Cultura
“Si creemos que sólo existe la competencia, estamos abocados a generar burbujas”
"Suponer que la creación de valor es una cuestión individual genera tanto burbujas económicas que causan escasez y precariedad material, como burbujas culturales o estéticas que terminan por exaltar la idea de que sólo algunos individuos excepcionales pueden ser creativos"
El recientemente desaparecido “Diario Kafka” de eldiario.es publicó una serie de artículos sobre algo que allí se llamaba “la burbuja literaria”. En síntesis, el hilo central que se proponía era el siguiente: la industria editorial española es una burbuja, se publican cada vez más libros (unos 110.000 al año, incrementando un 41% en los últimos cinco) a pesar de que cada vez hay menos lectores (20% de la población) y se vende menos (el 50% de los libros se devuelven). Este sistema insostenible se apoya en un constante aplazamiento del momento de la verdad: cuando las librerías devuelven los libros que no han vendido, las editoriales ya les están enviando más novedades con las que se evitan afrontar las pérdidas, porque las librerías pagan al recibir.
Pero, además, había otra dimensión del asunto, que tenía que ver con la “calidad estética”. Para poder mantener viva esta máquina circular de deuda aplazada, las grandes editoriales (y los grandes grupos mediáticos a los que pertenecen) se dedican a hinchar el valor no sólo mercantil sino también estético de los libros que venden, a menudo apoyándose en la creación de “star-systems” de autores y en otros tipos de “hypes” publicitarios. El editor Enrique Murillo señalaba que ha habido al menos dos burbujas en la historia reciente del mundo editorial español: la muy reciente de los “mega-bestsellers” anglosajones y la anterior de la “Nueva Narrativa Española”, que comenzó hacia principios de los años 90. Murillo afirma que en estos casos se produce una “inflación de la valoración crítica de ciertas obras”; haciéndose eco, por lo demás, del argumento sobre la falta de independencia de la crítica literaria actual, algo que hace tiempo denuncian Ignacio Echevarría, Constantino Bértolo o Carolina León, entre otros.
Dos formas de ver el mundo: competición e interdependencia
Me parece, sin embargo, que es importante ir un poco más lejos en el análisis de esta especie de “burbuja del valor estético”. Quizás el problema no es sólo que se haya hinchado el valor de ciertos libros o autores interesadamente, sino que, como en el caso de esa burbuja de burbujas que fue la inmobiliaria, esto ha ocurrido porque las instituciones encargadas de crear valor tienden a concebir el acceso a la riqueza (cultural y material) sólo en términos de competencia por el beneficio individual. Quizás no sea tanto un problema de competencia deshonesta, sino de incapacidad de ver el mundo más allá del paradigma de la competencia. Estamos, en general, tan acostumbrados funcionar en este paradigma que puede resultar casi difícil imaginar otras formas de concebir la producción y el acceso a la riqueza. Y sin embargo, partir del presupuesto de que la riqueza es algo que los individuos producen, se disputan y adquieren por sí solos, pensar el mundo desde el individuo, supone, según nos recuerdan teóricas del feminismo como Amaia Pérez Orozco, Silvia Federici y Judith Butler, estar ciegos a la condición necesariamente interdependiente de la vida humana.
El mejor ejemplo de la interdependencia constitutiva del ser humano sigue siendo la necesidad total de cuidados y de recursos proporcionados por otros que tiene todo individuo cuando llega al mundo. Esa necesidad nos acompaña toda la vida en uno u otro grado, y nos hace ser parte de redes de sostenimiento común en las que, a pesar de la falacia individualista, nadie se salva solo, todos nos necesitamos mutuamente y sólo somos capaces de sostenernos porque vivimos con otros. Si ignoramos esto y pensamos que el mundo es únicamente una lucha de individuos por los recursos, estamos ya abocados a provocar “burbujas”. Porque, si las burbujas son fenómenos de hinchazón insostenible del valor de algo, que los individuos acumulen recursos sin atender a las necesidades de las redes de interdependencia que les sostienen, supone crear burbujas.
El individuo concebido como mero competidor, el famoso homo economicus, es un free rider que se aprovecha de la riqueza común que le mantiene vivo. Así pues, el problema es que los sistemas de creación de valor (sea económico o estético) que usamos en nuestras sociedades tardo-capitalistas, tienden a concebir el acceso a la riqueza (cultural y material) sólo en términos de competencia por el beneficio individual, y tienden, por lo tanto, a producir “burbujas”.
La supuesta excepcionalidad del productor cultural moderno
Seguramente, a muchos no se les hará difícil estar de acuerdo con la apreciación de que el capitalismo, sobre todo su versión neoliberal, tiende a reducir las relaciones humanas a intercambios cuantificados y competitivos, que distorsionan el valor justo de las cosas. Pero aquí me interesa destacar que también en el ámbito de la estética (y, por extensión, en el de la producción de significados, la “cultura”) se dan procesos similares. Desde el siglo XVIII, el valor estético se rige, como el económico capitalista, sobre todo por lógicas de intercambio: se entiende que el valor estético consiste en el descubrimiento de un aspecto nuevo de la realidad por parte de un artista, que va a ofrecerlo al público a cambio de reconocimiento, o de lo que Bourdieu llamaría “capital cultural”. Se trata de un juego en el que “gana quien pierde” (quien renuncia a las riquezas materiales en favor de las estéticas o intelectuales), pero no por ello deja de ser un juego basado en el intercambio competitivo, y no en la cooperación. En lugar de entender los descubrimientos estéticos como variaciones de un caudal de significados construidos colectivamente, en lugar de pensar en comunidades de producción de sentido en las que no hace falta “llevar las cuentas”, porque cada cual contribuye con lo que puede y toma lo que necesita, la modernidad estética pone el énfasis en la autoría individual y separa al autor del público, asignando a cada cual su debe y su haber.
Se crea así la sensación de que el descubrimiento estético (y, por extensión, la producción cultural valiosa) es patrimonio exclusivo de algunos individuos excepcionales, aquellos que consiguen “poner a su nombre” los resultados parciales de procesos culturales necesariamente colectivos. Las industrias culturales de la modernidad se dedican a engrandecer aún más esa sensación de excepcionalidad, de escasez, creando burbujas de valor estético para poder convertir el capital cultural de esos nombres propios en capital a secas. Es imposible entender la esfera pública y cultural del neoliberalismo español, por seguir con nuestro caso, sin analizar esa alianza del individualismo de la modernidad estética con la mercantilización neoliberal que convierte a los artistas e intelectuales en “sujetos-marca”. Esa alianza es la que produce fenómenos como las “burbujas literarias” descritas en el Diario Kafka, que son, por tanto, tal vez más que ocasionales desviaciones del sistema cultural, erupciones de su verdad al desnudo.
Y se trata de una verdad terrible, porque si bien es cierto que las burbujas económicas crean escasez y precariedad material a niveles que atentan directamente contra la existencia física de las personas más vulnerables, la creencia en la superioridad intelectual de unos pocos produce el corrosivo efecto de extender lo que Rancière llamó “la pasión de la desigualdad”: una renuncia a la exploración plena de las propias capacidades porque se cree que nunca se podrá alcanzar la creatividad que es patrimonio exclusivo de sujetos excepcionales, y porque al mismo tiempo uno se garantiza así la prerrogativa de resultarles también inalcanzable y excepcional a otros que tal vez se sitúen por debajo de mí.
Nota del editor: Parte primera del ensayo “Burbujas culturales y culturas del compartir. Notas sobre producción de subjetividad en torno al 15-M”. La segunda parte explora formas comunitarias de determinar y distribuir el valor cultural con ejemplos de sociedades campesinas, internet y software libres y el movimiento 15-M.
Luis Moreno-Caballud es un participante en los movimientos 15-M y Occupy Wall Street. Investiga y da clases de literatura y cultura española contemporánea en la University of Pennsylvania.
Buenos días! me ha encantado vuestra web, os sigo desde hace algún tiempo. El otro dia lei un articulo en la web Comprar Bitcoins que hablaba de ganar dinero por Internet con Bitcoins. ¿Alguien ha comprado y puede asesorarme?. Espero vuestras respuestas 🙂 Hasta pronto!
Me parecido muy interesante esta primera parte del texto y coincido en sus planteamientos.
Pero me da miedo la segunda parte, por el título tiene toda la pinta de que va a caer en el persistente y ubicuo error de comparar y correlazionar los cercamientos a los campos comunales con el origen del copyright y los derechos de autor.
Esperemos que no sea así, así que leeremos con avidez cuando salga esa segunda parte que «explora formas comunitarias de determinar y distribuir el valor cultural con ejemplos de sociedades campesinas, internet y software libres y el movimiento 15-M».
Sobre los comunes digitales es muy recomendable la lectura de http://espejismosdigitales.wordpress.com/2013/05/13/la-ilusion-de-los-bienes-comunes/
Saludos.
De otro artículo del mismo autor: «la vida es una carrera hacia el éxito individual y en esa carrera todo, incluidos los otros, debe ser instrumentalizado para alcanzar el objetivo».
Totalmente de acuerdo, el sistema está establecido así, busca tu felicidad individualmente que redundará en la felicidad común.
Ello a pesar de que, como se dice en el discurso feminista y en el artículo, la economía reproductiva la necesitamos todos y es la base por la cual funciona la sociedad.
Otra cita: «más allá de lo que se dice, es preciso comprender desde dónde se dice: […] el paradigma del intelectual que emite una opinión autorizada por su supuesta capacidad extraordinaria para comprender la sociedad».
Realmente hasta el acceso masivo a la expresión de opiniones y generación de contenidos de internet, las opiniones de expertos por encima del resto eran mucho más intocables, y, aunque esto tiene su lado oscuro, comparto la opinión de la participación y el fin de la sacralización de ciertos intelectuales. Porque es muy importante que todos nos sintamos con poder para participar.
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La competencia es propia de este criminal sistema capitalista que la fomenta porque es uno de los pilares que lo sostiene.
Contra el egoismo y la insolidaridad hay un positivo remedio que dá resultados óptimos: COMPARTIR. COMPARTIR en lugar de competir.
Tantos años inculcando la competitividad que ahora vá costar lo nuestro practicar la cultura de lo común.