Opinión

La dura mano de Europa

Europa es una realidad política y económica, mucho más económica que política, y por eso la crisis actual es europea, no mundial; y, dentro de Europa, de su parte más ligada económicamente, la zona euro (...)

Europa es una realidad política y económica, mucho más económica que política, y por eso la crisis actual es europea, no mundial; y, dentro de Europa, de su parte más ligada económicamente, la zona euro. Un mercado sin un Estado detrás, pues tener muchos es no tener ninguno, un mercado sin límites, algo explosivo.

El contexto internacional está claro: no existe. El G-20 ha hablado mucho pero no ha hecho nada y Europa tiene que rescatarse a sí misma, como el Barón de Munchhaüsen, tirándose de sus propios pelos. Es preciso encontrar una fórmula que ponga fin al efecto dominó iniciado con la crisis griega y que quizá no se detenga en España. A cambio ya hay diversas propuestas de avanzar en la unidad política, lo cual debe entenderse como cesión de soberanía, terreno de suspicacias.

A los efectos de legitimidad es vital respetar el principio de igualdad política; pero es difícil mantenerla con unas desigualdades económicas tan acusadas que permiten hablar de economías dependientes por no decir coloniales. La realidad se impone. La insistencia internacional en que España baje los salarios (privados y públicos) y recorte gastos sociales tiene como fin generar un territorio productivo devaluado en la periferia de la Unión desde el que competir con los BRICs, especialmente los asiáticos.
Esa será la forma de salir de la crisis de los españoles, mediante una devaluación interna. En realidad es la respuesta a la proposición de aquí hemos “vivido por encima de nuestras posibilidades”. A cambio de aceptar la merma, España se beneficiará de una afluencia de capital exterior con el que primero pagará la deuda y luego podrá financiar alguna vía de desarrollo autóctona, alguna forma de productividad que no sea el ladrillo y no la condene a ser una sociedad de servicios turísticos.

Paradójicamente, la esperanza de la derecha española está en que prosperen las tesis de la socialdemocracia francesa, opuestas a las que ella aplica aquí.

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