La periodista Carolina León. Foto: María Castelló
Carolina León es periodista, activista en diversos frentes y librera. Acaba de publicar Trincheras permanentes en Pepitas de Calabaza, un texto en el que reflexiona e investiga sobre los cuidados. Trata de visibilizar la retaguardia invisible y nada reconocida. Una retaguardia, unos cuidadores, de los que luchan, y que a la vez están en lucha por sus derechos, así como para salir del olvido e «integrar lo personal en lo colectivo».
¿Qué entendemos por los cuidados?
Los cuidados son todas las tareas de atención a las necesidades materiales que permiten la reproducción de la vida -desde la limpieza a la cocina-, pero también el afecto y la mirada con el otro. Todas las acciones a menudo pequeñas, ínfimas, que permiten a los individuos estar y ser y actuar en lo político.
¿Quién cuida?
Básicamente los cuidados son algo que realizan mujeres, tanto si los miras en su práctica privada (de familia) como si miras en los colectivos. Existe una estructura muy arraigada de asignación del trabajo reproductivo en las mujeres y somos nosotras quienes lo acogemos con naturalidad o con resignación. Las mujeres tienen que pelear el compartir esas tareas ya que tienen (tenemos) que superar automatismos y cuestiones materiales (el empleo más débil, el de menor remuneración y el de jornadas parciales es eminentemente femenino. Creo que ese «problema» dejaría de plantearse progresivamente si asumiésemos que no se trata de cuidados hacia los «dependientes», si cambiase por algún milagro el estatus que tienen las tareas tradicionalmente asociadas a lo «femenino».
¿Qué tiene que ver con el género y la clase?
Todo. Las que llegaron a puestos de responsabilidad, por ejemplo, subcontratan las tareas directas con niños o ancianos o para la limpieza de la casa, y eso es trasladar el «problema» a otra clase, por mucho que lo pagues. En la nevera tengo un imán en el que se ve a una parejita heterosexual, marido y mujer, y ella le dice a él «Oh, lo siento, debes estar confundiéndome con la criada que no tenemos». Eso me recuerda a diario el feminismo blanco que no ha visto más allá de sus narices: los cuidados son ineludibles, nos atraviesan a todos y a todas aunque los neguemos, y podemos encontrar soluciones (públicas, cada vez menos, o privadas) que sean medianamente dignas.
¿Qué relación hay entre los cuidados y la política?
Esa relación se da cuando nos activamos y organizamos, colectivamente, para transformar en algo nuestro mundo, para poner en marcha movilizaciones, protestas, acciones o para generar comunidades. Vivimos en grandes núcleos urbanos en los que el «vínculo» es extremadamente difícil, visto que estamos en celdas unifamiliares y los tejidos asociativos escasean. Todavía en esta parte del mundo sin embargo es posible «vincularse» y eso para mí fue producto del 15-M. Así, después de los años en que perseguí este asunto, los cuidados son parte de la política cuando ésta se permite hacer ingresar las vulnerabilidades privadas y particulares en sus formatos de organización.
¿Aprendimos algo en relación al otro, somos más «cuidadanos» a raíz del 15-M?
Creo que aprendimos a vincularnos de un modo nuevo. Éramos desconocidos, muchas veces, en nuestros propios barrios, no mirábamos a los problemas de al lado. Bajamos a Sol, si estabas en Madrid, pero luego siguieron las plazas de cada barrio y los colectivos de cercanía, y muchos decidieron que eso no iba con ellos, pero muchos otros se han mantenido activos, conectados, a la escucha. Los centros sociales han sido importantísimos también en ese post-15M.
Cuidar -más aún cuando se hace sin remuneración- parece un acto subversivo hoy en día.
¿Por qué no habría que remunerar los cuidados? O, al menos, darles un lugar de reconocimiento semejante al del que escribe los discursos. Sí, cuidar porque sí, por compromiso, por voluntad, saltándose los estereotipos, es un acto político. Todo lo que sea salirse de los márgenes y los condicionamientos, es acción, y ofrecerse voluntariamente, sin ser un familiar directo, para pasar unas horas con un niño y que la madre se dé un paseo es algo que cambia cosas.
¿Y si se remunerasen las faenas del hogar?
Hubo una reivindicación en los años setenta que consiguió cierta potencia, un movimiento llamado «salarios para el trabajo doméstico». Aquellas feministas (italianas, pero también norteamericanas y de otros lugares) pensaban que «salarizándolas» se conseguiría que tuviesen un valor, que fuesen hasta apetecibles. A veces salen estudios que cifran en millones de euros lo que no se paga por las tareas domésticas que se resuelven en lo privado. No sé si el salario es la solución, porque ahí ya hace tiempo que entra la externalización, tratarlas como un servicio, y otra vez el problema cambia de «clase». Lo que está claro es que esas «faenas» deben dejar de asignarse en una parte de la población.
Las mejoras en temas de cuidados pasan por la organización.
En el libro, entre otros casos, hablo sobre Territorio Doméstico: desde hace diez años, estas mujeres, casi todas migrantes, se organizan para reivindicar mejores condiciones, salarios y derechos para sus empleos. Muchas de ellas son internas en casas del norte de Madrid, por ejemplo. La disposición social de los cuidados en nuestra sociedad hace que, cada una a solas, sea muy débil (muchas veces están sin papeles y sujetas a esa extorsión), pero poniéndose en relación unas con otras consiguen herramientas para la lucha. Son poderosísimas, y lo saben.
¿Luchando se cuida o cuidar es otra forma de luchar?
El sentido común es que te cuiden en casa y que tus problemas los sepan los tuyos. Sin embargo, ambas cosas son trincheras permanentes: hay organizaciones políticas que producen cuidados por sí mismas, por su misma existencia que permite a sujetos inesperados ser parte de lo común; y hay cuidados que son políticos en cuanto no son naturalizados. La política es un lugar de activación de subjetividad cuando sale de cuerpos precarios que se reconocen iguales en sus diferencias, eso conlleva una mutualidad de cuidados. Y cuidar uno mismo y una misma, a los que dependen y a los que no, tal y como están las cosas, puede surgir de un compromiso activo, de un posicionamiento, y es fundamentalmente político.
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