Opinión

Sin llamadas desde Bagdad

La autora recuerda la capital iraquí previa a la guerra impulsada por George Bush, Tony Blair y José María Aznar

Hace mucho tiempo que no llama. Su voz se ha apagado. A veces me acuerdo de él y de aquellos macarrones que nos preparó en un Bagdad hambriento. Me gusta pensar que está vivo y a salvo junto a su familia, aunque lo dudo. Hamit me llamaba cada dos o tres meses. Le conocí en el primer viaje que hice a Bagdad, en febrero de 2003, en vísperas de la guerra. Nadie sabía cuándo iba a empezar pero todo el mundo temía que en cualquier momento comenzarían los bombardeos. Era taxista. Le vimos nada más llegar, sonriente y con su coche limpio y dispuesto. Negociamos el precio por una hora, que era todo el tiempo libre que teníamos. Regateamos un poco y nos pusimos en marcha.

Disfrutamos en aquella primera mirada rápida a la ciudad que tantas veces habíamos imaginado. Cuando fuimos a pagarle, Hamit se negó a cobrarnos. Una y otra vez rechazó el dinero diciéndonos que él se sentía muy honrado con la visita de personas extranjeras que en esos momentos tan duros para su país y su gente, se atrevían a viajar hasta allí, mostrar su solidaridad, compartir su suerte y contarle al mundo lo que allí ocurría.

Hamit nos impresionó. Si algo se necesita en vísperas de una guerra es el dinero que te puede salvar la vida, conseguir la gasolina que escasea, la comida que desaparece de las tiendas, el agua imprescindible para sobrevivir. Y Hamit no lo quería, le bastaba nuestra solidaridad. Así eran muchos iraquíes que conocí.

A las pocas semanas llegaron los bombardeos, la guerra, la invasión… Nadie lo pudo parar y al ritmo de la ocupación, caía la estatua de Sadam y asesinaban a Couso y comenzaban los saqueos… el inicio del caos. La ciudad se llenó de jóvenes de apenas 20 años disfrazados de marines, con tanto miedo que encañonaban a los niños que se les acercaban, marines que nunca habían salido de su país, jóvenes atemorizados que nos cambiaban raciones de comida por una llamada a su novia o a su madre. Ellos tenían comida; nosotros, teléfono satélites… ése era el pacto. El día que Hamit vio el trueque, nos invitó a comer un plato de macarrones en su casa.

En España, y en medio mundo, la gente salía a la calle para decir No a la guerra. No sirvió de nada. Se produjo el exterminio impune de un pueblo bajo los focos de la televisión. La ciudad que conocí en febrero, en abril ya no existía. Sus habitantes tampoco. Quienes había sobrevivido ya no eran los mismos. Diez años después, la ciudad sigue muriendo y el país continúa desangrándose.

Aun hoy, algunas noches, cuando cierro los ojos para intentar dormir, aparecen las imágenes: los niños con banderas blancas, los coches particulares acribillados, los “quirófanos” a la entrada de los hospitales, los médicos fregando el suelo ensangrentado con mascarillas, los trapos sucios que intentaban parar hemorragias, los muertos sin nombres ni apellidos, los niños gritando de dolor, sus madres que giraban la cara, los periodistas que se ponía las gafas oscuras… Aún oigo los gritos, y recuerdo la extraña quietud de la pequeña Nora, su sonrisa perdida, Nora, la silenciosa Nora. Nadie sabía qué pasa por su cabeza, no miraba nada, no decía nada…

Ese No a la guerra fue nuestro pasaporte. Al decir que éramos españoles, la gente torcía el gesto y nos recriminaba la actuación del gobierno. Solo cambiaban la actitud cuando les decíamos: sí, pero el país entero está en la calle diciendo que no está de acuerdo. Las imágenes de las enormes manifestaciones también habían recorrido las televisiones de todo el mundo.

Aprendí que, en demasiadas ocasiones, los pueblos no tienen nada que ver con quienes les gobiernan. Hace más de dos años que Hamit no llama. Bush, Blair y Aznar tienen teléfonos de última generación.

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Comentarios
  1. Hay seres con apariencia de personas; pero con corazón de hiena.
    A algunos hasta se les vé en la cara.
    Lo mejor que nos pudiera suceder a los pueblos de la Tierra es que se devoraran entre esas hienas; pero que vá, saben que la unión hace la fuerza y ¡hay que ver lo que les une y les ciega el ansia de poder y de dinero! Les ciega tanto que se olvidan de la brevedad de la vida y de los beneficios del entendimiento y de la cooperación.
    Por cierto que cuando invadieron Irak se dijo que les íbamos a juzgar como criminales de guerra y ya no se ha sabido más del tema.
    Se dice el trío de las Azores; pero no olvidemos que eran cuatro con el que hacía de orgulloso anfitrión de aquella siniestra cita: Durao Barroso, al que luego, como premio a sus servicios lo ascendieron al cargo que todavía ostenta en la Unión Europea.
    En mi juventud te admiraba, Europa, actualmente, me dá vergüenza ser española y europea.

  2. Hay muchas veces en las que uno se pone a pensar en las injusticias tan grandes que suceden en el mundo, y le entra un desasosiego tan grande que a la unica conclusion que puede llegar es a la de pensar que el genero humano no tiene solucion.
    El caso de Irak es uno de estos casos.
    ¿como puede ser que las personas que organizaron esa guerra duerman tranquilas por las noches? ¿que son para ellos todos los hombres mujeres y niños que han muerto durante todos estos años?

    • Voy a contestarte con mi opinión:
      ¿como puede ser que las personas que organizaron esa guerra duerman tranquilas por las noches? No debería ser así, deberíamos denunciar que son terroristas, tanto los que disparan y torturan como los que los dirigen y jalean.
      ¿que son para ellos todos los hombres mujeres y niños que han muerto durante todos estos años? números, como todo lo que gestionan quienes controlan el Estado, como dice Gallardón, ¡gran demócrata si señor! dice, nuestro papel es gestionar el sufrimiento ¡cojonudo! y luego dicen que existe la democracia.
      Espero que Hamit y su familia estén bien, así como los irakies que sufren a sus gobernantes impuestos por gobernantes internacionales que duermen tranquilos porque siguen manteniendo el status quo, esto su nivel de vida, a costa de los demás y con el beneplácito y complicidad de otros individuos que como ellos, son de la misma calaña. Son tan culpables quienes dan órdenes, disparan y torturan como quienes les apoyan, jalean y aplauden y todo ello disfrazado en nombre del bien, la libertad y la democracia.
      ¡Salud y acierto!

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