Opinión

Venezuela después de Chávez: reinvención de la revolución e involución de la oposición

Nicolás Maduro, a pesar del estrecho margen de su victoria electoral, tiene muchas posibilidade de consolidar el proceso bolivariano, opina el autor.

Dice la ciencia política que uno de los ejemplos más claros de profecía autocumplida tiene que ver con las encuestas y los resultados electorales. Si dices que votar a un partido es inútil, termina siendo inútil porque nadie lo vota. Un escenario contrario –wishfull thinking– tiene que ver con el optimismo desmedido que no ayuda a hacer buenos análisis. Si afirmas que vas «sobrado», ¿para qué tomarse la molestia de ir a votar? El chavismo se ha confiado, mientras que la oposición ha sido capaz de recuperarse de la depresión de octubre (cuando Chávez sacó 11 puntos al ahora de nuevo derrotado líder de la oposición Henrique Capriles) y de diciembre (donde el chavismo ganó 20 de las 23 gobernaciones del país).

Los resultados electorales no confirmaron las encuestas (que daban una horquilla al candidato chavista entre 8 y 15 puntos y una fuerte bajada en la participación), pero han dado la victoria a Nicolás Maduro. Siete millones y medio de venezolanas y venezolanos han apoyado una candidatura claramente comprometida con la transición al socialismo. 275.000 votos más que los recibidos por la derecha, una ventaja de 1,8 puntos. Con dos modelos radicalmente confrontados. Sin medias tintas. Con todo lo que eso significa.

Después de 14 años de gobierno (y el desgaste que eso siempre conlleva), con problemas aún por resolver y con una ofensiva de la derecha en todos los frentes (incluidos los sabotajes eléctricos y el desabastecimiento, que tan terriblemente conoció el Chile de Salvador Allende). Los tristes medios de la derecha mundial -prácticamente todos los diarios en papel- apostaron por la victoria de Capriles. ¿De dónde la sacaban? En verdad, de ninguna fuente fiable, pero parecía más importante desanimar al «chavismo» o, incluso, sembrar sospechas de un posible fraude cuando se anunciara el resultado. La honestidad y la objetividad se la cambiaron los medios a un buhonero por unas acciones en la bolsa. Hace tiempo que, en el mundo occidental, ni los tomates tienen sabor, ni los programas electorales se cumplen ni los medios dicen la verdad.

El regreso de la oposición a los fueros golpistas de 2002

Por eso tampoco extraña el no reconocimiento por parte de la oposición de la victoria de Maduro. La llamada Mesa de la Unidad está compuesta por 27 partidos, unidos solamente por el objetivo de sacar el chavismo del Palacio de Miraflores. Malviven ahí partidos de izquierda marxistas (bandera roja) con posiciones de corte neoliberal y autoritario (Primero Justicia, el diario El Nacional, María Corina Machado), sin faltar los emblemáticos partidos que hundieron en los ochenta y noventa a Venezuela (AD y COPEI).

La negativa a reconocer la victoria de Maduro fue acompañada inicialmente sólo por dos países (curiosamente, los mismos que reconocieron al golpista Carmona en 2002), aunque ante las amenazas a la posición económica de empresas como Repsol, el Gobierno del Partido Popular del Reino de España dio de inmediato marcha atrás, dejando en solitario al gobierno golpista norteamericano (¿tenemos que recordar el papel de EEUU en Honduras?).

Sin embargo, la estrategia de Capriles tenía buena música: ¿qué problema hay en contar todas las papeletas si hay evidencias de fraude? En realidad, dos problemas. Primero, las evidencias de fraude son falsas, al menos las más publicitadas por Capriles. En la más emblemática (la votación en una pequeña ciudad, Cuica), mostró el dirigente opositor ante los medios una totalización donde habría 700 votos y tan sólo 500 votantes. Claro caso de fraude, dijo Capriles sin que le temblara la voz. Salvo que el mentiroso líder de la derecha no decía que en esa población había dos mesas -no una- con 500 electores cada una de ellas. Esto es, 1000 electores. Por tanto, los 700 votantes lejos de invalidar ningún resultado mostraban la consistencia del dato.

Igualmente cuando mostraron fotos de la supuesta destrucción de material electoral (incluso en la portada de un diario), lo que soliviantó los ánimos de los votantes de la oposición. Con la salvedad de que la foto era de destrucción de material realizada en 2010. Igual cuando el periodista Bocaranda apuntó en twitter que en un Centro de Diagnóstico Integral (CDI) se estaban escondiendo y destruyendo urnas y papeletas (el CDI fue asaltado y los médicos golpeados). Sinvergüenzas. O mercenarios. Porque eso no es un error.

El 100% de la observación internacional ha validado el resultado. El Centro Carter ha dicho que el sistema electoral venezolano es el más fiable del mundo. Sin embargo, Capriles quiere regresar al conteo manual, precisamente el que superó la Constitución bolivariana de 1999 porque era ahí donde se pervertían las elecciones y donde la experticia en el fraude de AD y COPEI consolidaba el reparto del poder en Venezuela en un turnismo de truhanes. Además, Capriles hizo la petición en los medios de comunicación, no presentando el recurso pertinente donde correspondía.

Más ruido. ¿Cómo iba a responder el Tribunal Supremo -su sala electoral- o el Consejo Nacional Electoral (CNE) si no había recurso? Capriles sólo estaba interesado en el ruido y la furia. Finalmente presentó la petición y el CNE aceptó una auditoría del 100% (ya se había hecho, por ley, del 54%). Auditoría, que no el conteo manual que deslegitimaría indirectamente el modelo consagrado en la Constitución. El resultado va a ser el mismo. Pero el ruido ya está hecho, aún más con la miserable colaboración de los medios de comunicación de todo el mundo que han ayudado a confundir a las gentes de bien.

Además, la irresponsable actitud de Capriles llamando a sus seguidores a la calle ha dejado a ocho chavistas asesinados, varios Centros de Diagnóstico Integral devastados, asedios a medios de comunicación, palizas a militantes de partidos chavistas, destrucción de sedes del PSUV. La piel de cordero mostrada durante las elecciones se cayó pronto y se mostró el mismo rostro fascista -autoritario, violento, excluyente, racistas y clasista- que esos mismos actores políticos que hoy dirigen la oposición venezolana mostraron durante los breves días del golpe en 2002. No han conseguido sus propósitos, han reforzado a Nicolás Maduro, han asustado a muchos de sus votantes (tirando a la basura el mejor resultado conseguido nunca por la oposición) y han demostrado que los descontentos con el chavismo todavía tienen que hacer un esfuerzo más para encontrar la dirigencia que los represente con algo más de dignidad. Lo que los lectores de cada país hagan con los medios que los han engañado ya corresponde a otro negociado.

El recuerdo de Chávez y su reconocimiento póstumo

Las elecciones han estado marcadas por el recuerdo del Presidente Hugo Chávez y su petición del 8 de octubre pasado, antes de partir a su última y fatal operación en Cuba, de que el pueblo apoyara, llegado el caso, a Nicolás Maduro. Algunas encuestas apuntaron que en torno al 48% de los que iban a votar a Maduro lo harían por la continuidad del proceso. El 37% porque así lo había pedido Chávez. La derecha apuntaba a que, desaparecido el «Comandante», desaparecía la V República. Una buena parte de los analistas -muy poco analíticos, por cierto- estaban igualmente convencidos de que la Venezuela bolivariana era la aventura de una persona. Si la verdad no se parece a sus teorías, peor para la verdad.

El pueblo de Venezuela ha dado una gran lección: el amor por Chávez tenía mucho que ver con su persona, pero no menos con un proyecto. Maduro ganó las elecciones de este 14 de abril con un margen superior o similar al que sacó Kennedy a Nixon, Calderón a López Obrador o Aznar a Felipe González. Cierto que la oposición ha sacado su mejor resultado. Pero ha perdido. Y, como en tantas otras ocasiones, se niega a reconocer el resultado. ¿Qué ocurriría si el resultado hubiera sido al revés?

Chávez tenía que morirse para que muchos venezolanos entendieran quién fue su Presidente. En Caracas se convirtió en un lugar común en estos días de elecciones–repetido por muchos observadores- encontrarse gente contraria al Presidente Chávez, que nunca votó por él y que, sin embargo, manifestaban sentirse estafados por la oposición por haberles negado la posibilidad de haber conocido mejor al líder de la revolución bolivariana. En conclusión, iban a votar por Nicolás Maduro. Ciudadanos normales a los que se les abrieron los ojos con el espectáculo de diez días con centenares de miles de compatriotas haciendo interminables colas para despedir al Comandante. Con países, algunos supuestamente enemigos, declarando luto por la muerte del dirigente de otro país. Con la ONU o la OEA celebrando exequias. Con las portadas del mundo abriendo con el Presidente Chávez y desplazando del centro de atención al Papa y su cónclave. Es verdad que este hecho ocultaba otro no menos real: la existencia de gente cansada de los errores de los Gobiernos bolivarianos. Y otro que ha sido una constante: los sabotajes eléctricos, la colaboración empresarial en el desabastecimiento y la voluntad especuladora que hay detrás de la inflación. La Venezuela chavista se confió pensando que bastaba el dolor hacia Chávez para triunfar sobrados en las elecciones.

El legado de Chávez

Con el cadáver aún caliente del Presidente, surgió la pregunta acerca del legado de Chávez y el futuro de Venezuela. Un debate urgido, además, por la cabriola hecha por el candidato de la oposición, Capriles Radonski –derrotado contundentemente en octubre por Chávez- declarándose chavista desde chiquitito y pidiendo el voto para su persona “para que Maduro no eche a perder lo que hemos ganado estos 14 años”. Sin que le temblara una pestaña. Si en las campañas electorales no es normal sacar lo mejor de cada uno, Capriles quizá haya exagerado en esta ocasión.

Maduro ha sido, en el tremendo reto de sustituir a Chávez, él mismo. Un trabajador -conductor de autobús- formado en veinte años de trabajo político. Capriles, una marioneta de quienes le trazan su destino. La victoria de Maduro es la garantía de orden en la región. Chávez puso su inteligencia política en señalar a quien mejor podía continuar su tarea. Más de la mitad ha estado de acuerdo. Casi la otra, ha preferido optar por Capriles. 14 años parecen ser pocos para que un pueblo cambie su mentalidad rentista. Sin olvidar algo que bien entendió la finada Margaret Thatcher: aunque hagas a alguien propietario, no le estás generando conciencia social solidaria.

El amor y el odio por Chávez queda marcado en la propia República. Tiene que ver con su coherencia desde 1992, cuando se levantó en armas contra la IV República y asumió toda la responsabilidad del alzamiento. También por su apuesta por los pobres cuando la desaparición de la URSS parecía mandar a la izquierda al basurero de la historia. Y en no menor causa, por el coraje de no temer enfrentarse a los Estados Unidos y sus empleados en las sucursales nacionales que condenaron a América Latina a un par de siglos de soledad.

Por las consecuencias de todo eso –donde brilla la más intensa integración latinoamericana del continente que nunca ha habido- Chávez ha sido, seguramente, el más importante estadista del continente en los últimos 50 años. ¿Quién si no podría impulsar UNASUR, la CELAC y el ALBA? ¿Quién podría impulsar un proceso de paz en otro país, como está ocurriendo con las FARC y el gobierno colombiano? ¿Quién podría devolver a América Latina el orgullo y la soberanía de la patria grande? ¿Quién podría devolver al continente el Caribe, expulsado a las tinieblas de la periferia en lenguas ajenas al común de a zona? Y así lo han entendido en muchos lugares. Sobre todo en Venezuela. Chávez ya pertenece al mundo del mito. Y ese mito va a acompañar la gestión de Maduro a partir del día 15 de abril.

El chavismo: una gramática construida en la práctica

El pensamiento de Chávez lo construyeron sus enemigos. Al menos, como decíamos, desde 1992, cuando se levanta contra el gobierno corrupto y represor de Carlos Andrés Pérez. En la memoria, el Caracazo, la represión militar del pueblo desesperado. Hambre y represión. En un situación similar ¿no tendría incluso la ordenada Europa sus Chávez? A partir de 2005, Chávez entendió que la solución a los problemas de Venezuela era el socialismo. Curioso “Caudillo” que renuncia a la orientación personal –a diferencia de lo que hizo Perón- y orienta a su país en una senda ideológica que apunta al capitalismo como el principal problema. Podrían existir chavistas de derechas y de izquierdas, pero no caben socialistas de derechas. Se arriesgó a reducir su base de apoyo prefiriendo reforzar la clarificación ideológica. Las elecciones del domingo demuestran que Chávez dejó a un pueblo que, además de seguirle a él, sigue a un proyecto. Un pueblo consciente que no presta tampoco su apoyo sin más.

El socialismo en Venezuela -que configura el corazón del futuro gobierno de Nicolás Maduro-, se sustantiva como socialismo y se adjetiva como bolivariano. Este socialismo bolivariano pretende asumir todos los logros de la izquierda durante el siglo XX –lo mejor de las sociedades occidentales es un fruto de las luchas de la izquierda-, pero entiende que debe ir más allá de sus errores. Repasando el Programa de Gobierno 2013-2019, y escuchando los discursos electorales del ya Presidente Maduro, podemos resumir el socialismo bolivariano en ocho rasgos: está en contra del imperialismo y de cualquier colonización económica o cultural; quiere superar el marco capitalista y sus valores (la mercantilización de la vida), y no solamente solventar sus excesos neoliberales (de ahí que Maduro, con contundencia, haya avisado que no cabe ningún acuerdo con «la burguesía»); apuesta por el respeto al medioambiente –herencia de la Pachamama indígena que contrasta vivamente en un país petrolero- y por la mujer, entendiendo su triple jornada (laboral, familiar y de activismo político); es pacífico pero armado –para evitar otro 11 de septiembre como el que derribó a Allende-; ha aprendido que socializar no es sinónimo de estatalizar y confía en formas populares de gestión económica; entiende que el Estado es solución y problema, de manera que el aparato estatal se pone al servicio de la entrega de capacidad de autogestión al pueblo organizado. Esto implica, apostar por la participación popular directa y superar las limitaciones de la democracia representativa. Es el gran reto de la futura Venezuela: construir el Estado comunal.

El populismo y sus retos

Lo que se llama despectivamente “populismo” en Venezuela es el intento de reconstruir lo político devastado por el neoliberalismo. Su indefinición tiene que ver con que se mueve entre un momento destituyente que no ha terminado su tarea y un momento constituyente que todavía no ha triunfado. He ahí otro reto para Maduro. Ahondar en ambas direcciones. En esa indefinición, el papel del liderazgo cobra su esencialidad (fuerte para armar el nuevo sistema, pero con voluntad de entregar poder al pueblo). En el caso de Chávez, un líder fuerte con un pueblo detrás empoderándose. En el caso de Maduro, un liderazgo más colectivo e, igualmente, con un pueblo que ha aprendido que “todos somos Chávez”. Y con una misma certeza: la revolución, para poder ser, no puede detenerse.

La inseguridad, la corrupción, la ineficiencia son retos pendientes para Maduro -retos del proceso- que han regalado a Capriles el mejor resultado de la derecha. La victoria entrega a la revolución bolivariana un nuevo desafío. Maduro no ha heredado de Chávez sus resultados electorales. Quizá eso sea positivo. Los procesos que no se renuevan no avanzan. Y un resultado muy holgado, difícilmente hubiera entregado el revulsivo que necesita la democracia venezolana en su intento de superar no solo el neoliberalismo sino el propio capitalismo.

El escenario presentado por la oposición al chavismo durante la breve campaña ha tenido tintes apocalípticos: catorce años de Gobierno (con casi dos generaciones que sólo han conocido gobiernos chavistas), la muerte del carismático líder y su sustitución por alguien que no es Chávez (algo, por otro lado, evidente), apagones eléctricos y problemas de abastecimiento (cierto que provocados por sabotajes, aunque esto no lo decían), una delincuencia en niveles muy altos, subidas de precios (donde hay mucha responsabilidad de acaparadores y especuladores, cosa que tampoco se enuncia), corrupción en la administración… Y, sin embargo, Nicolás Maduro ha ganado las elecciones. Con un resultado al que no estaba acostumbrado el chavismo (siempre sacando dos dígitos a sus adversarios), pero que no está lejos, como decíamos, del de otros Presidentes (Calderón, Bush, Kennedy). Maduro ha ganado las elecciones y la oposición, como ha venido siendo la norma desde 1998, desconoce el resultado. La derecha siempre piensa que el poder le pertenece.

Superar los cuellos de botella de la modernidad

Para entender la victoria de Nicolás Maduro haría falta dejar de lado la agotada ciencia política y leer un poco de literatura (por ejemplo, Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier). Se vería así que los ritmos del mar, de los ríos infinitos y de la tierra no son los de las fábricas y las autopistas. Ayudaría también entender la lógica de las telenovelas -donde se reinventa constantemente el mito de la Cenicienta, ahora con jueces y herencias de por medio- o el porqué de la necesidad popular de santos cotidianos, esos que dan fuerza a los que se levantan a las cuatro de la madrugada para ir a un trabajo donde se demorarán toda la jornada y recibirán un salario que no alcanza para ir a Disneyworld.

Ayudaría también entender la humillación acumulada del pueblo frente a los mantuanos y los extranjeros y la dignidad recuperada gracias a alguien que era de los suyos (piensen en Los santos inocentes de Miguel Delibes, multiplíquenlo por diez, metan el racismo histórico hacia los negros y los indios, y aderécenlo con penetración imperial norteamericana; entonces se aproximarán a lo que ha sido la historia de América Latina durante dos siglos). En una asamblea comunal, una mujer venezolana le dice a otra: «¡Chica, es que hablas como Chávez!». Y ella le contesta: «No. Es que Chávez habla como nosotros». No hay niños desnutridos en las calles de Venezuela y en las escuelas se entregan libros y ordenadores. El último año se repartieron 200.000 viviendas. Además, a los venezolanos ya no les da vergüenza ser venezolanos. En el editorial de un periódico global y desubicado se decía: el populista Chávez se gasta el dinero del petróleo en educación, en sanidad, en pensiones, en vivienda social. Claro, así cualquiera gana elecciones.

¿Por qué la izquierda avanza en América Latina y se despeña en Europa? Pudiera ser porque Europa insiste en despreciar lo que ignora. De nada sirve toda la escuela de Frankfurt advirtiendo frente a la torpeza moderna a la hora de usar la racionalidad de otra manera que no fuera mera instrumentalidad -vaya, que no fuera como Terminator-. Tampoco le ha servido al bueno de Baumann su apuesta por lo líquido y su advertencia de que hay una línea casi recta entre el pensamiento de la Modernidad y los crematorios de Auschwitz. Europa sigue cometiendo «epistemicidios», haciendo del pensamiento lineal un camino a ninguna parte, midiendo el mundo con la vara arbitraria de su saber eurocéntrico.

La Venezuela bolivariana sigue pareciéndole a lo discípulos de las brumas filosóficas demasiado frívola. ¿Un Presidente que canta? ¿Un líder que se ríe con su pueblo? ¿Un dirigente que se la pasa manchado de barro y con los sectores más humildes? Y por si fuera poco ¡ahora un Presidente conductor de autobús! Si entendieran la emocionalidad de este proceso, sabrían que no se puede derrotar al sueño de los pobres con un burguesito que ayer decía que iba a echar a los médicos cubanos y hoy promete darles la nacionalidad, que ayer quería encarcelar o inhabilitar a Chávez y hoy se declara su más ferviente discípulo, que ayer insultaba a las misiones y hoy dice que las va a potenciar. Y lo dice rodeado de personas de plástico -como cantaba Rubén Blades- a las que se les nota a la legua que les molesta todo lo que sepa, huela o se vea como pueblo. Claro que Capriles ha sacado un buen resultado. Pero no por méritos propios, sino por acumulación de los errores del chavismo. Llegado el momento, Capriles y su combo demostraron su apuesta por las misiones quemando varios Centros de Diagnóstico Integral.

Venezuela: un país donde entras de conductor de autobús y llegas a Presidente

Nicolás Maduro, un conductor de autobús que ha hecho su grado y su posgrado en la política (cuidado con los elitistas: ¿cuántos licenciados y doctores no han arruinado países?), tiene la experiencia suficiente como para continuar el proceso e, incluso, superar los cuellos de botella en los que se ha detenido. Como sindicalista, como diputado, como Presidente de la Asamblea, como Canciller, como Vicepresidente. Si Chávez lo escogió entre un gran abanico de posibilidades no fue por capricho. El Presidente fallecido tardó demasiado en pensar en su sucesión. Pero cuando la enfermedad le puso en la urgente tesitura de hacerlo, la formación de Maduro ya era un hecho. En su intervención el día de las elecciones desde su colegio electoral, Maduro demostró que ya estaba preparado. Los tics de emulación de su maestro quedaron atrás. Apareció, de pronto, él mismo. Algo tarde, pero un Maduro completo ya estaba ahí. Sus gestos, su discurso, su temperamento, su tranquilidad. Él, como la mayoría del pueblo, «le ha cumplido a Chávez». Ahora ya puede continuar solo. El gran reto de suplir a un Presidente «gigante» -es lo que ha sido Chávez, pese a los errores y todo lo pendiente- lo ha sabido hacer con bien. No parecer que se renunciaba a su legado; no parecer un simple clon del Comandante. Y el pueblo de Venezuela ha sido claro: acompañábamos a Chávez, pero también acompañábamos un proyecto. Cierto que la oposición ha sacado su mejor resultado. Pero Maduro, como venismo insisiendo, ha sacado 275.000 votos más.

Los retos de la revolución bolivariana

Los retos de Maduro y de la revolución bolivariana son grandes. Cuando en el mitin de cierre de campaña se hizo acompañar de todo su tren ministerial estaba lanzando un primer mensaje claro: somos un equipo. El carisma de Chávez va a ser sustituido por política. El segundo mensaje no era menos contundente: desde el día después de las elecciones, Maduro va a recorrer el país durante dos semanas, escuchando al pueblo, sus quejas, sus necesidades, sus deseos de colaboración. Casi el 50% de los electores no ha entendido la propuesta de Maduro. Corresponde, pues, explicarla. Y, al tiempo, construyendo los nuevos acuerdos que permiten gobernar un país.

Maduro heredó de Chávez su señalamiento como la persona encargada de continuar la revolución bolivariana, pero con ese legado no venía incluido el acuerdo que trenzó Chávez en estos catorce años. Le corresponde al nuevo equipo de Gobierno construir el nuevo bloque y lograr hegemonía gracias a la incorporación de grupos, sensibilidades, profesiones, partidos, ámbitos geográficos, etc. Es aquí donde existe más riesgo de fractura en cualquier proceso de cambio, de manera que la voluntad demostrada de hilar todos estos asuntos indica sensibilidad política y buen tino.

El tercer mensaje es igualmente contundente: ningún acuerdo con la «burguesía» (es decir, con quienes apuesten por aprovecharse del trabajo de los demás) ni con el imperio (los vecinos del norte, siempre conspirando para desestabilizar a los desobedientes, pero también las empresas transnacionales, que creen que cualquier territorio es un mercado y les pertenece). Lo cual no implica la falta de diálogo con la oposición. Pero el programa con le que han ganado las elecciones es claro y busca la transición al socialismo. Pero hay asuntos que no tienen que ver con la ideología.

Maduro sabe, como miembro de diferentes Gobiernos de Chávez, que hay tres problemas urgentes: la inseguridad, la corrupción y la ineficiencia. Tres problemas estructurales, históricos, de muy difícil solución pero donde el proceso se juega su credibilidad popular una vez que todos los demás logros pronto se verán ya como derechos adquiridos. La crisis económica mundial terminará llegando a América Latina, y en ese escenario es esencial que el entendimiento entre el pueblo y el gobierno sea total. Para ello, la transparencia y la probidad del comportamiento gubernamental son condición sine qua non.

Todo esto sólo se podrá lograr con la participación popular y con una apertura inmensa a la crítica y a la autocrítica. La desaparición física de una figura tan presente como la de Chávez, abre mucho espacio para muchas cosas. En un mundo sin modelos, la frase de Simón Rodríguez «inventamos o erramos» sigue siendo radicalmente válida. El vivencialismo o experimentalismo es más relevante que la repetición de modelos que han demostrado su invalidez. Por eso, el proceso bolivariano necesita tener mucha cintura para escuchar todos los mensajes que le vengan desde todos los ángulos afines al proceso. De la misma manera que tiene que aprender a compartir desde el Estado cuotas de poder que deberán ser entregadas al poder comunal. De lo contrario, el Estado se irá burocratizando cada vez más, y la crítica quedará en manos de los enemigos del proceso. En ambos casos, la consecuencia será la imposibilidad de construir una nueva hegemonía.

Venezuela ha tenido éxito, a diferencia de lo que ha sido la norma en la izquierda latinoamericana, por cinco razones. La transformación ha venido acompañada de redistribución de la renta (posibilitada por el alto precio del petróleo y la voluntad de repartirlo), ha sido democrática, tanto en términos electorales como de democracia participativa, ha venido en forma de ola regional, ha gozado de las posibilidades que brindan las nuevas formas de comunicación y no ha generado un rechazo extremo como ocurrió con el comunismo en los años 20 y 30. Pero al ser una «revolución» electoral, siempre se la juega en el último embate. Este último quizá haya sido el más difícil, al estar marcado por la ausencia del fundador de la V República. También ha sido superado. Europa seguirá, en cualquier caso, criticando a Venezuela. Igual hará esa «izquierda caviar» que no termina de entender ni su propia realidad -sea en América Latina, sea en Europa- ni la de otros lugares. Algo siempre más socorrido que ver las miserias propias. Mientras tanto, la revolución bolivariana sigue su rumbo.

El autor es profesor titular de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid y fue asesor del gobierno de Hugo Chávez.

 

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Comentarios
  1. !Qué cantidad de gilipolleces, Dios mío! Después de vivir allí en un país petrolero y después de un mandato de 14 años de este socialista de pacotilla bullanguero me lo contáis a ver si me lo creo es de que trabajo para el pueblo………

  2. De nada sirve toda la escuela de Frankfurt advirtiendo frente a la torpeza moderna a la hora de usar la racionalidad de otra manera que no fuera mera instrumentalidad -vaya, que no fuera como Terminator-. Tampoco le ha servido al bueno de Baumann su apuesta por lo líquido y su advertencia de que hay una línea casi recta entre el pensamiento de la Modernidad y los crematorios de Auschwitz. Europa sigue cometiendo “epistemicidios”, haciendo del pensamiento lineal un camino a ninguna parte, midiendo el mundo con la vara arbitraria de su saber eurocéntrico.

    Hay que ver que cpmplicado nos expresamos a veces, y eso que la izquierda apelamos a buscra apoyos en las clases más desfavorecidas.

    • Está muy bien explicado. lo comparto porque he vivido carenta y uno de mi primera cuarentena de años en países colonizados por los europeos en Africa.
      Países milenarios de vida sencilla en la Naturaleza destruidos en un siglo por Inglaterra, Francia, Portugal y Bélgica.
      No llevaron a Africa ninguna civilización Lo que hicieron es arramplar con las riquezas y sembrar el hambre que hoy mata a millones de niños anualmente.

  3. Como siempre brillante, Juan Carlos. Magnífica exposición sobre Venezuela.
    Enhorabuena a La Marea por contar con gente como Juan Carlos Monedero.

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