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No revienta el espejismo

SUSANA LÓPEZ-URRUTIA // ‘¿Pero dónde está la crisis en este país, dónde, dónde?’, repetía obtusamente el hombre frente a las taquillas del cine en medio de una multitud ajena a sus quejidos (los domingos, ya se sabe, no se está para cascarrabias). Era un día de verano, en la madrileña calle Fuencarral, no había gran cosa en la cartelera y, sin embargo, hilillos interminables de personas se disponían en la calle, dispuestos a sentarse frente a la gran pantalla con un buen cartón de palomitas para llenar el buche. Nuestro amigo resoplaba en una de aquellas colas: había llegado cinco minutos antes del comienzo de la película y ya no iba a poder entrar en la sala a tiempo -si es que entraba- y eso, oigan, que no era el día del espectador y que la industria del cine agoniza, como todo el mundo sabe. Se sentía engañado.

Como buena periodista, enseguida puse la oreja: “A mi me habían contado que este país estaba en crisis”, bramaba él, “pero las calles están limpias y las terrazas llenas”, clamaba, “en mi país -uno de esos actualmente bendecidos por la prensa económica- la gente se muere de hambre, no existe la libertad de expresión y una muchacha no puede andar sola por la calle pasadas las diez de la noche: esta no es más que la crisis de un país rico”, sentenciaba el viajero. Aquellas palabras me hicieron reflexionar. Es bien cierto que un paseo por Madrid arroja sensaciones extrañas, sensaciones que no se corresponden con la España, cuartel de la crisis y la corrupción, descrita por los medios nacionales e internacionales y que tan bien conocemos. Bien cierto es que las calles están impecables y los espacios públicos impolutos -al contrario, según me han contado, de lo que pasaba en grandes urbes como, por ejemplo, New York-. Cierta alegría veraniega, de esa que vende Estrella Damn en sus anuncios, tiñe la atmósfera. Por la calle Fuencarral y por Gran Vía descienden hordas de ansiosos consumidores cargados de bolsas, animados por el temprano arranque de las rebajas, y en los LlaoLlao (ahora hay casi uno en cada esquina) las colas se suceden para adquirir buenas cantidades de helados de yogur a 3’50 la unidad (con tres toppings). En las terrazas de la ciudad tampoco cabe un alma, tocaba -otra vez- esperar para encontrar un huequito a media tarde en alguna de ellas en el barrio de La Latina. Y eso que el tinto de verano está a 3,50: ningún chollo, vamos. Incluso en las manifestaciones, que ahora se suceden casi diariamente muy a pesar de la Señora Cifuentes, reina cierto ambiente que suele ser calificado por los medios con el odioso adjetivo de ‘festivo’.

No necesitan los lectores que les cuente lo que ya saben, que todo aquello no es más que una burlona apariencia, un espejismo. Nosotros, habitantes de esta Españistán, sabemos que hay que entrenar el ojo para captar la tragedia que se esconde tras las cañas y las calles limpias: la gente sin casa, los suicidios, los estudiantes que abandonan la Universidad porque no pueden pagar sus matrículas, los jóvenes a quienes les han arrebatado sus sueños, la corrupción, el paro insaciable. La lista es larga y conocida. Y sin, embargo, el espejismo sigue ahí, no revienta el dichoso. Cuando el descaro del Gobierno y su desdén por la democracia supera todos los límites inimaginables (Mariano comparecerá para explicarnos el caso Bárcenas y los mensajes que se cruzó con el extesorero y que le implican a él directamente en el escándalo cuando le parezca ‘oportuno’, nos ha dicho Soraya. O lo que es lo mismo: cuando le de la santa gana), la chispa no prende. Apenas unos miles de personas acudieron el pasado jueves a Génova para pedir la dimisión de Rajoy. ¿Qué es lo que hay que hacer, qué falta para que la gente -otra vez- despierte?, se preguntaba ayer un conocido mío, activista, en una fiesta. “Nunca estuve a favor de la violencia, pero ahora creo que es necesaria para que la gente reaccione”, me decía. “Hagamos algo, por Dios, quememos algo, unos contenedores, hagamos algo pero que la gente despierte, ¿qué tenemos que hacer?”.

Yo misma compartía su frustración. No es que no estuviera pasando ‘nada’, no vamos a caer en el simplismo del señor Mariano y sus ‘mayorías silenciosas’. La alternativa la construyen los ciudadanos día a día, gracias una conciencia política que se ha desarrollado hasta niveles impresionantes durante los últimos dos años (seguramente encontraremos nuevas opciones políticas en las próximas elecciones europeas, algunas promovidas desde el entorno del 15M). Ya se sabe, “vamos lentos porque vamos lejos”. Como advierte el sociólogo Manuel Castells, “el cambio social siempre precede al político”. Y, sin embargo, las explicaciones saben a poco. Porque la que nos va a caer encima es grande, no es una broma. Pero no nos lo acabamos de creer. Es como la muerte, nos la han contado, pero no la imaginamos y seguimos viviendo como si los días y las vidas fueran infinitos, en el espejismo. Pareciera que tuviéramos que esperar a contemplar esa tragedia cara a cara para reaccionar. A vernos todos en la calle, sin recursos, sin futuro, como ya viven muchos ciudadanos en nuestro país. ¿Cuánto tiene que tensarse la cuerda para que vayamos todos juntos a decirle a estos señores que no les queremos, que queremos que se vayan? En 2011 ‘despertamos’. Dormíamos plácidamente y ahora, después de dos años sin apenas cambios, cunde la tentación de volver al sueño. El espejismo está ahí y nos invita a tirar la toalla y fingir como que nada pasase, a tomarnos unas cañas, y mañana ¿a quién le importa mañana? Nuestra es la elección: la cómoda fantasía o la verdad, dura, pero verdad después de todo. ¿Qué pastilla eliges tú?

[Publicado en Periodismo & Procomún]

Twitter: @Su_Urruti

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Comentarios
  1. Deseo que llegue pronto el día en que una masa crítica logremos un giro y una regeneración en nuestra sociedad en todos los aspectos (social, económico, democrático, ambiental, ético). Pero, la verdad, me cuesta ver los brotes verdes de dicha masa.

  2. Es que este país no da para más. Resulta que cuando salimos a la calle el 15M, el 1% eramos nosotros.
    El resto con el fútbol, las terrazas, las motos y echarle la culpa a Zapatero tiene suficiente.

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