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Un día más de la lucha diaria contra ‘la calle’ en Bolivia

JOSÉ ÁLVAREZ-BLANCO// No es un día muy distinto a los que suelo tener en mi trabajo de calle en Cochabamba (Bolivia). Pero hoy siento que esto me desborda y necesito contar qué es un día en esta ciudad, por qué insisto en ayudar a estos jóvenes. Necesito compartir mi experiencia y pedir ayuda en su nombre.

El día empieza poniendo rumbo hacia la céntrica plaza San Sebastina, lugar que se ha convertido en un cementerio de jóvenes. Aquí antes todos eran “capos” de la calle. Ahora tanto las peleas perdidas, la droga acumulada, las consecuencias de enfrentarse al abuso de la policía, los años en calle han podido con ellos y han hecho que estén ahí… derrotados, en el suelo, sin más. Quien más quien menos cuenta con alguna gloriosa aventura. Sus tatuajes y cortes en el cuerpo y brazos los delatan. Pero hoy, han quedado reducidos a desechos de la calle.

Al llegar me encuentro a un joven que teníamos en el hospital con los hierros de la operación saliéndoseles de su pierna. Tirado en el suelo, vencido por las ganas de beber, guardaba el sitio al que le había condenado la expulsión de las monjas. Él ni lo sabe, pero va a perder la pierna; la infección que hoy se está fraguando se va a encargar de eso.

Luego me han visto las chicas de la “Sanse”, muchas de ellas menores que antes de irse a hacer la pieza (prostitución), se sientan en la plaza, tranquilas, silenciosas, no muy cargadas (drogadas), esperando. Me saludaron, me besaron y me dejaron caer alguna necesidad y queja, sin insistir, sin ver si podría hacer algo. Yo creo sinceramente que simplemente buscan ser escuchadas, no solo manoseadas… Y yo eso hago: escucharlas pero no tengo ni más tiempo, ni dinero ni fuerzas.

La evidente derrota de «el polvos» completa el día. Se ha vencido una vez más a la droga. En el suelo, sin poder andar y muy sucio, se limitó a mirarme y echarse a llorar. En esta ocasión lo increíble fue cómo me pidió que lo sacara de la calle; llorando y aferrado a su crucifijo del cuello, me dijo que le pedía a Jesús que yo lo sacara de la calle. Rogó delante de mi por ello, rogó desde sus entrañas, rogó con su poco aliento vital. Y yo no pude soportalo. Hace falta mucho dinero que no tengo para su operación de hidrocefalia, su desintoxicación y hospitalización. No puedo hacer mucho más: le agarré de la mano y le dije que le quería.

De ahí me dirigí a ver a Nancy, una joven madre dos niños -uno de ellos mi ahijado-,  que empieza a darse cuenta de que es alcohólica. Solo hace dos días que vino a casa para pedir ayuda en «su problema». Me vio y, por vergüenza, salió corriendo.

En medio de la plaza, aparece otro joven de dieciséis cuyo nombre no recuerdo. Estaba medio desnudo en el suelo y sin apenas aliento, totalmente “volado”(inhalado). Podría haberlo pisado que ni me hubiera dado ni cuenta. Al ver que mantenía las constants vitales, seguí. Saludé a otros cuantos que estaban por allí tirados y decidí que podría proseguir en mi trabajo de calle yendo a otra zona, como si cambiando de zona se solucionase el problema.

De la San Sebastina fui a la Costanera, y allí me acerqué a los jóvenes, que, tirados en el suelo, inhalaban. Uno de ellos, Sergio, me saludó y limpiando su ropa me dijo que estaba muy bien, que pediría a una chica con la que pretende rehacer su vida que le ayude a hacer nuestro programa. Él mismo se dice que “siguiendo así no puedo hacer nada por dejar esta mierda de vida». Le dije que el lunes nos llame y seguí.

Tras este joven, vi a los primos del Josesiño, un jovencito de nuestra casa. Dos niños de 11 y 13 años que sí que captaron mi atención; estaban a punto de ser maltratados por quienes les habían prestado para su consumo, y ahora, claro está, querían su pago. Aproveché que tengo algo de autoridad entre ellos y me puse en medio. Medié para que no se cobrasen ahora sus deudas, y con los menores aproveché para hacerles ver los beneficios de irse a casa. ¡Dios mío! Esto nunca funciona pero hoy me dijeron que sí así que me los llevé. Puse dirección su casa y los niños no tardaron en dormirse. En su casa no había nadie, a pesar de que habíamos llamado a la tía para que su madre estuviese presente, pero de nada sirvió. Les dejé allí, pero me llevé el dolor y la amargura de ver sus miradas, de abandono tras abandono. Seguro que mañana vuelven a la calle, a robar, pues siempre tienen así más posibilidades que en una casa vacía llena de basura con una madre ebria.

El final del día llegó con mi regreso a casa, donde me esperaban los chicos que ahora tenemos en el hogar de acogida. Al mirar todo lo que me rodeaba pensé: cuando les pedimos ayuda para el trabajo en calle, o para apoyar a los jóvenes que vemos poco a poco apagarse en esta situación, ¿se hacen una idea de para qué sirve su dinero, su cariño y apoyo? Y por eso me tenéis aquí, intentando rescatar algo de mi mente, solo con la esperanza de acercaros un poco la calle, los jóvenes que ayudamos, y a mi día a día aquí.

¿Qué mundo éste? Y pensar que hay 150 millones de jóvenes viviendo así en el mundo…

* José Álvarez-Blanco es presidente y fundador de la ONG Voces para Latinoamérica.

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