Opinión
El auténtico precio del ‘corralito’ científico del CSIC
Los autores argumentan que lo más grave de la crisis institucional del CSIC no son los millones de euros puntuales que le faltan para cuadrar sus cuentas de 2013 “sino a qué precio vamos a pagarlos”: con la parálisis de los proyectos
IRENE LÓPEZ NAVARRO y JESÚS REY ROCHA* // Las épocas de vacas flacas tienden a poner de manifiesto los deberes no cumplidos, las tareas abandonadas. Las noticias sobre la falta de liquidez del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y las medidas tomadas al respecto hacen que nos preguntemos hoy acerca de los deberes incumplidos de sus gestores. Pero también, ahora que queremos contar a los ciudadanos las repercusiones que esto puede traer consigo, nos cuestionamos en qué momento abandonamos la tarea de explicarles quiénes somos y para quién trabajamos. Y no es posible entender lo uno sin lo otro.
El CSIC es un organismo público -agencia estatal desde 2007, para más señas- que ha caminado entre luces y sombras, como casi todas las instituciones mastodónticas con más de un siglo de antigüedad. Heredera de la Institución Libre de Enseñanza, refundada bajo el régimen franquista y superviviente de los envites de cada crisis económica o política desde 1907. Sin ninguna presidenta en su haber por el momento. La mayor institución pública dedicada a la investigación en España y la tercera de Europa. Destinada por entero a la producción de conocimiento en sus múltiples formas: publicaciones científicas, patentes, investigación básica… Con buenas cifrasde eficiencia y bastantes menos recursos que nuestros compañeros del Max Planck o del CNRS (instituciones homólogas en Alemania y Francia), cuya financiación pública por investigador es alrededor del doble que la nuestra. No es algo de lo que podamos jactarnos. Pero sí puede dar una idea de lo acostumbrados que estamos a que la ciencia en este país no haya estado nunca financiada de la forma que se merece. Herederos de nuestra propia historia, en épocas más espléndidas algunas de las grandes inversiones fueron objeto de lo que se ha dado en llamar el ladrillazo científico. Pero la investigación de a pie, esa que se basa en el trabajo minucioso y a largo plazo, la que probablemente no tenga nunca titulares de prensa, apenas notó las holguras de aquellos tiempos en los que todos éramos nuevos ricos o ricos de nuevo.
El CSIC se financia en su mayor parte mediante los impuestos de la ciudadanía redistribuidos a través de los Presupuestos Generales del Estado. Sin embargo, este capítulo del presupuesto únicamente costea el recibo de su mero existir: nóminas del personal funcionario, luz, teléfono, alquileres, mobiliario y algunas licencias de software. A partir de ahí, es tarea de los grupos de investigación conseguir el dinero necesario para dar contenido a toda esa estructura e infraestructura. Es decir, para investigar.
Por todo ello, mucho antes de que la crisis hiciera su aparición, los científicos ya se habían convertido en avezados alumnos de la economía de subsistencia gestionando las partidas de los proyectos obtenidos mediante convocatorias públicas nacionales e internacionales, o bien a través de contratos con empresas y fundaciones. Esa búsqueda constante de financiación entraña enormes cotas de responsabilidad. Entre ellas la creación y el mantenimiento de empleo cualificado y el desafío de generar conocimiento socialmente útil. A cambio, nos recompensa con notables cotas de autonomía. Previa retención por parte del CSIC de cantidades -denominadas costes indirectos u overheads– que rondan el 20%, los grupos de investigación tienen plena disponibilidad para gestionar el dinero restante bajo la supervisión de los organismos financiadores.
De hecho, fue precisamente la actividad incesante de los investigadores para buscar fondos propios la que permitió que, desde 2009, al CSIC le cuadraran las cuentas. Este organismo comenzó desde entonces a ser deficitario puesto que la inversión del Estado fuedisminuyendo progresivamente. Sin embargo, año tras año, los ejercicios se fueron cerrando con éxito gracias al ahorro proveniente en buena medida de los mencionados overheads que los grupos de investigación generaron.
El problema que se le presenta ahora al CSIC no es, por tanto, nuevo. Simplemente sucede que es ahora cuando ha dado la cara. Ahora que se han terminado sus ahorros y fondos propios -como era previsible con sólo echar un vistazo a las cuentas desde el año 2009- la institución ha decidido fagocitar los de los grupos de investigación para pagar su deuda y salvar los muebles de forma desesperada. Eso sí, manteniendo las constantes vitales. Con los miles de euros requisados, los gestores del CSIC aseguran el pago de los sueldos del personal contratado, al menos hasta diciembre. Pero no garantizan la liquidez para llevar a cabo las actividades que conlleva el desarrollo de cualquier proyecto. Por tanto, en los próximos meses se producirán situaciones inverosímiles como el mantenimiento de trabajadores mano sobre mano porque no tienen medios materiales para continuar sus líneas de investigación, la imposibilidad de devolución de los pagos a las personas inscritas en cursos y congresos que ya no se podrán llevar a cabo, la incapacidad de los grupos para rendir cuentas ante sus entidades de financiación tanto en términos económicos como de resultados científicos…
La hasta ahora eficaz ecuación entre responsabilidad y autonomía que rige la labor de los investigadores se ha quebrado a raíz de esta medida sin que muchos se hayan planteado las consecuencias últimas de la misma. El mensaje que se nos está dando, más allá de la retórica de la escasez a la que ya estábamos acostumbrados, es perverso y nos conduce a la inacción. ¿Para qué seguir pidiendo proyectos o haciendo acuerdos con empresas si todo ese montante va a ser succionado de inmediato para el pago de la deuda institucional? Y lo que es aún peor ¿qué entidad, pública o privada, va a querer financiar nuestros proyectos sabiendo de antemano que no se van a poder llevar a cabo?
Ni como ciudadanos ni como científicos estamos en contra de hacer determinados sacrificios para que el país en general, y el CSIC en particular, salgan de esta crisis. Pero sin nuestras principales herramientas de trabajo –responsabilidad y autonomía- no podremos contribuir en forma alguna a resolver esta situación. No estaremos entonces haciendo ningún sacrificio sino que, de forma muy dolorosa, habremos dejado de hacer lo único que sabemos para seguir adelante: investigar. El premio Nobel Jerome Friedman dijo hace unos años que “la innovación es la clave del futuro, pero la investigación básica es la clave de la futura innovación”. Echen cuentas y verán como lo más grave de esta crisis institucional no son los millones de euros puntuales que le faltan al CSIC para cuadrar sus cuentas de 2013 sino a qué precio vamos a pagarlos.
— *Irene López Navarro y Jesús Rey Rocha, Grupo de Investigación en Evaluación y Transferencia Científica. Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad, CSIC.
[Artículo publicado en Materia]