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Que las esperanzas de las revoluciones árabes no queden ahogadas en sangre
VARIOS AUTORES // Nos horroriza la brutalidad de las recientes agresiones del ejército y la policía contra civiles en Egipto. El ataque a los campamentos el miércoles, 14 de agosto, acabó en una matanza. Se desconocen, por manipulación, las cifras exactas de muertos. Las autoridades hablan de más de 700, los Hermanos Musulmanes de miles. Pero es evidente que se han asesinado a muchísimas personas, y se han herido a miles más. Estas víctimas son civiles de todo tipo, hombres, mujeres y niños de diversas creencias y simpatías políticas.
Esta violencia representa una amenaza a todo el proceso revolucionario y a todas las fuerzas que quieren el progreso en Egipto. Va acompañada de un aumento en las detenciones, sin garantías legales, a diferentes sectores de la población, a activistas de todo tipo; islamistas, sindicalistas, huelguistas… e incluso a transeúntes.
Las fuerzas de seguridad egipcias han detenido y apalizado a un número desconocido de periodistas; hasta ahora han asesinado a cuatro. Estos ataques se suman al cierre por parte de los militares de muchos canales de televisión. En definitiva, lo que quieren es impedir que la información respecto a la represión llegue libremente.
Hay diferentes opiniones respecto a la presidencia de Mohamed Mursi, de los Hermanos Musulmanes, y de los acontecimientos del 30 de junio al 3 de julio que provocaron su caída del poder. Pero no puede haber dudas de que la brutalidad mostrada recientemente por las fuerzas de seguridad egipcias es inexcusable. También son inexcusables los ataques a las iglesias coptas y los denunciamos, sea quien sea el culpable, o bien los Hermanos Musulmanes u órganos relacionados con el Estado.
La represión desatada por los generales egipcios ha provocado la dimisión de Mohamed ElBaradei, hasta entonces vicepresidente del nuevo gobierno. Por su parte, las principales organizaciones egipcias por los Derechos Humanos han condenado en un comunicado conjunto los recientes actos violentos en su país. Denuncian, además, que las fuerzas de seguridad han quemado cuerpos de sus víctimas, se supone que para intentar encubrir las pruebas de su brutalidad.
Llamamos a la sociedad civil y a nuestros gobiernos a rechazar esta violencia golpista. No queremos que las esperanzas que las revoluciones árabes produjeron en todo el mundo queden ahogadas en sangre.
Advertimos a los generales egipcios que la justicia internacional, por limitada y lenta que sea, les puede llegar a condenar. Haremos lo que podamos para que así sea.
Exigimos a los Estados y gobiernos internacionales a que cesen toda colaboración con las fuerzas armadas de Egipto, hasta que haya en este país un gobierno civil y democrático, sin injerencias militares. En particular, pedimos al presidente de EEUU, Barack Obama, a que anule la ayuda de 1.300 millones de dólares que su país destina cada año al ejército egipcio.
Enviamos nuestra solidaridad al pueblo egipcio, con toda su diversidad, y deseamos que pueda encontrar su camino y avanzar hacia la plena democracia y justicia social.
A esta carta se han adherido ya diversos diputados egipcios, dos dirigentes sindicales y gente destacada cercana a los movimientos sociales.