Opinión | Sociedad

¿Y si los asesinados fuesen futbolistas?

En la España del siglo XXI, alrededor de un centenar de mujeres son asesinadas cada año por sus parejas o exparejas sin que ello suscite el revuelo social y mediático que se produciría en caso de que los muertos fueran hombres

Hace más de una década –en febrero de 2002-, publiqué mi primer libro sobre violencia de género. Comenzaba así: “¿Qué habría ocurrido en este país si el año pasado hubiesen sido asesinados 68 futbolistas? Resulta fácil de imaginar: despliegues policiales espectaculares, medidas especiales de protección, guardaespaldas, preguntas parlamentarias, revuelo en la clase política, movilizaciones históricas en las calle, portadas de los periódicos, sentencias ejemplarizantes para los culpables, muestras de apoyo y solidaridad desde todos los rincones del mundo… y mil acciones más.

Podríamos cambiar la palabra futbolista por cualquier otro gremio: ¿Qué habría ocurrido si el año pasado hubiesen sido asesinados 68 taxistas, bomberos, jueces o periodistas… por ejemplo? Es más, podríamos hacer la pregunta simplemente en masculino: ¿Qué habría ocurrido en este país si el año pasado hubiesen sido asesinados 68 hombres a manos de sus esposas, novias, amantes o ex compañeras? El resultado sería idéntico. Tendríamos garantizado el revuelo social, político, policial y judicial.

Sin embargo, en la España del siglo XXI alrededor de un centenar de mujeres son asesinadas cada año por sus parejas o ex parejas. Ni siquiera sabemos exactamente cuántas son porque a las cifras oficiales no se suman, por la imposibilidad de cuantificarlas, aquellas que se suicidan como única salida a su sufrimiento. Cientos de españolas tienen problemas de salud física y mental derivados del maltrato cotidiano de sus maridos, novios o compañeros y miles son torturadas diariamente en sus propias casas. Pero ante semejante injusticia y tamaño dolor, las soluciones aportadas no son ni parecidas a las que imaginamos si los muertos, los torturados, los violados y los denigrados fuesen otros”.

En aquel momento, ni en la peor de mis pesadillas se me hubiese ocurrido que, once años después, utilizaría el mismo comienzo para un artículo de opinión sobre la actualidad del país. Efectivamente, es una pesadilla. La violencia de género, lejos de disminuir se mantiene o según en qué grupos de edad -para mayor horror precisamente entre las parejas más jóvenes-, incluso aumenta.

Aún más. Hace 20 años, ¡20!, en 1993, publiqué mi primer reportaje sobre violencia de género en la portada de la revista Interviú. Llevaba por título: “Los maridos españoles matan más que ETA”. Ya en aquel momento, sin cifras oficiales, simplemente haciendo recuento de las noticias sobre las esposas asesinadas que salían en los periódicos, las cifras no eran comparables.

ETA ya no mata y aun así –y con razón-, nadie baja la guardia. Los maridos, novios, amantes, parejas, exparejas… continúan asesinando y nadie sube la guardia. ¿Cuántas mujeres más tienen que ser asesinadas para que se ataje esta barbaridad? ¿Tendremos que dar un argumento económico para que sea prioridad en la agenda política de este gobierno? El presidente Rajoy aún no ha dicho “ni mu” respecto a este tema. ¿Cuánto vale la vida de las mujeres?

La violencia de género no es un asunto privado. Es una violencia estructural. El maltratador agrede, desprecia, viola y asesina porque puede; porque ha recibido una educación de superioridad y posesión sobre las mujeres; porque en el colegio estudió mucho o poco las matemáticas pero en sus libros de texto no había ni rastro de educación en igualdad, ni de educación sexual, ni de educación sentimental, ni siquiera de educación para la ciudadanía; porque ha estado inmerso en una cultura que le refuerza todos los días en esas ideas (libros, cine, publicidad, series de televisión, opinadores, columnistas y tertulianos), porque el entorno familiar, laboral y social no le recrimina su actitud y no le rechaza; porque en caso de sospecha, la duda recae sobre su pareja “algo habrá hecho” o –como decían algunos comentarios sobre el artículo que publiqué en este mismo espacio la semana pasada sobre la custodia compartida -“ésa lo que quiere es el piso y una pensión”… Si es extranjera, por supuesto, lo que quiere son los papeles.

La violencia de género tiene culpables y muchos, demasiados cómplices (por acción –de palabra u obra- o por omisión y silencio).

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Comentarios
  1. El post tiene parte de verdad y parte de falacia propagandística. Y es una pena que haga falta enmascarar la verdad con argumentos creadores de bilis y victimistas.

    Cierto que la muerte de 68 personas a manos de su pareja es deleznable. La muerte de 1 sola persona ya lo es. Cierto que es necesario una concienciación general y un esfuerzo en educación para promulgar criterios igualitarios.

    Sin embargo la generalización sobre lo malo de lo masculino, basado en hechos puntuales, unido a la santificación de lo femenino es un error, como lo son todas las generalizaciones. Ya dice la constitución que no se debe tratar a nadie de diferente forma por razón de sexo, pero queremos saltarnos esto para culpabilizar al pene por existir. Y por aquí no paso.

    Yo soy padre de una hija, a la que educo junto a su madre en los valores que considero más justos. Trato de darle un pensamiento crítico y una moral firme, que le permita tener claro el bien y el mal. Y jamás le diré a mi hija que hay una diferencia entre un hombre delincuente y una mujer delincuente. Ambos son lo mismo, ambos son iguales. Delincuentes.

    ¿Que le decís vosotros/as?

  2. yo creo que estamos cayendo en un lugar común que cada vez se hace más espantoso y redundante, somos diferentes, eso es lo que el feminismo pretende dar a conocer, y se nos tiene que ser respetados con visión de diversidad, ya sean minorías sexuales, pueblos indígenas, tierras lejanas, soberanía o sexos, no así nos enfocamos en mostrar algo que ya se conoce, en la frase típica «y si hubiesen sido hombres», caemos en el cliché, hoy tenemos que defender la diversidad y no quedarnos en el «pobre de nosotras que hemos sufrido tanto», paremos de llorar y empecemos a luchar, no hay que matar hombres para solucionar este antiquísimo problema, hay que enseñarles a convivir.

  3. A mí me ha avergonzado el desinterés a todos los niveles -informativos, políticos…- con los que se ha asumido el asesinato de cuatro mujeres en cuatro días la semana pasada.
    Y más verguenza sentí al ver comenzar el telediario del mediodía del domingo con la primera noticia: apuñalado en París un soldado, fuera de peligro y enterarme luego, por ahí, que una mujer había sido apuñalada ese mismo domingo por su pareja y estaba grave…
    Parece que lo seguimos viendo normal y no llega a la categoría de gran noticia.

  4. Como persona que trabajo en al ámbito de la salud en situaciones que con frecuencia incuyen conocer intimidades de las personas, con demasiada frecuencia aparece la violencia de género como una causa de malestar vital crónico en usuarias femeninas.
    La dimensión pandémica del problema es para mí muy evidente.
    Afortunadamente, este problema es cada vez más público, aunque sea en la sección de sucesos. Aún así, aún tenemos mucho camino por hacer como sociedad.

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