Sociedad
Diez años después del Prestige, el chapapote del olvido tapa el legado de 'Man'
La peculiar casa-museo construída en las rocas de la Costa da Morte por Manfred Gnädinger esta decayendo por falta de cuidado. El alemán murió poco después de que la marea negra destruyera su obra artística hace diez años en Camelle.
A CORUÑA // Son las 8:00 horas del 19 de noviembre de 2002, el Prestige, el buque accidentado frente a las costas gallegas, no aguanta más. Su casco no resiste el temporal y acaba por hundirse, primero la popa, después la proa. El veneno que guarda en su interior comienza a salir sin control, ya no son los “hilillos” de los que hablaba el vicepresidente del Gobierno Mariano Rajoy días antes. Ahora 10.000 toneladas de fuel salen para contaminar el agua, directo a la costa coruñesa.
Ese mismo día empezó a morir Manfred Gnädinger, el artista eremita conocido como el ‘Man’ de Camelle. Este hombre que llegó de Radofzell, un pueblo cercano a la ciudad alemana de Friburgo cuarenta años atrás, veía como el fuel llegaba a las puertas de su peculiar casa, un mágico jardín artístico en las rocas de la costa, y teñía de negro su trabajo, su vida. Su cuerpo aguantaría solo un mes más, el Día de los Inocentes, como una cruel broma del testigo, fallecía.
Oficialmente, el caso del Man de Camelle no aparecerá en el juicio que se celebra en A Coruña por la desgracia del Prestige. Nadie deberá responder de su muerte pero, sin duda, la marea negra se llevó por delante algo más que las playas, rocas y la costa gallega, la vida de Man acababa en ese momento.
La historia de amor de Manfred con la Costa da Morte se remonta al año 1962. Cuentan los vecinos del lugar que era primavera, que llegó sin hablar castellano y que lo recibieron con los brazos abiertos, con un trozo de pan y un plátano. Quedaban aún más de 14 años para que unos japoneses terminasen de soldar el monocasco del Prestige. Él tenía entonces 26 años y toda la vida por delante.
Man se paseaba por el pequeño pueblo de Camelle dejando al descubierto su cuerpo delgado, mínimamente tapado, con su larga caballera y su sonrisa oculta. Allí hizo su propio hogar, se instaló a pie de mar, creó un museo y un entorno que, pronto, fue lugar de visita. Un museo al aire libre.
Era un artista y como tal vivió, y casi murió. En Camelle eligió quedarse, donde construyó una cabaña de seis metros cuadrados rellena y cubierta de peñascos, piedras, todas ellas pintadas de colores muy vivos, una Sagrada Familia del mar, desacralizada y con un único credo: la naturaleza. Todo esto empezó a morir con la rotura del Prestige.
La segunda muerte de Man
Camelle, Malpica y Caión fueron las zonas más afectadas por los primeros vertidos del Prestige. Este barco construido en Japón en 1976 dejó un reguero de muerte negra a su paso por la Costa da Morte.
Al museo de Man comenzó a llegar el fuel en aquel fatídico mes de noviembre. La marea negra inundó su obra, su vida. Todo lo que había construido a lo largo de los años, se cubrió de chapapote, cada día llegaba más, las rocas eran negro sobre negro.
Man no pudo resistirlo. Los días de esos largos meses de noviembre y diciembre, el alemán se refugió dentro de su peculiar cabaña. Enfermó, se puso peor que nunca, no salía de allí. Sufría, por él, por todos y por el mar. “Yo decir que esto no deber limpiarse nunca para todos recordar quién es hombre”, se le escuchó decir, “hombre no querer a hombre, ni querer a mar, ni querer peces, ni querer a playas”.
La situación no mejoró en las siguientes semanas, el 20 de diciembre las playas de toda la Costa da Morte amanecieron ennegrecidas, había hasta un metro de grosor en algunas capas de chapapote. La gran tragedia. Las mareas negras no dejaban de llegar y Man no lo pudo aguantar.
El 28 de diciembre Manfred, el Man de Camelle, dejó de respirar.
La tercera muerte de Man
Hoy, diez años más tarde, Man ha vuelto a morir. Su obra, su vida, está en una situación de abandono. El museo se encuentra en ruinas, nadie se preocupa del legado del alemán. Incluso una asociación creada para honrar su memoria ha decidido tapar la cabaña con plástico negro en forma de denuncia. Es el nuevo chapapote, el de la indiferencia que llega al museo del alemán.
El entorno da miedo y pena. Restos de bebidas, suciedad, rocas destrozadas, recuerdos de chapapote, alguna vela, un candado y una cadena oxidadas es lo que queda de un pasado en el que su museo era más visitado que el Centro Galego de Arte Contemporáneo. Nada se sabe de los 120.000 euros que se estima que el alemán dejó en herencia al gobierno español para que cuidase su obra.
Hoy hay temporal en Camelle. Las olas chocan contra el dique creado junto a la casa de Manfred Gnädinger. Dos niños juegan junto a una de sus edificaciones y en el museo parece asomarse la sombra del espectro del Man, con su larga barba, su gesto serio y llorando por él mismo, por su Costa da Morte y por todos nosotros.
Y los culpables fumandose un puro, que lastima de país.