nivel de vida muy alto.
En contraste, el salario promedio en muchas regiones de la Federación Rusa no llega a 500 dólares mensuales y, en la mayoría de las aldeas, no son pocas las familias que ganan entre 70 y 100 dólares por mes, apenas para subsistir.
Y cada vez es más grande la brecha entre la Rusia de las grandes urbes; la de las ciudades pequeñas y dependientes de alguna industria; la rural y abandonada; y la subsidiada del Cáucaso del norte y sur de Siberia.
En estas cuatro Rusias que existen dentro de un mismo país, descubiertas por la socióloga Natalia Zubarevich hace dos años, viven personas con desiguales niveles de vida, oportunidades de trabajo y acceso a los bienes culturales: más o menos 30 por ciento de la población del país en cada una de las tres primeras y un 10 por ciento en la última.
Parece ya imposible reducir esos desequilibrios con el actual modelo de gobierno y, más tarde o temprano, habrá que enmendar el rumbo o enfrentar un estallido social.
[Artículo publicado originalmente en La Jornada]