Sociedad

La dictadura argentina utilizó la psiquiatría para esparcir su doctrina

Los gobiernos militares de Argentina emplearon sin problema prácticas psiquiátricas aparentemente progresistas siempre que sirviesen a sus objetivos políticos

DANIEL MEDIAVILLA // En la Unión Soviética era frecuente hospitalizar a los disidentes con diagnósticos psiquiátricos manipulados. Decenas de miles de personas pasaron largos periodos internadas por sufrir una inexistente esquizofrenia o “delirios reformistas”, porque estar contra el comunismo no podía deberse a otro motivo que no fuese la locura. A falta de unos marcadores biológicos que determinen lo que hay detrás de los síntomas más evidentes de la enfermedad mental, es difícil desvincular la definición de este tipo de dolencias de la ideología y eso hace que la profesión psiquiátrica se convierta en un ámbito de la salud de especial interés para regímenes autoritarios.

Argentina, durante las dictaduras que sufrió el país entre 1966 y 1983, tampoco fue una excepción. Allí, los gobernantes acabaron con determinadas tendencias en psicología y psiquiatría cuando consideraron que iban contra sus intereses políticos y algunos de los profesionales de la salud mental que se opusieron a la dictadura, particularmente a partir de 1975, engrosaron las listas de los represaliados y desaparecidos de la época. Sin embargo, según explica en un artículo sobre el tema publicado en el Bulletin of the History of Medicine el investigador de la Universidad de Yale (EEUU) Marco Ramos, en aquel ambiente opresivo, muchos psiquiatras de Argentina lograron crear espacios de resistencia frente al autoritarismo, a veces aplicando sin hacer mucho ruido métodos democráticos que contrastaban con los del entorno político y otros, más ideologizados, utilizando la psiquiatría desde el activismo de izquierdas.

Por otro lado, “los institutos nacionales de salud mental en Argentina fueron cooptados por el ejército y algunos sanatorios se utilizaron para encarcelar a disidentes”, señala Ramos. “Hubo psiquiatras que trabajaron para el Gobierno y hay documentación que dice que algunos psiquiatras dirigieron un proyecto que supervisó torturas a disidentes políticos dentro de instituciones psiquiátricas”, añade.

El caso argentino también es, según recoge el artículo de Ramos, interesante para rebatir algunos tópicos sobre supuestos vínculos entre algunas prácticas psiquiátricas e ideologías más o menos progresistas. En Argentina, por ejemplo, en parte debido al legado de resistencia de los psicoanalistas frente al autoritarismo de los militares en los setenta, se ha vuelto un lugar común entre los psicólogos progresistas que la vertiente psicoanalítica y comunitaria de su profesión es más democrática que la psiquiatría que trata de apoyarse más en los conocimientos de neurociencia, química o biología. Este último enfoque, que despolitizaría la ciencia y la haría más objetiva, lo que lograría realmente es, según sus críticos, ponerla al servicio de la clase dominante y del autoritarismo.

Este punto de vista ya ha sido destacado por la historiadora francesa Elisabeth Roudinesco, que toma como ejemplo el declive o la desaparición del psicoanálisis en la Alemania nazi o en la Unión Soviética. Según ella, el psicoanálisis no puede sobrevivir en un país sin derechos legales respaldados por el estado que aseguren la transmisión libre de conocimiento. Sin embargo, Ramos muestra que en un ambiente políticamente hostil sobrevivieron el psicoanálisis y las prácticas comunitarias, que animaban al paciente a participar activamente en su propia salud mental a diferencia de los grandes manicomios, donde el entorno era patriarcal y con frecuencia degradante.

Sin embargo, los gobiernos autoritarios demostraron que no tenían prejuicios frente a unos u otros métodos psiquiátricos siempre que sirviesen a sus objetivos. Así, mientras desmantelaron la izquierdista Federación Argentina de Psiquiatras y su trabajo en torno al psicoanálisis y la psiquiatría comunitaria, hubo sectores del Gobierno militar de Videla del 76 que tomaron estas prácticas psiquiátricas comunitarias y las adaptaron para ponerlas al servicio de la promoción de sus valores cristianos y occidentales.

Tomar ejemplo de América Latina

Desde un punto de vista global, Ramos cree que hay lecciones que EEUU y Europa, con escuelas de psiquiatría y psicología más centradas en la biología y la objetividad, pueden aprender. “Durante la Guerra Fría, tanto en EEUU como en Europa se hacía énfasis en la objetividad, mientras en América Latina hay mucho énfasis en el compromiso político”, asevera. “Ahora creo que ha habido un cierto cambio y en Argentina hay más psiquiatría biológica, más investigación neurocientífica, y se tiende a que estas estén menos ideologizadas”, explica. “Sin embargo, también hay un gran grupo que ve la conexión entre psiquiatría y resistencia política como parte de su historia personal y de la profesión”, indica.

“En Argentina se insiste en la importancia del entorno político o la represión en la salud mental y ahora creo que en EEUU la psiquiatría está empezando a sintonizar más con la sociedad y la política y en este sentido creo que puede mirar a América Latina como inspiración”, dice Ramos. “El caso de la homosexualidad, que desapareció de lo que la Sociedad Americana de Psiquiatría considera trastornos mentales, es un ejemplo de la importancia del punto de vista social y político en lo que se considera una dolencia psíquica”, recuerda el investigador.

 

[Artículo publicado en Materia]

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