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Incertidumbre y alta velocidad
Resulta inquietante ver como nuestra tecnosociedad se ofrece a sí misma razones que son contradictorias de un día para otro. Por un lado, las administraciones y las compañías venden algunos de sus megaproyectos como logros sociales modernizadores inspirados en el bien público, que pasarán a la posteridad y que además están respaldados por un implacable sentido de la seguridad. peor por otro lado, cuando fallan, como en el caso del tren Alvia en el triste incidente de Santiago de Compostela, las mismas administraciones e ingenieros no paran de escurrir el bulto de posibles errores del sistema, y cargan (o descargan) todas las culpas posibles en el factor humano.
El “factor humano” ha sido esta vez el maquinista, que estoy seguro que hoy desearía no haber nacido. Antes se habló de alta tecnología y seguridad, hoy fue cuestión de un irresponsable individuo aislado.
Soy físico y si algo aprendí, es que la incertidumbre (y el riesgo) aumentan en la medida que la complejidad (y la tecnología) crecen. Las altas tecnologías suponen también altas incertidumbres (las cosas fallan!) y por ende, mayores riesgos para la sociedad. Valgan estas reflexiones para todo tipo de tecno-optimismo en estos tiempos de complejidad.
Es decir, aquellos que sienten fe absoluta por las tecnologías, menoscabando sus límitaciones y piensan que todo problema se arreglará por su gracia y potencia: desde los que abogan por la seguridad y energía nuclear (desencajados a golpe de Fukushima cada vez que sus predicciones se rompen en pedazos), el fracking o cualquier otra técnica agresiva sobre el entorno; los productivistas agroindustriales promotores de transgénicos en el plato y en el campo; hasta los que creen poder predecir los bandazos de la economía especulativa sólo porque utilizan complejas ecuaciones matemáticas.
Se incluyen también los que creen que el cambio climático se arregla con más tecnología y más mercado, pero no decreciendo biofísicamente; o los que no vemos que el sistema actual puede parcerse más de la cuenta al tren Alvia que descarriló. ¿A quién echaremos la culpa si nuestro tecno-optimismo nos hace creer que seremos capaces de frenar a tiempo y descarrilamos? ¿Al sistema o a algún irresponsable? Ya no importará.
David Llistar es cofundador del Observatorio de la Deuda en la Globalización