Opinión

Cuando el clasismo induce al suicidio

El suicidio anómico no tiene nada que ver con lo que se tiene o con lo que se carece, sino con los deseos y expectativas creadas que no son colmadas y que la sociedad no es capaz de suministrar

El suicidio de Amparo esta semana en Madrid ha vuelto a poner en el foco de la actualidad en una de las realidades más escondidas que habitan la sociedad. El tabú por antonomasia de los medios de comunicación que por la poca práctica nunca lo tratan con la delicadeza y el rigor exigido.

Amparo se suicidó. Conocer las causas específicas por la que esta mujer de 45 años lo hizo requiere un análisis profundo y sosegado que sólo el conocimiento de la situación personal de Amparo puede llevar a buen término. Sólo ella sabía los motivos por los que decidió quitarse la vida. Sólo conocemos un retazo de la complejísima vida que todo ser humano tiene y quizás esa foto fija de su vida pueda parecernos motivo suficiente para conocer qué ocasionó que decidiera ponerle fin. Pero al fin y al cabo esa parte de su existencia seguirá siendo sólo una porción del intrincado crisol de emociones que Amparo tuvo en su vida y sufrió el día que decidió su fatal destino.

Los suicidios y las crisis

Emile Durkheim, en su monumental obra El Suicidio, considera ley que las crisis económicas tienen una influencia agravante sobre los suicidios. En esa línea existen estudios como el de la revista The Lancet que en 2009 publicó una investigación que concluía que por cada 1% de aumento del desempleo aumentaba un 0,8 las tasas de suicidio en menores de 65 años. Un estudio de la OMS en 2011 también vinculaba de manera clara el impacto de la crisis económica en los suicidios. Si bien es cierto que en España, según los datos facilitados por el INE, los suicidios en términos absolutos no han aumentado durante la crisis hasta 2011. En febrero de 2014 se publicarán los datos relativos a 2012 y se podrá ver si la tendencia se mantiene.

En las estadísticas de los suicidios llama la atención que el pico mayor sea en el año 2004, cuando España se encontraba en plena bonanza económica. Lo cierto es que existe un punto en común entre el probable aumento de los suicidios por causa de la crisis económica como defiende la OMS y el mayor número de suicidios en términos absolutos del año 2004 durante una época de crecimiento.

Emile Durkheim lo explicaba de la siguiente forma:

“Si en las crisis industriales o financieras aumentan los suicidios, no es por lo que empobrecen, puesto que las crisis de prosperidad tienen el mismo resultado; es porque son crisis, es decir, perturbaciones de orden colectivo”. 

Durkheim explicaba que toda rotura del equilibro preexistente, aún cuando éste llevase a un bienestar más grande, siempre dejaba fuera del sistema a ciertos elementos de la sociedad que no sentían colmadas las expectativas que esa sociedad les creaba y a su vez le negaba. Cuando esta desesperación llevaba al suicidio del individuo, Durkheim lo llamaba el suicidio anómico.

El Suicidio anómico y el clasismo

El suicidio anómico no tiene nada que ver con lo que se tiene o con lo que se carece, sino con los deseos y expectativas creadas que no son colmadas y que la sociedad no es capaz de suministrar. Según Durkheim la capacidad para crearse expectativas no tiene un límite fisiológico y debe ser un agente externo el que lo limite. Ese agente externo es la sociedad.

Los apetitos emocionales que un individuo tiene son limitados por la sociedad. Ésta establece una reglamentación sobre lo moralmente aceptable para cada clase social en lo que se refiere a sus expectativas de progreso y los deseos que puede tener y colmar. Para ello, es necesario concienciar a los individuos de lo que ellos pueden hacer y lo que no, de lo que pueden aspirar a conseguir y lo que está fuera de sus posibilidades. Ningún ser humano aceptaría límites para sus expectativas si se considerara apto para conseguirlo, por ello, es necesario que la sociedad mediante sus elementos de control convenzan al individuo de que lo que se desea está fuera de sus posibilidades.

Vivir por encima de tus posibilidades

Existe una reglamentación moral que tolera los máximos aceptables de bienestar para cada clase social y que suele variar con los ciclos económicos.

En época de bonanza económica existen unos límites más laxos para las clases trabajadoras que incluso se llegan a estimular por el “bien común”. Durante la época de crecimiento, en España se instaba a comprar primeras viviendas de calidad, segundas viviendas, coches deportivos y de alta gama, muebles de diseño; es decir, el límite del bienestar tolerado para las clases trabajadoras se amplió por la buena marcha económica. Cuando la crisis económica llegó, se consideró el nivel de bienestar tolerado en la bonanza para la clase trabajadora la causa de la existencia de la crisis, ya que ésta se produciría porque las clases más desfavorecidas habían sobrepasado el límite tolerable del bienestar que les correspondía.

Lo que tan sólo es un planteamiento moral e ideológico de las clases dominantes de las sociedades individualistas se convierte en causa económica. Las clases dominantes de la sociedad atribuyen un coeficiente de bienestar admitido según el lugar en la escala de clases que se ocupe. Cuando estos límites se sobrepasan se produce un quebranto en la opinión pública, ya que ésta no tolera que se puedan emplear recursos de manera inapropiada en cuestiones superfluas.

Un ejemplo de esta atribución de lo tolerable en los límites del bienestar de determinadas clases sociales es una noticia que La Voz de Galicia sacó a la luz en diciembre de 2012. “Una familia pobre de Sada gasta un donativo en percebes e ibéricos” decía el titular de la noticia del diario gallego.

El titular refleja de manera “brillante” el clasismo que subyace en los límites del bienestar tolerable por la sociedad para determinados grupos. La familia pobre, que quede claro su lugar en la sociedad, sobrepasa los límites tolerables del bienestar que su posición en el status social le tiene reservado. La caridad no tolera que el gasto de la dádiva sea para otra cosa que la exigida por el dador. La subsistencia.

El clasismo inductor del suicidio

Esta delimitación del bienestar tolerable según la clase que ocupas es la que provoca un mayor índice de infelicidad en la sociedad actual. El mensaje de haber sobrepasado el límite y “vivir por encima de las posibilidades” provoca un sentimiento de culpa en los ciudadanos. Éstos tan sólo tienen la culpa de sucumbir a la persuasión del entorno y la publicidad, que le marcó unos límites del bienestar muy por encima de lo que ahora se acepta como conveniente para su clase.

El suicidio anómico se produce cuando el individuo sufre un vacío por no poder colmar esas expectativas vitales que le son creadas, ese desfase entre lo conseguido y lo deseado es alimentado con las falsas necesidades creadas. La publicidad en la sociedad de consumo es la que produce esas falsas necesidades que alimentan las expectativas del individuo. Ya en el siglo XIX Émile Zola llamó “traficantes en deseos” a los dueños de los primeros grandes almacenes franceses. Pioneros en ofrecer lo que sólo unos pocos podían conseguir alimentando la frustración de ciertos elementos de la sociedad.

El individuo de las sociedades occidentales está instruido para el consumo, desde que nace está imbuido por multitud de elementos que lo adoctrinan para sustituir el ocio por el consumo. La misma sociedad que te crea los deseos, los adapta para cada clase social y penaliza al individuo cuando se extralimita en su bienestar, es la misma que no tiene los parámetros de control para cuidar al individuo de sí mismo si no es capaz de cumplir lo que la sociedad espera de él.

Lo que ahora la sociedad en su mayoría considera “vivir por encima de sus posibilidades” para un trabajador que adquirió una hipoteca o compró un coche, en el año 2005 era promovido por la misma sociedad de consumo. Los resortes de la publicidad, de las grandes empresas, de los órganos de gobierno instaban a los trabajadores y a la entonces llamada clase media a comprar y endeudarse para mejorar su bienestar.

Un spot de Caja Madrid de 2005 (https://www.youtube.com/watch?v=gjQT84tawbw) que llamaron “satisfaction” llamaba a pedir créditos y dinero para construir tus sueños y ayudarte a ser lo que quieras ser. Dinero para un yate, para viajar, para comprar un coche. En el año 2005 se consideraba que un trabajador podía tener un estado del bienestar que ahora se considera irresponsable.

Cuando un individuo de la clase trabajadora asume que es su culpa haber sobrepasado los límites del bienestar tolerable para su clase social puede no adaptarse a las reglas del nuevo ciclo económico (cuando este ciclo es creciente por no alcanzar el nivel de bienestar de su entorno y cuando es decreciente por no poder mantener su nivel anterior).

No soportar ser el responsable de su propia situación y la de su familia es un factor de riesgo muy considerable en la aparición de trastornos mentales que deriven en el suicidio, el que Durkheim llamó anómico. El suicidio que tiene que ver con las reglas que la sociedad usa para unir las relaciones entre sus individuos. El suicidio que ocurre cuando se culpabiliza al ciudadano que ha seguido las reglas que la sociedad marcaba para su clase y es abandonado ante sus miedos, culpa y desesperación.

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Comentarios
  1. Muy buen artículo, sobre todo porque da pie a reflexiones ulteriores.
    El Capitalismo es, entre otras cosas, una fábrica de frustraciones permanente. Resulta interesante repensar la anomia como problemática colectiva. La ruptura del vínculo social como suicidio colectivo. Revisitar la obra de Durkheim para adaptarla a los tiempos actuales.
    Bravo

  2. Me parece fascinante el tema, aunque no veo la correlación entre los datos y las afirmaciones. Hay margen de perfeccionamiento. Gracias.

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