Cultura | Opinión
El sueño eterno
El autor compara la situación de la cultura con dos librerías de referencia en la ciudad de Barcelona, Sigueleyendo y Negra y Criminal
Barcelona es una ciudad de contrastes. En ello radica su magia y también su desencanto. Pasear por la Barceloneta es un buen ejemplo. Su avenida pegada al mar representa el modelo clásico de turismo de playa urbano, y el paseo rezuma un aroma cosmopolita que caracteriza la ciudad. Impresiona cómo, con tan sólo unos pasos de diferencia, la multitud y la magnificencia que atrae el mar se convierten en un solitario e intrincado laberinto de pequeñas calles, antaño barrio pesquero, con la ropa tendida en los balcones y las ventanas abiertas, donde el marginado y el visitante conviven como buenamente pueden. Allí, se sitúa la librería Negra y Criminal.
El crimen de traficar con cultura
Negra y Criminal es una librería especializada en novela negra, un reducto de autenticidad en la vieja Barcelona que se sostiene por el romanticismo de sus socios y el buen hacer de sus dueños. Sus señas de identidad se basan en el respeto a la pluralidad negra, la especialización literaria y un marcado espíritu comunitario. Abre los jueves, viernes y sábados, y el resto de la semana bajo cita previa. Organizan presentaciones de libros, vermús, tapeos y coloquios improvisados. Sacan patatas, clochinas y surtido de ibéricos al respetable. Ninguna librería actúa de esta manera, quizás porque Negra y Criminal no tiene un sentido estricto del negocio, vive por el placer de vivir y de traficar con historias.
Su manera de entenderse le ha apartado de la dictadura económica en la que nos hallamos sumergidos. Para quiénes no entienden de la riqueza del dinero, las pérdidas solo tienen que ver con el alma. Para quiénes han fijado su hábitat en la frontera de lo real e imaginario, la salvación parece un poco más cerca. Negra y Criminal durará lo que su gente quiera que dure, un asunto muy negro para los que están estrangulando la cultura. Su dueño Paco Camarasa, advierte que tiene una pistola (cultural) y aún le quedan balas.
Mutar como forma de supervivencia
No demasiado lejos se halla otro espacio singular de la cultura en Barcelona: Sigueleyendo. Integrado en pleno Raval, a dos cuadras de Rambla Raval, donde pasea el gato de Botero y se respira comida oriental. También a dos esquinas de donde habitan proxenetas, camellos y prostitutas. Muy cerca, además, de un campamento de indigentes que esperan un mañana mejor que nunca llega.
Sigueleyendo es un invento de la hiperactividad de Cristina Fallarás, últimamente convertida en personaje mediático y una de las principales voces anti-desahucios, probablemente la más punk de todas. Su creación parece situarse en esa articulación como puro reflejo social, pero significa mucho más que eso: es un animal indómito cabalgando libre, pese a que cualquier cosa que huela a cultura parezca un anciano molido a palos entre el gobierno, la deuda, el déficit, la inflación, la Troika, la Merkel o lo que ella representa, los especuladores y toda esa panda felizmente entregada al capital.
Sigueleyendo ha sobrevivido gracias a su carácter mutante. Lo que comenzó como una editorial digital se ha visto convertida en un ente activo y acaparador, capaz de generar mecanismos de intervención sociocultural. Funciona igual como editorial que como librería de segunda mano, portal literario, espacio de reivindicación, escenario para recitales poéticos y performances a pie de calle, vehículo de expresión o como excusa para montar saraos y fiestas. Igual hablan de teatro que de política, de libros que de desahucios, de justicia social que se mofa de su pobre sombra. Hasta su calle tiene algo de poético, “Voy a la Luna”, dicen quienes frecuentan por ahí, como quien va a un sitio que nada tiene que ver con la tierra.
Y es que, como la cultura, Negra y Criminal y Sigueleyendo no viven, sobreviven, como la cultura, es imposible acallar su voz protestona y autorizada, y, como la cultura, pase lo que pase crean comunidades para perpetuarse en el tiempo y la memoria.
Su ejemplo, en un país cuyo gobierno ha recortado en el último año un 30% de media en los presupuestos culturales dependientes del estado, (que, en suma, significa un 70% de su presupuesto en los últimos 4 años), que ha dejado a las bibliotecas públicas sin dinero para libros y sin el 60% de su presupuesto global asfixiando de paso a editoriales y revistas, que ha mutilado a los grandes museos con un recorte medio del 30%, herido de muerte al cine tras dos recortes anuales consecutivos de algo más del 30% y un exagerado aumento del IVA, y que, mientras, ha dejado indemne a la Iglesia católica pese a seguir declarándose laico, ha disparado el gasto en antidisturbios con un aumento de más del 1300% y se ha permitido una desorbitada subida salarial (un 22% de media en sus dirigentes, un 27% el presidente del gobierno y multiplicado por 10 el sueldo de su vicepresidenta), en un lugar que permite eso, es algo más que una proeza, es el insecto de La Metamorfosis de Kafka, un bicho que vive contracorriente y que, sin quererlo, se ha vuelto cada vez más incómodo para quienes gobiernan, eterno, incontrolable, imposible de enterrar.