Opinión | Otros

Más allá de la competencia: las culturas del compartir

¿Son una simple conversación entre amigos, ciertas sociedades campesinas, internet y software libres o el movimiento 15-M formas comunitarias de crear valor cultural? El autor así lo expone y defiende su potencial transformador.

En la primera parte de este artículo se describían los problemas derivados de pensar que la creatividad se desarrolla mediante competencia entre individuos aislados. Pero, se preguntará, ¿acaso no existen otras formas posibles de determinar y distribuir el valor cultural y estético que no estén basadas en el intercambio competitivo? La verdad es que no es difícil descubrir infinidad de ejemplos de producción cultural de esos en los que “no hace falta llevar las cuentas”, porque, como ha explicado el antropólogo David Graeber, funcionan según el principio tácito “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”.

La conversación entre amigos, la música, el baile, la fiesta o los juegos son ámbitos en los que se pone frecuentemente en práctica un “comunismo cotidiano” o “comunismo de los sentidos” en el que la finalidad es el propio compartir, más que competir. En sociedades campesinas pre-capitalistas europeas, como las que estudió John Berger, los lazos de interdependencia eran a menudo tan evidentes que muchas de las actividades de la vida cotidiana, incluyendo las del trabajo, la transmisión cultural y la toma de decisiones se gestionaban desde ese “comunismo cotidiano”. Lo cual no significa que tal fuera la única forma de organización social, pues dicha tendencia aparecía siempre mezclada con las otras dos formas de relación humana que identifica Graeber, el intercambio y la jerarquía.

Con las masivas migraciones de campesinos a la ciudad para convertirse en trabajadores asalariados, el folclore rural se reinventa en tabernas y teatros de zarzuela que permitían a los nuevos proletarios escapar por un momento a la instrumentalización salvaje del mundo del trabajo y a la cuantificación de la vida por el dinero. En estas nuevas culturas populares, y en las llamadas “contraculturas” que las seguirán, algo fundamental ha cambiado: la cultura “comunista” (interdependiente, no competitiva) ha sido relegada al mundo del “ocio”, lo cual la dota sin duda de oportunidades creativas excepcionales, pero, al mismo tiempo, reduce la posibilidad de que sus métodos de reproducción compartida se contagien a las esferas del trabajo y la política, cada vez más colonizadas por las lógicas del intercambio y la jerarquía, según se extiende la mercantilización y el productivismo capitalista.

Finalmente, con la invasión de esa lógica del trabajo a todas las esferas de la vida, por supuesto estas culturas populares no se salvan, aunque, según sigue siendo evidente en casos clásicos como los del jazz, flamenco, punk o hip hop, mantienen una relación tensa tanto con las instituciones de la modernidad estética como con las del capitalismo -una tensión a la que estas instituciones a veces llaman “amateurismo”.

La Red digital: un nuevo común que construir y defender
De un similar entusiasmo amateur que disfruta más compartiendo que compitiendo, surge alrededor de los años 70 otro río de estas que podríamos llamar “culturas del compartir” que tienen su fundamento antropológico en el “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”: el de la “ética hacker”, el “software libre” y lo que después se denominará, según el río crece y se ramifica, “cultura libre”.

De este caudal brota, cuando menos, como dice la hacker y activista Marga Padilla, una costumbre generalizada de colaborar con los desconocidos y los diferentes que se ve amplificada por la proliferación de tecnologías digitales que la facilitan. Esas formas de colaboración son a menudo muy precarias y poco estables, y como se apresuran a señalar los ciber-escépticos, incapaces de rehacer por sí mismas los sólidos vínculos sociales de las comunidades pre-capitalistas que a veces enarbolan como referentes (los “commons” de las culturas campesinas). En este sentido, resultan también muy susceptibles de ser reapropiadas por las lógicas de competición e instrumentalización de las relaciones humanas que el neoliberalismo ha generalizado.

Sin embargo, y esto es algo cuya importancia a veces se desestima, la expansión de elementos clave de la “ética hacker” a un público masivo sí está demostrando ser un potente antídoto frente a esa “pasión de la desigualdad” que produce el elitismo cultural todavía hegemónico en la sociedad española. El mundo del software libre y los hackers han aportado al menos dos cosas fundamentales que están transformando la subjetividad de mucha gente: la tendencia a ver al otro como un potencial colaborador, más que como un potencial competidor que se va a poner por encima o por debajo de mí, y el orgullo por la capacidad de crear y distribuir riqueza cultural (código, información, etc) no tanto desde una identidad grupal, sino en procesos colectivos abiertos a cualquiera.

Hay algo crucial en el mundo de la Red, y es que, a diferencia de la cultura moderna burguesa, a diferencia del campo estético y del campo científico que alberga dicha cultura, se trata de un espacio en construcción, en el que la competición por el prestigio (la producción de capital simbólico) está todavía en gran medida supeditada a la lucha por la propia reproducción del espacio común (la red neutral, la información “libre”).

Pero, además, en la red neutral y descentralizada que han construido los hackers y que ahora defiende mucha gente que la utiliza como espacio común, “la inteligencia está en todas partes”, como dice Marga Padilla. Es decir, se trata de un sistema que funciona no tanto, o al menos no primariamente, por el deseo de que mis contribuciones desinteresadas sean reconocidas, por el deseo de que mi inteligencia sea apreciada, sino por el deseo de que haya un espacio común en el que las inteligencias puedan desarrollar libremente sus capacidades en colaboración.

Producción de subjetividad y 15-M
Es interesante tener en cuenta, entonces, el poder excepcional en términos de creación de subjetividad, de formas de vida orientadas hacia lo común más que hacia la competición, que tiene esta versión de la Red. Es, podríamos decir, toda una “pasión por lo común” la que prolifera en torno a la experiencia de la red descentralizada y, notablemente, en torno a su defensa.

Las luchas contra la Ley Sinde-Wert han sido un momento decisivo para la construcción de una subjetividad en red que se percibía como diferente, ajena al mundo ranciamente jerárquico y competitivo de los partidos políticos, de los medios de masas, e incluso del star-system cultural, deportivo, intelectual y artístico. Se ha producido una ruptura; no tanto el intento de vencer a esas élites, sino el de jugar a otro juego.

Para terminar, me gustaría proponer que la excepcionalidad de las culturas del compartir emanadas del mundo hacker y de la cultura libre, su excepcional inclusividad y su creencia en la “igualdad de las inteligencias” (tan propia de las culturas “amateur”) es la que ha hecho también excepcionales a los movimientos políticos que florecieron en 2011. El mundo hacker y copyleft le contagió su anti-elitismo y su inclusividad a la Red, y después la Red se la ha contagiado a los movimientos.

El 15-M y sus movimientos hermanos son una irrupción del comunismo cotidiano en la esfera pública, son una voluntad de hacer de la sociedad entera una plaza común, un espacio en el que cada cual aporte según sus capacidades y reciba según sus necesidades, un espacio en el que o nos salvamos juntos, o no nos salvamos. Lo que quizás no es tan habitual es que esto se quiera hacer con un nivel tan alto de creencia en el valor de las capacidades de cualquiera, incluso aunque ese “cualquiera” no comparta mis identidades grupales ni venga avalado por sus éxitos en competiciones por el prestigio individual (ya sean competiciones activistas, intelectuales, empresariales o de otro tipo).

Tal vez la tarea que nos queda por hacer a quienes queremos continuar lo empezado por el 15-M no nos parezca tan inmensa si atendemos a estos cambios en la manera de ser de mucha gente; pues muy probablemente estas nuevas formas de construcción de subjetividad seguirán desarrollando su potencial transformador durante los próximos años.

Luis Moreno-Caballud es un participante en los movimientos 15-M y Occupy Wall Street. Investiga y da clases de literatura y cultura española contemporánea en la University of Pennsylvania.

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.