Opinión
Les elecciones (elogio del conflicto)
La llamada Cultura de la Transición es responsable por la hispánica aversión a los referendos, como se ve ahora en el debate sobre Cataluña. Un demócrata español, paradójicamente, es aquel al que nunca se le obliga a escoger.
Hace semanas que no duermo bien. Que sufro, de hecho. Y no sufro por mí, qué va, me hace sufrir el pobre hijo de la gran estadista Carme/n Chacón. Su hijo pobrecito quien, según su atormentada madre, se verá obligado en breve a escoger si ser español o catalán. Es del todo comprensible ese miedo materno, ya que en esta todavía España postfranquista, la elección, tener que escoger una entre varias opciones, sigue siendo la viva imagen del tormento. Me explico.
El sabio pero atractivo periodista Guillem Martínez hace ya algunos años que acuñó un concepto imprescindible: la Cultura de la Transición (CT) Según su tesis, tras la llegada epifánica de la democracia, se creó en España un marco mental, un frame como se llama ahora, que definía lo que era bueno y posible en el nuevo imaginario moderno/capitalista/democrático que se estaba gestando. Y en la cabecera de todos los valores, por encima de todas las palabras, se encontraba el consenso. Una especie de potente onda mental omnisciente que inundó nuestras conciencias y permitió que Carrillo aceptara la monarquía, que los fachas aceptaran las ikastolas, las beatas el destape y los demócratas a Fraga. Por lo tanto, y no hay que ser ingeniero para deducirlo, si se exalta el consenso se criminaliza el disenso. Martínez ha descrito muy bien ese mecanismo por el que la crítica (que es la esencia misma de las culturas contemporáneas) se evaporó de España al mismo tiempo que desaparecían los pantalones de campana.
Es en este mito fundacional basado en el consenso, donde se halla la hispánica aversión a los referendos. Un referendo no es más que la exposición aritmética de una discrepancia. Es, de hecho, un canto a la lógica aristotélica del tertium non datur. O esto o aquello. O blanco o negro. Para convocar referendos pues, se ha de encontrar uno en una sociedad que entienda y asuma un par de conceptos básicos: el de derrota y el de consecuencia Las sociedades que se refrendan, y en eso el bipartidismo anglosajón es un hacha, aceptan las derrotas. En la España de la Transición, como bien sabemos, se ha congelado la idea de derrota. Los graves problemas que tuvo todo el movimiento de Memoria Histórica patentizan como el nivencedoresnivencidos sigue siendo la religión de Estado. Hay un miedo cerval a que los derrotados no acepten y a que los vencedores humillen. Una prueba más de que hay mucho de barniz en la democracia del 77.
El otro concepto que bloquea psíquicamente al español frente a un referendo es el de consecuencia. Tan frágil y milagroso es el edifico estatal construido por los padres fundadores, que debe ser apartado de toda dinámica. La corriente de la historia arrastra, por lo tanto, construyamos un estado en una de sus orillas y limitémonos a verla pasar.
Por lo tanto, un demócrata español, paradójicamente, es aquel al que nunca se le obliga a escoger. Que nunca asume las consecuencias de una elección puesto que esta, de manera pura, nunca se puede dar. Se sigue considerando que una victoria de lo blanco debe traer un repintado metódico de todo lo negro. Nada se decide, todo se pospone. Fuera del debate territorial, ver cómo las decisiones económicas fundamentales como el rescate se congelan entre calendarios electorales locales es muy sintomático.
Pero quizá hoy el caso catalán sea el más paradigmático de este bloqueo. El hijo de Chacón podrá escoger entre irse a vivir a los USA o Alemania. Entre ser gay o trans. Se le invitará a elegir de manera irremediable entre ciencias o letras o entre el alquiler o la hipoteca. Sin embargo, escoger entre una de las dos administraciones que tendrá a su disposición (El reino de España y la República Catalana) supone en Chacón un drama homérico. Y aunque lo parezca, no se trata de un tema sobre sentimentalidad identitaria. Aquí lo que hay es el cerval pavor a la irreversibilidad que sigue atenazando a nuestras élites.
Cuando decimos que la administración del estado es algo indisoluble no solo atentamos contra las leyes de la química y caemos en la aerofagia retórica. Lo que estamos definiendo es la imposibilidad misma de toda elección. Y la tranquilidad mental que eso conlleva, porque gracias al paternal artículo ocho, en la España democrática siempre tiene uno a un teniente coronel dispuesto a elegir por usted. Por eso el proceso catalán asusta tanto a las vestales de la Transición, porque diluye precisamente el aglutinante de la CT: la ausencia de conflicto. No se trata pues tan solo (que también) de algo identitario, económico o espiritual. El hecho de tener que aceptar de pleno una opción y renunciar al resto de caminos, será el fin de esa Cultura de la Transición que ha negado la posibilidad de trascender su propio imaginario al negar dialéctica en sí misma.
Por fin. Hay conflicto, elección entre opciones y consecuencias a las que atenerse. Todo un programa antiespañol, en suma.
[…] diría que este artículo de don Antonio Baños en Mas Público es de imprescindible lectura, así que se lo digo. Venga, léanlo, y comenten […]
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Señor Baños,
está usted trastocándome. No quiero convertirme en un independentista sobrevenido, pero empiezo a dudar. ¿De verdad cree usted que tendremos una república catalana? Aún recuerdo a algunos nacionalistas hablar de mantener una relación especial con la Corona…