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El camino hacia la liberación del amor
El avance del feminismo va derribando cada vez con más frecuencia el mito del amor romántico, que aún resiste con fuerza.
Este artículo está incluido en el especial amor #LaMarea50
Estamos en la Rue Lepic. En el barrio de Montmartre. En París. En el año 1998. Café Tabac des Deux Moulins. «¡Alto! Baje muy lentamente ese bolígrafo y deposítelo sobre la mesa», grita un señor al director de Amélie, Jean-Pierre Jeunet, que está escribiendo en ese momento el guion de la película. «Tranquilo, amigo, no cometa ninguna locura». «No sea ingenuo, Jean-Pierre, la locura estaba usted a punto de cometerla. El mundo, tal y como lo conocemos, cambiará a peor si usted escribe ese panfleto ñoño y melindroso». El director, en un intento de defensa, prosigue: «No sé de qué me habla, solo es una idea. Un boceto… Una chica de unos 20 años, que ha crecido sola, tiene problemas para encontrar pareja y se refugia en su delicioso mundo interior, repleto de…». El hombre no para: «Jean-Pierre Jeunet, en nombre de las Naciones Unidas, queda usted detenido por los delitos de apología del terrorismo emocional y el intento en grado tres de ataque generalizado y sistemático contra la población civil femenina».
Escrita por el guionista Sergio Sarria, es una de las parodias que se han hecho sobre Amélie, una película francesa que marcó una época y se convirtió en la cinta de cabecera de mucha gente, incluso de quienes hoy son referentes feministas. Amélie –o Audrey Tautou ¿quién diferencia a estas alturas a una de la otra?– intentaba hacer feliz a todo el mundo de manera desinteresada hasta que pensó en ella misma… y decidió buscar su pareja a través de esas señales que envía el destino.
Dieciséis años después de su estreno, este personaje femenino dulce –y a la vez implacable–, que seguía a escondidas al hombre del que se había enamorado sin hablar siquiera con él, ha vuelto a la actualidad con la historia del chico del tranvía, que puso varios carteles en Murcia para localizar a la joven con la que había sentido un flechazo en el vagón de vuelta a su casa. Es decir, lo que en 2001 podía parecer amor, hoy puede parecer acoso. El chico, no obstante, cree que el acosado ha sido él por la cantidad de insultos que ha recibido. ¿Y por qué la dulce Amélie puede parecer ahora una acosadora? ¿Por qué una acción en principio inofensiva puede parecer –o ser– acoso? La culpable de que ahora no veamos amor donde sencillamente no lo hay son las gafas violetas, el empuje del feminismo, la denuncia sistemática de que el machismo –y los micromachismos– no pueden seguir campando a sus anchas en nuestro día a día, como corroboran las expertas en igualdad consultadas.
Todas ellas insisten en que detrás de ese «falso amor» se esconde el amor romántico, una construcción cultural del heteropatriarcado que coloca a las mujeres en una posición subalterna. «Es decir, no se trata de un análisis del amor como sentimiento, sino como una cuestión política”, aclara la socióloga Carmen Ruiz Repullo, autora de Voces tras los datos, un estudio que analiza los signos de violencia de género en la adolescencia. Hoy sabemos, por tanto, que aquellas emotivas reconciliaciones de Lo que necesitas es amor eran en realidad horrendas historias de violencia machista.
Hemos avanzado. Pero a pesar de ello, el amor romántico nos sigue engañando y obnubilando, sostienen también las entrevistadas. La mayoría de las veces sin darnos cuenta e incluso a quienes están atentas o atentos a sus señales. Podríamos hacer un símil con un hecho reciente. La canción del portugués Salvador Sobral en Eurovisión. Su interpretación, su melodía, su voz y su reivindicación de la música por encima de lo comercial en un festival contrario a todos esos conceptos conquistó las redes sociales desde el minuto cero, muy especialmente a la izquierda. Pero lo ha hecho con una letra –escrita además por una mujer, su hermana– que no difiere de tantas otras cantadas por David Bisbal o Bustamante, por seguir con los concursos televisivos. Dice así: […] «Mi amor, escucha mis plegarias / Pido que regreses, que me vuelvas a querer / Sé que no se ama solo / Tal vez poco a poco vuelvas a aprender […] Si tu corazón no quiere ceder / No sentir la pasión, si no quiere sufrir / Sin planear lo que vendrá después / Mi corazón puede amar por los dos». Coral Herrera, doctora en Humanidades y Comunicación, asegura que lo mandaría a freír espárragos. La profesora e investigadora Pura Sánchez, experta en el estudio de las mujeres durante el franquismo, dice que tiene que beber agua para tragarla. ¿Por qué entonces seguimos cayendo en los mitos del denominado amor romántico cuando teóricamente hemos avanzado bastante? Las expertas señalan dos factores fundamentalmente: el sistema capitalista y la educación.
Los estragos del capitalismo
Perfumes, lencería, escapadas románticas, restaurantes, mujeres guapas, hombres guapos, jóvenes ellos y ellas, cremas, cirugía estética, vestidos de novias, lunas de miel, despedidas de solteros, spas, terapeutas para remontar la relación… El negocio en torno al amor mueve miles y miles de millones y millones de euros. No hay una cifra global porque salpica a casi todos los ámbitos. La publicidad usa la pareja incluso para vender productos que no tienen nada que ver con el amor. La industria en torno al amor se mueve a diario. Y San Valentín, además, hace el agosto. Algunos estudios que se hacen por esa fecha indican que en torno al 70% de los españoles reconoce que celebra ese día en un restaurante. Forma parte del ritual de los regalos, sin los cuales, indican las especialistas, parece que no quieres de verdad. Decir amor romántico es decir consumo. En palabras de la socióloga Eva Illouz, el amor romántico es la argamasa que sostiene el capitalismo, que a su vez ha organizado la sociedad en torno a él: el matrimonio, la familia y la mujer en casa como sostenimiento del sistema. «Al patriarcado capitalista solo interesa la pareja heterosexual joven y en edad reproductiva, que las mujeres busquemos a hombres y formemos una familia bajo la promesa de que teniendo hijos con un hombre lograremos que nos amen eternamente», afirma Herrera, creadora de la plataforma online Otras formas de quererse. Su discurso es claro: no somos capaces de construir relaciones igualitarias, bonitas y sanas porque hay una desigualdad estructural, política, económica y social donde las mujeres no tienen acceso a los recursos ni a los puestos de poder político, empresarial y financiero: «Eso hace que para muchas, la principal fuente de recursos haya sido tener un marido. Los hombres necesitan una criada que tenga hijos y los críe. Una cocinera, una psicóloga, una cuidadora y una asistenta doméstica que se encargue de las necesidades básicas. Y las mujeres necesitamos el proveedor principal, que serían los hombres, que están en el espacio público y nos traen esos servicios al espacio doméstico».
Se nos hace creer, además, insiste la educadora, que el amor es una utopía romántica del siglo XXI que nos salvará de manera individual tras dejar al lado las utopías sociales que aspiran a salvar a todos juntos: «Como el marxismo, el socialismo, el comunismo, el anarquismo… Cada cual busca la manera de salvarse el culo con el lema ese del capitalismo de ‘sálvese quien pueda’ y por eso el amor romántico es como que te ofrece un paraíso a tu medida, personalizado. Es decir, ya llegará alguien que me salve a mí de la pobreza, alguien con quien pagar la hipoteca y compartir el pago de las facturas, alguien con quien criar a mis bebés. Y hay mucha gente enganchada a esta utopía, una especie de religión que también se asimila mucho al paraíso cristiano». Kate Millett lo definió, en una entrevista con la abogada Lidia Falcón en 1984, como el opio de las mujeres. «Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente, en todos los sentidos. Entre seres libres es otra cosa», dijo. El amor es imposible en el capitalismo, reflexiona el histórico dirigente comunista Felipe Alcaraz en su última novela, La torre y las mujeres (Atrapasueños).
Ruiz Repullo recuerda también aquella frase de Millett en la que aseguraba que mientras las mujeres amaban, los hombres gobernaban: «Pues bien, siguen gobernando. Porque claro, ¿cuántas cosas han dejado, dejan o dejamos de hacer las mujeres por amor? Las renuncias profesionales, el robo del tiempo personal, el sacrificio oculto, el ‘total no me cuesta nada'». Todo se resume –afirma la socióloga– en lo que Amelia Valcárcel llama la ley del agrado, «que yo redefino como el imperio del agrado, una socialización diseñada por el sistema machista sobre el papel que nos toca a las mujeres en la sociedad en general y en el amor en particular. Agradar en lo estético, en lo amoroso, en lo profesional, en lo personal, en lo familiar, en lo sexual… en definitiva, agradarles, aunque no sea de nuestro agrado».
Un chico y una chica juegan cariñosos en su cama. Él propone ver una película. Ella dice que ya la ha visto. Siguen jugando cariñosos. Están enamorados. Parece una relación de igual a igual, del siglo XXI. Puede que ni siquiera estén casados. Puede incluso que hayan pasado por una separación. O dos. O tres. Nada que ver con los matrimonios de otras épocas, con las mujeres sometidas de otras épocas, a quienes ni siquiera se les permitía divorciarse. Y de repente, mientras él la besa, surge este diálogo:
-[…] Qué pesado, que he dicho que no me apetece.
-¿Qué pasa? ¿Ya no me quieres?
-¿Qué dices? Simplemente acabo de salir de la ducha. Estoy cansada y no me apetece.
Es Soy normal (Je suis ordinaire), un corto de la francesa Chloé Fontaine con el que pretende poner en evidencia que lo que representa una escena cotidiana de una «pareja normal» puede acabar en agresión sexual. «El amor es ser libre y poder sentirte libre», insiste Sánchez, autora de Mujeres náufragas (Bellaterra), un libro que analiza las cartas que enviaban a los consultorios de las revistas femeninas durante el franquismo. De aquella época, recogida en Usos amorosos de la postguerra española, Carmen Martín Gaite destaca el «tira y afloja» que muchas mujeres alargaban en las relaciones antes del noviazgo: «Porque solamente durante ese plazo intermedio entre el sueño y la realidad se sentían dueñas de su destino, libres de elegir o dejar de hacerlo, protagonistas». Hoy, como sostiene Sánchez, aunque hemos avanzado, aún no hemos salido de esa cárcel: «Las mujeres, en general, todavía andamos a vueltas con la emancipación. Es decir, algunas, no todas, hemos intentado sacudirnos ciertos yugos, pero el patriarcado, en su alianza con el neoliberalismo, reinventa los antiguos y crea nuevas servidumbres y esclavitudes». Los códigos han cambiado pero muchos hombres y también muchas mujeres siguen sucumbiendo. Por eso la letra de los hermanos Sobral chirría con gafas violetas. «El victimismo romántico no creo que sirva de nada, solo da para hacer canciones, que suelen mostrar que nuestro amor romántico es sadomasoquista, muy relacionado con la herencia cristiana. Yo jamás estaría con un tío que pone él el amor si yo no puedo sentirlo. En qué cabeza cabe, jajajajaja”, ríe Coral Herrera. «Te amé media hora, no me pidas más», decía Alfonsina Storni en el poema titulado Hombre pequeñito, en el que le reclamaba, como si fuera un canario enjaulado, que la dejara volar.
Los hombres también aman
¿Significa todo esto que los hombres no aman? ¿Que aman menos que las mujeres? «El amor como sentimiento humano no puede tener sexo. La alegría no tiene sexo. La compasión no tiene sexo. ¿Por qué iba a tenerlo el amor? Solo que el amor erótico se ha unido a la formación de pareja y a la reproducción y, por tanto, se ha vinculado a relaciones de poder. Evidentemente las conductas de poder no han sido iguales entre los sexos ni lo son aún, y a los hombres esa estructura les ha resultado muy cómoda», expresa la periodista y escritora Elisa Beni, que acaba de publicar Pisa mi corazón (Almuzara), una novela negra sobre sexo y poder. Ella matiza el caso del chico del tranvía: cree que fueron los medios quienes lo convirtieron en acoso y espectáculo. «Llevo toda la vida viendo pintadas que gritan al paso de un tren ‘X, te amo'», explica. No hay que banalizar los términos porque el acoso es un delito», advierte. «El chico del tranvía no se escondió y puso hasta su móvil. La chica solo tenía que no responder. No deberíamos llamar acoso a todo».
Miguel tiene 44 años, se considera feminista y también romántico. Le gusta regalar flores, y así lo hace. Pero asegura que nunca ha regalado ni le han regalado nada en San Valentín. Le encantan los finales felices. «Cualquier persona, hombre o mujer, tiende a acomodarse y a permitir que las ventajas asociadas a un comportamiento (romántico) no permitan ver los peligros que encierran los inconvenientes». Él opina lo contrario sobre el chico del tranvía: «Es acoso puro y duro sabiendo que ella fue consciente del interés de él». Cinéfilo empedernido, pone como ejemplo de lo que es amor de verdad un pasaje de la mítica serie Doctor en Alaska: «Recreación del viaje del héroe. El guardián del puente pregunta: ‘¿Cómo retendrías a la persona que amas?’. Y el único que cruza el puente es el que contesta: no la retendría. Por cierto, el primero que responde el acertijo contestó: ‘Con una docena de rosas y una caja de bombones'». El amor verdadero, añade, no es ser posesivo. Eso es para él ser romántico: «O dejar marchar al que crees el amor de tu vida por pura generosidad, como hacen Humphrey Bogart en Casablanca y Deborah Kerr en Tú y yo«.
Él ha tenido varias relaciones, un par de ellas a través de los primeros chats, de aquella fase previa de selección antes de aceptar a los elegidos o elegidas en el Messenger. «Una no me hizo caso ni quiso conocerme en persona. La otra sí, aunque fue un desastre. Ojalá no me lo hubiera hecho. Pero vamos, que es un medio como cualquier otro, no creo que sea determinante en el amor», sostiene. «La llegada de las tecnologías, especialmente de las redes sociales, no ha supuesto una nueva configuración del amor, no ha generado un cambio conceptual propiamente dicho; lo que sí ha creado es un nuevo espacio donde vivirlo, expresarlo, potenciarlo, tanto para lo bueno como para lo malo», concluye la socióloga Ruiz Repullo. Y un negocio para plataformas que viven de buscar parejas ideales. El publicista Risto Mejide contó días atrás, antes de casarse con la modelo Laura Escanes, que la conoció a través de Instagram. ¿Es eso malo? El economista Juan Torres, como afirma unas páginas más adelante, no lo tiene tan claro. Muchas parejas se han conocido por estos nuevos medios como antes se conocían en el baile. Y aseguran ser felices. Sofía tiene 38 años. Conoció a Guillermo, de 43, separado y con dos hijos, en Tinder. Llevan dos años juntos. «Yo siempre he ligado en la discoteca, pero esto es más cómodo. No le veo inconveniente». Para otros, como Lucía y Ramiro, de 39 y 40 años, que se conocieron a través de Meetic, ha supuesto una forma de encontrar lo que no encontraban en la discoteca. Se han casado y planean tener hijos.
¿Es dañino entonces desvivirnos por nuestro amor? ¿Que nos sigan gustando los finales felices y comieron perdices? ¿Nos perjudica soñar con encontrarnos con La Maga en cualquier punto del mundo sin necesidad de quedar, como escribió Cortázar? Frente a las tesis anteriores, el filósofo Manuel Cruz, autor de Amo, luego existo. Los filósofos y el amor (Espasa), entiende que el amor que no provoca algún tipo de dependencia «ni es amor ni es nada». «Un enamorado siempre echa en falta a su amada. ¿Cómo se puede gestionar ese sentimiento de necesidad? Por eso me resulta incomprensible esa teoría sobre el ‘amor tóxico’ que algunos psicólogos venden ahora con tanto éxito revistiéndolo de autoayuda. Los rasgos que estos terapeutas eliminan por tóxico es el amor mismo», afirma. Considera que la lucha por la igualdad lo ha «complicado» porque, argumenta, «las expectativas del hombre y la mujer en el amor han crecido. Y las posibilidades de que una de las partes colme las expectativas de la otra ya no son automáticas». Desde su punto de vista, el ideal es el amor pleno: «No hay otra ilusión alternativa para el amor. Lo que hemos creado hoy es una prefiguración del amor mucho más rebajada, debilitada y cargada de escepticismo. Es la evolución del ideal romántico. Por ejemplo, la plenitud amorosa actual se cimenta sobre el sexo, las emociones y la comunicación. Si falla uno de ellos, todo se desmorona. Pero no siempre fue así. Creo que fue Aristófanes quien introdujo la figura de Sócrates en una comedia para cuestionar la incomunicación de la pareja. ‘¿Hay alguien con quien hables menos que con tu mujer?’, dice a un interlocutor. Tal cual. Eso no significa que no supieran lo que era el amor pleno sino que en su ideal se toleraban variantes que hoy en día son inaceptables. Eso nos indica que el contenido del amor también ha cambiado. Hoy sería imposible asumir el amor pleno sin sexo ni comunicación, pero antes no era así», concluye.
Según las expertas en igualdad, la tarea fundamental pendiente es aprender a despatriarcalizar y desmitificar el amor romántico con herramientas colectivas que permitan sufrir menos y disfrutar más. Es lo que Herrera denomina el romanticismo práctico: «Es decir, si un chico no te quiere, pues a otra cosa, mariposa; si una relación no funciona, pues a otra cosa, mariposa. Hay que establecer unos mecanismos para que las relaciones en las que no hay reciprocidad, en las que no hay amor, ni sensación de plenitud, podamos dejarlas», explica. Lo importante, reflexiona la antropóloga Mari Luz Esteban, autora de Crítica del pensamiento amoroso (Bellaterra), es contar con las medidas de seguridad. Es –ejemplifica ella– como hacer un ochomil en el Everest. Si vemos que las condiciones no están claras, que fallan los arneses, que no es seguro seguir subiendo, nos damos la vuelta.
Persiste la educación sexista
En el caso de los adolescentes, la situación puede ser aún más peligrosa. «Actualmente en las y los más jóvenes el amor romántico está campando a sus anchas, cada cierto tiempo se producen nuevas novelas, series, teleseries, canciones, programas televisivos, canales de YouTube, donde los mitos románticos se presentan como verdaderas pruebas de amor. Esta configuración amorosa es el germen de la violencia de género, es uno de los cimientos necesarios para más tarde edificarla. Se establece primero con estrategias de control, especialmente del móvil, las amistades y los hobbies, pero lejos de analizarse como tales se escudan bajo el paraguas del amor sin levantar sospechas», explica Ruiz Repullo. En el es tudio inicialmente citado, todas las encuestadas reflejan ideas consolidadas como «el amor para toda la vida», «la media naranja», «los celos como signo de amor» y la esperanza de que «el amor lo cambia todo». En el caso de los chicos, todos reproducen el modelo cultural de masculinidad hegemónica: líderes de grupos, chulos, malotes… De restar emociones a los hombres, de construir héroes fuertes y valientes, hombres de verdad, también se ha encargado la cultura heteropatriarcal capitalista, que educa en el sexismo.
Miguel cuenta que la primera persona que le dijo que los hombres no lloraban fue su profesora de EGB. «Literalmente decía, ‘los hombres no lloran hasta que no tienen el corazón en la zapatilla’. Nunca lo entendí, pero el concepto estaba claro», ríe. Afirma sin tapujos que sí llora y que la última vez que lo hizo fue hace solo unos días por una relación que acabó hace 12 años. «Me vino un recuerdo. Fue una relación muy especial», prosigue. La figura de Salvador Sobral –volvemos a él–, también supone un triunfo sobre esas falacias, como explica Octavio Salazar, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba. «En un contexto tan hipermasculinizado y androcéntrico como el del festival (recordemos como pese a ‘celebrar la diversidad’ los tres presentadores eurovisivos fueron hombres, y como la mayoría de las chicas competidoras insistieron, de una forma u otra, en mostrarse como cuerpos fuertemente sexuados), consumido y aplaudido muy especialmente por un público gay, el portugués supuso una ruptura con el discurso normativo que nos revela lo que significa ser un hombre de verdad», escribe en Tribuna Feminista.
Desde los cuentos de la más tierna infancia, a los hombres se les enseña sobre todo a defender y valorar su libertad personal y, como en la guerra, a que no pueden dejarse dominar por su enemigo… si no quieren que los llamen calzonazos. A las niñas –insisten las expertas– se las educa para que el amor sea el epicentro de su mundo y que, como una consecuencia de ello, el culmen de la realización femenina sea la maternidad. La antropóloga Esteban cuenta en su investigación que, al poco de nacer su hijo, una mujer le preguntó si él era la persona que más quería en el mundo. «Farfullé alguna incoherencia a modo de respuesta. Si no había dicho tajantemente que sí sería que no. Y me quedó un regusto amargo, una cierta sensación de culpabilidad». La maternalización del amor, subraya, lleva a las mujeres a renunciar a sí mismas.
«Me tengo a mí misma», decía constantemente Carmen Vargas como reivindicación de su fortaleza, un antiguo amor de Gaviero, el personaje principal de la novela de Alcaraz. Es el amor propio, el amor a una misma, el empoderamiento frente a la despersonalización. El estar solos sin necesidad de que te vean como una fracasada –los hombres sin pareja nunca han sido solterones–. «La idea del amor debe ser omnicomprensiva y no ceñirse a las relaciones de pareja en exclusiva. La jerarquía es el virus que mata cualquier relación amorosa sana, en el ámbito que sea», asegura Sánchez.
«El machismo nos deja solas siempre, sin hermanas, sin madre, sin tías, sin abuelas, sin primas, sin amigas, sin compañeras de trabajo o estudios, sin vecinas. Solo así es como necesitaremos desesperadamente al príncipe azul: estando solas, desamparadas, fingiendo ser débiles y necesitadas de protección», opina Herrera, que cree por ello más necesario fomentar más que el amor a una misma, el amor entre las mujeres. Sánchez cita a Borges para referirse a que el amor debería ser como la amistad, que no necesita pruebas. Hay muchas formas de quererse. El poliamor tampoco es nuevo. Otra cosa es que la sociedad las tolere.
La diversidad en el amor
¿La visibilización del colectivo LGTBI nos ha ayudado a aceptar esas otras formas de quererse? ¿Nos hemos alegrado porque ha triunfado el amor entre dos mujeres, en referencia al caso de las chicas retenidas en Turquía? «No creamos que esa alegría de redes sociales es una forma de aceptación real del lesbianismo. Probablemente no sea sino otra manifestación del mito del amor romántico, aunque suceda entre dos mujeres. No lo sé seguro», expresa Beni. Quizá, hace unos años, esta historia ni siquiera se hubiera reflejado en los medios, añade Pura Sánchez. «Ahora bien, ese interés mediático no siempre puede traducirse en términos de que ello suponga cambios importantes en el modo de pensar respecto a los amores lésbicos. Sigo pensando que las parejas lesbianas siguen estando bastante más invisibilizadas que las gays. Y ello, pienso, por una cuestión de tipo machista. Es decir, en el patriarcado, al hombre se le concede un papel activo en el amor y el sexo, mientras la mujer es un ser sin apetencias, sin deseos, cuya función es satisfacer las necesidades del hombre. De ahí que una pareja de lesbianas es algo que, en una sociedad patriarcal y machista, no se acaba de encajar, porque es una relación de dos ‘no sujetos’, sin capacidad de desear o sentir por ellas mismas…», reflexiona.
Estos son dos ejemplos de la falta de aceptación de la diversidad en el amor recogidos en la obra de Esteban. Uno: en la versión cinematográfica de Millenium, de Stieg Larsson, se suavizaron algunos rasgos de ese personaje absolutamente atípico, transgresor y queer que representaba Lisbeth Salander y se anuló un componente fundamental en el patrón amoroso y sexual que proponía el autor: las relaciones de a tres o a cuatro, las polígamas entrecruzadas. Y dos. El caso de una amiga que llevó a otra amiga a un cumpleaños sin avisar a la anfitriona. «Si se hubiera tratado de una novia o un simple ligue, a nadie le hubiera parecido mal que hubiera aparecido acompañada», le contó su amiga. «Hay muchas maneras de ser mujer, de ser hombres y también hay muchas maneras de ser que no están condicionadas por la masculinidad patriarcal o por la feminidad patriarcal. Hay muchas formas de definirse y de estar en el mundo que no pasan por esos binarismos tan basados en estas dicotomías. Mi apuesta –propone Herrera– es dejar el ser para ir al estar. Estoy lesbiana, estoy poliamorosa, ahora estoy monógama, porque las etiquetas nos oprimen mucho a la hora de elegir con quién queremos estar y cómo queremos estar y cómo nos queremos relacionar».
El amor, en cualquier caso, va más allá de lo erótico o lo interpersonal: «Es la exteriorización de la fuerza bondad, mientras que el odio lo es de la fuerza maldad. Amar nos hace inmensos. Odiar nos empequeñece. Amar la libertad, la justicia, la equidad es dotar de sentido a la vida. Amar a los otros y a los nuestros es ser fundamentalmente humano. Amar lo que hacemos y lo que sentimos nos hace ser felices. Amar es el motor de la vida», define Beni. También es amor, por ejemplo, el mensaje que Salvador Sobral lanzó con su camiseta de ayuda a las personas refugiadas o el «es indecente, es indecente, gente sin casa, casas sin gente», que cantó Silvia Pérez Cruz este año al recoger el Goya. «Vivimos en un mundo muy romántico pero muy poco amoroso. Y hay que ver cómo podemos hacer nuestro mundo más amoroso. Cómo podemos expandir el amor a la comunidad de vecinos y vecinas y cómo podemos cambiar el miedo y el odio a los demás, esa idea de que los demás te van a atracar, que hay que protegerse del extranjero, de los diferentes», reflexiona Herrera. Su receta es acabar con las enfermedades de transmisión social. No solo el machismo: también el clasismo, el racismo, la xenofobia, la homofobia, la lesbofobia… Como afirma Esteban, la importancia del amor en nuestra cultura tiene que ver con cómo entendemos al ser humano. «Nuestra única defensa contra la muerte es el amor», dijo el Nobel José Saramago.
Con información de Gorka Castillo
[…] el proceso químico que supone el enamoramiento, también llamado amor romántico, se desactivan las áreas del cerebro encargadas de realizar los juicios sociales, también […]
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