Cultura

Daniela Astor y la caja negra, de Marta Sanz

"La trama de Daniela Astor y la caja negra comienza en la habitación –leonera, se dice en la novela– de Catalina, una niña de doce años que, junto a su amiga Angélica, juega a imitar los modelos dominantes de mujer de la época", escribe el crítico literario David Becerra.

No se puede escribir sobre el pasado sin correr el riesgo de caer en la nostalgia. Desde una óptica nostálgica, el pasado se convierte en pieza de coleccionista, en un objeto admirable y complaciente que se contempla bajo los efectos de un hechizo. La nostalgia neutraliza políticamente el pasado e imposibilita que este se convierta en arma de intervención pública en el presente. Al leer Daniela Astor y la caja negra bien parece que la autora es consciente de esta premisa; pero lejos de rehuir el peligro, de tomar un camino distinto para sortear el obstáculo, Marta Sanz conduce sin frenos hacia el lugar de la colisión. Porque solamente colisionando contra el muro será posible abrir una fisura en él y, en el mejor de los casos, derrumbarlo.

Daniela Astor y la caja negra reconstruye los años de la Transición –la trama se sitúa en 1978– a través de elementos propios de la nostalgia y la cultura pop: portadas de revistas de papel couché, fragmentos de películas, recortes de prensa rosa, etc., que el lector descubre al visionar el documental que su protagonista, Catalina H. Griñán, está montando casi cuarenta años después de lo ocurrido en el tiempo de la enunciación.

El discurso se construye sobre elementos massmediáticos, pero estos, en vez de empañar la contemporaneidad de nuestro pasado, filtrado por el efecto hipnótico de las pantallas, sirven para desenmascarar el proceso de construcción de la nueva imagen de «lo» femenino que durante los años de la Transición se está forjando. Gracias a la labor y a la capacidad analítica de la autora, el lector observa cómo en la liberación de ciertos tabúes, como el sexo y el desnudo, anclados en la mojigata y claustrofóbica sociedad española, subyace un planteamiento ideológico en el que la preponderancia de la mirada masculina sobre el cuerpo desnudo de la mujer termina por convertir a la mujer en objeto de deseo y de consumo, en una mercancía más en las complejas relaciones sociales del capitalismo avanzado.

Lo que parecía una transgresión no encubría sino una forma nueva de sumisión, y Marta Sanz, como buena žižekiana, sabe que la ideología hegemónica suele disfrazarse de contra-hegemónica para resultar más efectiva. Esta nueva visión de la feminidad ha atravesado la subjetividad de toda una generación de mujeres, como así lo experimenta Catalina, cuando durante su pubertad buscaba parecerse a las mujeres que ocupaban las portadas de las revistas del corazón.

Porque la trama de Daniela Astor y la caja negra comienza en la habitación –leonera, se dice en la novela– de Catalina, una niña de doce años que, junto a su amiga Angélica, juega a imitar los modelos dominantes de mujer de la época. El juego se lleva a cabo por medio del desdoblamiento de la identidad, que conduce a las niñas a crear una nueva vida con un pasado repleto de historias apasionantes, un nuevo lenguaje con el que emular los diálogos de las películas de Hollywood, y, por supuesto, un nuevo nombre.

En su «habitación propia» las niñas pasan a llamarse Daniela Astor y Gloria Adriano. Este juego, aparentemente inocente, nos permite observar el modo en que las niñas interiorizan, a través de los modelos que consumen, la nueva imagen que adquiere la mujer en la nueva sociedad posmoderna que se está constituyendo, donde el cuerpo femenino –siempre erotizado– funciona como un instrumento indispensable para labrar el destino de la mujer en la nueva competitividad social. La mujer, si pretende escapar de las cuatro paredes del hogar y trascender su condición natural a la que le ha relegado la sociedad patriarcal, ha de entregar su capital erótico.

Por el contrario, no existirá sino como otro aniquilado. El cuerpo erotizado funciona, en el capitalismo, como símbolo de triunfo y libertad de la mujer. La posibilidad de decir yo-soy, de realizarse como sujeto autónomo y pleno, pasa por la construcción de una imagen y un cuerpo que se adapte a los cánones de belleza dominante. Por eso, en la leonera, encontramos a las niñas constantemente hablado del cuerpo. La imagen de la mujer triunfadora que el capitalismo avanzado ha construido en realidad encierra una nueva sumisión; en los símbolos de su liberalización se reconoce la huella de la dominación masculina.

Pero, a su vez, Daniela Astor y la caja negra de Marta Sanz reflexiona sobre los elementos residuales que persisten en la nueva y moderna sociedad democrática nacida de la Transición. La trama de la novela nos permite asistir a un aborto y con ello al modo en que la sociedad criminaliza y condena la práctica abortiva y cuestiona el derecho de la mujer a decidir, con libertad, sobre su propio cuerpo.

Desde los postulados patriarcales, el hecho de que la mujer no obedezca a su naturaleza reproductora supone una disfunción y, por lo tanto, su libertad se estigmatiza como locura. La novela nos ofrece esta condena legal pero también social. Y asimismo, en el contrapunto analítico que ofrece la estructura bipartita de la novela, se denuncia el modo en que el cine –desde el fantaterror al destape– ha contribuido a la estigmatización del aborto, al asociarlo, la gran pantalla, al terror, al mundo de las brujas, de lo sucio y de lo oscuro (aunque, como casi siempre, la realidad termina superando la ficción y a nuestro cine le ha faltado la creatividad que exhibe el Ministro de Interior cuando afirma que el aborto tiene algo que ver con ETA, pero no demasiado).

Daniela Astor y la caja negra de Marta Sanz es una novela contra la nostalgia construida con todos los ingredientes con los que se nutre el relato nostálgico posmoderno. La novela trata de subvertir este tipo relato y lo hace desde su propia esencia. Porque, ¿qué mejor manera de subvertir la nostalgia que proyectando el pasado en el presente? La apropiación funciona como subversión cuando es posible darle la vuelta. En este sentido, Marta Sanz se apropia de los relatos de la ideología dominante –incluso la novela cierra con un fragmento del programa televisivo Sálvame– para cuestionar lo que estos relatos reproducen y legitiman: la nueva sumisión de la mujer construida sobre una apariencia de libertad. Marta Sanz, en Daniela Astor y la caja negra, habla el lenguaje de la clase dominante porque es consciente de que, como anuncia la cita de Adrienne Rich que abre el libro, solamente hablando con el lenguaje del opresor –y compartiendo el conocimiento del opresor– podrá llegar a los lectores, igualmente oprimidos, y hacer añicos el discurso dominante.

Después de su inmersión en el género negro –Black, black, black (Anagrama, 2010) y Un buen detective no se casa jamás (Anagrama, 2012)–, Marta Sanz retoma –sin haberla abandonado del todo– la concepción literaria que había puesto en funcionamiento con La lección de anatomía (RBA, 2008), una novela en la que para demostrar el modo en que la explotación capitalista atraviesa nuestra subjetividad, llevó «la honestidad hasta el impudor del desnudo». Con Daniela Astor y la caja negra, Marta Sanz vuelve a desnudarse. Pero su desnudo no tiene nada que ver con aquellos con los que nos deleitó el destape a finales de la década de los setenta. El desnudo de Marta Sanz en Daniela Astor y la caja negra nos permite reconocer el modo en que se está construyendo nuestra subjetividad y la manera en que interiorizamos discursos que, en su inocente apariencia, están cargados de ideología. Y que solamente tomando conciencia de cómo nos construyen, lograremos liberarnos o desprendernos de ellos.

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Comentarios
  1. Tras reconocer que desde niña se sintió fascinada por una mujer como la fallecida Amparo Muñoz, una de las actrices más famosas del período junto a otras como Susana Estrada o María José Cantudo, ha advertido de que no se trata, sin embargo, de un relato autobiográfico.

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