Cultura

Sin héroes no hay paraíso

El rescate de las crónicas desde Rusia de Manuel Chaves Nogales, antes de la II Guerra Mundial, y John Steinbeck, 20 años después iluminan el resurgir periodístico.

MADRID // No les recordaremos por ninguno de estos reportajes. Tanto Manuel Chaves Nogales (1897-1944) como John Steinbeck (1902-1968) viajaron a Rusia para borrar los prejuicios, que desdibujaban a miles de kilómetros la mayor revolución social de la Historia, y regresaron con miles de anotaciones en sus libretas que revelaban su incapacidad para superar los suyos propios. El primero,por la gravedad con la que defiende un régimen insostenible; el otro, por el agudo cinismo con el que embadurna el viaje. Pero de los prejuicios de los genios se aprovecha todo.

El redactor jefe del Heraldo de Madrid descubre en sus primeros paseos por Moscú “un pueblo mal vestido”, que cubre su cuerpo con lo que buenamente puede. Adivina la miseria del hacinamiento y el cansancio de las familias, aunque su impresión le dice que “no hay nadie que se quede sin comer en Moscú”. Le cuesta verlo, pero reconoce el aire dramático en la vida en el régimen comunista. Aun así apunta a la supresión del lujo como causa de la tristeza del moscovita. El desarraigo de la gente arrastrada por la necesidad
es, a sus ojos, más una cuestión de moda.

El Junkers que lleva a Manuel Chaves Nogales hasta Moscú sobrevuela 10.000 kilómetros sobre territorio ruso desde Berlín. Antes ha hecho escala en París, Zurich y Berlín, donde da rienda suelta a los instintos más zafios e imprudentes de uno de los mitos intocables de la historia del periodismo de este país.

Catálogo de prejuicios

Bárbaro ante el Louvre, Chaves Nogales cree que lo mejor que se podría hacer con él sería prenderle fuego y destruir de una vez por todas el arte, “una de las grandes supersticiones”; racista ante chinos (“Estos amarillos, donde quiera que estén, dan siempre un triste espectáculo de senectud, son demasiado viejos”), negros (“Hay tal cantidad de negros en París, que cualquiera otra ciudad que no fuese ésta, no los soportaría”) y judíos (“Los que arremeten contra el viejo imperialismo no son nunca alemanes: judíos, negros, esclavos… Me falta ver al alemán”); y necio homófobo (“La mujer, por su parte, al mismo tiempo que el hombre, se entrega a idéntica aberración”).

Moverá su tan cacareado adn “celtíbero” y “latino” por Europa en 26 crónicas, aparecidas en su periódico entre el 6 de agosto y el 5 de noviembre, de 1928. En Rusia estuvo un mes y estos reportajes son el germen del libro La vueltana Europa en avión, publicado en 1929, que ahora recupera Libros del Asteroide.

El ojo que todo lo veía con nitidez tardaría unos años en mejorar, cuando escribe Bajo el signo de la esvástica (recientemente publicado por Almuzara) y el maravilloso El maestro Juan Martínez que estaba allí (Libros del Asteroide también).En su primer viaje al extranjero repite que no ve hambre, pero relata cómo un golfillo espera agazapado en una plaza a que las palomas se posen a por migajas para agarrar una y comérsela.

El trabajo es un privilegio en Rusia. Por eso el trabajador, por el hecho de serlo, es parte de una casta aristocrática con “todos los derechos de la ciudadanía”. A pesar de la dictadura del proletariado, “el obrero de la fábrica vive peor en Moscú que en Berlín, Londres o Nueva York”. Y tras hacer un crudo retrato de una sociedad varada, justifica que de la obra revolucionaria el viajero no ve más que las “fallas”, “el tren que no llega”, “el taxi caro”, “la ausencia de confort”… Son molestias personales del turista, no un país exhausto.

Un Capa «desconsolado»
El relato de John Steinbeck no es tan contenido. Llega a un país en el que 30 años de revolución han “acabado con la risa de todos”, así que decide darle burbuja a las páginas de Diario de Rusia (rescatado por la editorial Capitán Swing). El escritor viaja a Moscú, Kiev y Stalingrado a finales de julio de 1947 y regresa a EEUU a mediados de septiembre. No va solo, se lleva, bajo los auspicios del New York Herald Tribune, al mejor fotógrafo de todos los tiempos: Robert Capa (1913-1954), que en ese momento, “desconsolado”, se encontraba sin nada que hacer, meses antes de fundar con Seymour, Cartier-Bresson y Rodger la agencia Magnum.

Ha pasado una Guerra Mundial, el país está preparándose para celebrar 30 años de revolución obrera y el premio Nobel de Literatura de 1962 advierte que lo más destacable de su reportaje es que los rusos son como cualquier otro pueblo del mundo: “Descubrimos, como habíamos sospechado, que la gente rusa es gente, y, como sucede con otra gente, es muy agradable”.

El autor de Las uvas de la ira, que ya había practicado el género periodístico con fotógrafo en un publirreportaje a favor de la carrera armamentística estadounidense en Bombas fuera (Capitán Swing), monta en este caso un libro de anécdotas en el que practica una acertada combinación de estilo llano con astutos dardos humorísticos. Chaves Nogales no se caracterizó por este tipo
de banderillas, prefiere un sobrio dinamismo en los adjetivos para reconstruir “el mecanismo ideológico” de los ciudadanos.

Steinbeck visita pueblos y ciudades, evita el ensayo político, baña en picardía la carne del relato y atiza la incapacidad administrativa rusa, la rumorología con la que visten dos pueblos irreconciliables al otro y la condición de Capa,que lo utiliza para desengrasar tanta tristura: “Con dos cuartos de baño, Capa es un compañero encantador, inteligente y bienhumorado. Con un único baño, es un…”.

Una bañera vieja

En otro momento describe el estado de una sociedad congelada en la decrepitud del lujo y las inversiones del pasado, gracias a Capa: “Era una bañera vieja, probablemente prerrevolucionaria, y su esmalte se había desgastado en el fondo, dejando una superficie parecida a una lija. Capa, que es una criatura delicada, descubrió que empezaba a sangrar después de bañarse, y decidió hacerlo en adelante con los calzones puestos”.

Entre un reportaje y otro han pasado 20 años, los acontecimientos han puesto patas arriba a la Historia, pero Rusia sigue en el mismo punto en el que Chaves se la encontró cuando la visita Steinbeck. ¿O peor? El periodista sevillano, en un ataque de ingenuidad total, señala que los soviets tienen la mejor policía del mundo: “Es tan buena, está tan maravillosamente organizada, que ni siquiera se advierte su existencia”. Explica que nadie le ha molestado para pedirle la documentación ni le han puesto en dificultades.

Steinbeck y Capa no tuvieron tantas facilidades, llegaron en un momento en el que el sistema estaba completamente pervertido por los burós gubernamentales.“Y otra vez un policía muy educado se acercó y leyó nuestro permiso, y también se fue a una cabina mientras nosotros esperábamos”.Nadie estaba dispuesto a jugarse el cuello por no consultar a un superior.

El primer reportaje inaugura el periodismo moderno subido a un avión de una España que quiere escapar sin motor de la censura de la dictadura de Primo de Rivera. El segundo se preocupa por cuidar el talento y el estilo, la expresión breve, precisa y eficaz. Los dos trataron de resolver lo más difícil del mundo, la simple observación y aceptación de lo que ocurre. Aunque fallaran,Steinbeck dejó una frase para la lápida del periodismo:“Siempre deformamos nuestras percepciones según lo que esperábamos, queríamos o temíamos”.

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