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La Biblioteca de Mujeres de Madrid: libros apilados en un sótano buscan cuarto propio

Marisa Mediavilla fundó en 1985 la Biblioteca de Mujeres de Madrid, un proyecto de memoria histórica y genealogía feminista que desde hace años busca un espacio que albergue los más de 25.000 libros y documentos de los que dispone.

Marisa Mediavilla en el sótano del Museo del Traje donde se encuentra ahora la mayor parte del material. Fotografía de Carmen G. de la Cueva

Recursos económicos y un cuarto propio. Lo que Virginia Woolf reivindicaba en una de sus conferencias sobre mujeres y literatura en la Universidad de Cambridge —recogida en su libro Una habitación propia de 1986— es la base de lo que reclama, en 2017, Marisa Mediavilla. Si bien Woolf se refería a aquello que consideraba imprescindible para la autonomía de las mujeres a nivel individual, Mediavilla pone énfasis en lo colectivo: «la historia y la memoria de las mujeres». Su objetivo es conseguir un espacio que sirva de casa a los más de 25.000 libros y otros documentos con los que, durante casi 40 años, ha construido la Biblioteca de Mujeres de Madrid. De materializarse, cualquier persona podría consultar este fondo, que recoge obras escritas por mujeres desde principios del siglo XX hasta la actualidad y que incluye textos importantes para la genealogía feminista a los que, por el momento, se puede acceder a través del Instituto de la Mujer. Gran parte del material se encuentra en un sótano del Museo del Traje, después de 30 años de vaivenes.

La historia de la Biblioteca de Mujeres de Madrid se cruza con la propia experiencia vital de Mediavilla: no conforme con aquello que se le imponía socialmente por ser mujer, en los años 70 comenzó a leer a autoras como Emilia Pardo Bazán o Concepción Arenal, referentes con los que empezó a modelar su manera de ser y estar en el mundo. Su profesión, bibliotecaria, le llevó a querer sacar de casa aquellos libros reveladores. A agruparlos, catalogarlos y que otras mujeres pudieran leerlos. En 1985, a la par que formaba parte del colectivo de Feministas Independientes, Mediavilla instaló la biblioteca en la sede del Movimiento Feminista de Madrid, entonces en la calle Barquillo. «Allí se generaban muchos debates y vimos la necesidad de localizar la escasa información que había. Yo pensé que era absurdo tener los libros en mi casa para mí sola», explica. Durante los años siguientes, se mantuvo gracias al trabajo voluntario de muchas mujeres, entre las que Mediavilla destaca a Lola Robles, «que visitó Barquillo y le encantó el proyecto», y la colección fue aumentando. Su fundadora encontraba «auténticas perlas» en las librerías de viejo y en el Rastro hasta que la sede de la calle Barquillo se quedó pequeña.

Tras mudarse y pasar diez años en el espacio del Consejo de la Mujer de la Comunidad de Madrid —que ya no existe—, se han ido sucediendo las negociaciones con el Instituto de la Mujer para que la biblioteca tenga su propio espacio. Crear un tesauro y agrupar todo el catálogo en línea han sido dos pasos importantes. Sin embargo, contar con recursos económicos y trabajadoras que además de bibliotecarias sean feministas es la lucha en la que Mediavilla lleva inmersa en los últimos años. Su idea es crear una biblioteca de conservación que a la vez esté instalada en la red pública y ofrezca la posibilidad de préstamo, además del servicio de consulta.

Para hablar sobre este proyecto de memoria histórica, se celebra este sábado un encuentro a las 12 horas en la caseta 94 de la Feria del Libro de Madrid, ubicada en el Retiro. En la mesa redonda ‘Una genealogía propia. La importancia de las bibliotecas de mujeres’, moderada por la escritora Carmen G. de la Cueva, participarán Marisa Mediavilla, Ana Rossetti, Cristina Oñoro, Silvia Herreros de Tejada y María Folguera, que después realizarán un recital poético.

«¿Cómo es posible que se nos prohibiera la asistencia a la universidad hasta 1910 y en tan breve periodo de tiempo haya tantas escritoras, científicas, psicólogas…?», se pregunta Mediavilla. Tantas veces invisibilizadas, otras menospreciadas —como evidenció la cineasta Tània Balló con su proyecto transmedia Las Sinsombrero—, ahora Carmen de Burgos, Margarita Nelken o Clara Campoamor, entre otras muchas, buscan su biblioteca propia.

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