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Andalucía, 1977-2017

"La crisis de la izquierda afecta con especial crudeza la reivindicación andaluza. No hay nada más andaluz que defender a los débiles", reflexiona el autor.

Un joven, con la bandera de Andalucía.

Escrito así, parece una esquela. Y demasiadas veces, las cosas son lo que parecen. Quizá no sea el final de un régimen, pero parece el final de un ciclo. El tránsito de la esperanza al hastío. De la intuición al desconcierto. De la dignidad a la indignación. De la indignación al desengaño.

Sin embargo, me niego a caer en el desencanto y aceptar este discurso pesimista que comprime nuestros últimos 40 años de historia en un paréntesis, equivalente a dos nadas según la matemática cantada de Gardel. Durante 40 años se sucedieron dictaduras, monarquías, repúblicas, guerras civiles, mundiales… Es imposible que en Andalucía no haya ocurrido nada en 40 años. Y quien lo afirme, miente. Tanto como el que niega que seguimos padeciendo muchos de los males estructurales de entonces. ¿Qué nos ha pasado?

1977 fue el año de la esperanza y la pieza clave para entender la transición democrática: asesinaron a los abogados de Atocha, se legalizaron el PSOE y el Partido Comunista, se derogó la censura, se celebraron las primeras elecciones, se restauró la Generalitat, entró en vigor la ley de amnistía… y millones de andaluzas y andaluces salieron a la calle por todo el territorio del Estado para exigir su legítimo derecho al autogobierno. Ese mismo día, asesinaron a Caparrós. ¡Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía! ¡Ay qué bonica verla en el aire, quitando penas, quitando hambre! ¡Entrañas mías, cómo me duelen en el alma las cosas de Andalucía! Estos y otros alegatos populares radiografían a la perfección el pensar y el sentir andaluz en ese período de postulación política ante la mirada atónita del resto del Estado. Andalucía encontró en la reivindicación autonomista la senda política y social que necesitaba para solventar sus endémicos problemas de subdesarrollo. Teníamos la certeza de nuestros males y tuvimos la intuición histórica de liderar nuestro futuro: frente a la dictadura, democracia; frente al centralismo, autonomía.

2017 será el año del desencanto y el de la oportunidad perdida que pudo generar un nuevo debate constituyente: el proceso electoral terminó con la victoria de la misma derecha que había disparado a bocajarro contra nuestros derechos y libertades; el mundo vira hacia el fundamentalismo excluyente amparándose en el miedo; Europa se resquebraja y no se reconoce ante el espejo mientras EEUU o Rusia sólo se miran a sí mismos… Y Andalucía, que podría ser paradigma de justo lo contrario, protagoniza el bochornoso espectáculo que ha perpetuado a la derecha en España. Precisamente, a través del poder autónomo que se reivindicó en 1977. Sin duda, una traición.

40 años después de aquella hazaña democrática, las soluciones de entonces se han convertido para muchos en el problema. A pesar de los incuestionables avances producidos, Andalucía ocupa los últimos lugares en paro, educación, industrialización o PIB del Estado y Europa. La sociedad andaluza se siente hoy menos comunidad y menos autónoma que entonces: aplastada políticamente por el debate estatal y mundial; económicamente, desmantelada y dependiente… Una realidad muy parecida a la de hace 40 años pero con las sensaciones opuestas.

Volvemos a tener la certeza de nuestros males, pero nos falta aquella intuición histórica para encontrar la solución. Para colmo, se avecinan hechos determinantes en la polarización Cataluña-Centralismo, y Andalucía está representada por un ministro del Interior que no defiende más alternativa de Estado que el nacionalcatolicismo español, y por la presidenta de la Junta de Andalucía que fue clave para perpetuar a Rajoy en Moncloa, seguramente para que le devuelva el favor cuando toque.

Andalucía y la reivindicación social son hermanas siamesas. En consecuencia, la crisis de la izquierda afecta con especial crudeza la reivindicación andaluza. No hay nada más andaluz que defender a los débiles. Como decían los hermanos Caba, a los andaluces no se nos puede unir por la cabeza como a los bueyes, ni por los pies como a los esclavos, sino por los corazones. A los andaluces nos unen las causas que nos duelen y nos dividen los partidos que las parten al defenderla.

Después de los últimos procesos electorales, Andalucía no vislumbra a corto plazo una alternativa ganadora de izquierda ni de régimen. Por eso, la gente más humilde se siente desconcertada y está llegando a la perversión de asumir las certidumbres del modelo conservador más fundamentalista. Y eso es especialmente sangrante en un pueblo como el andaluz que ha hecho del mestizaje y de la resiliencia sus señas de identidad. De ahí que vuelva a ser urgente que la reivindicación social y la andaluza se fundan en una sola para postular una alternativa creíble a esta crisis ideológica y de régimen. Siempre que Andalucía toma la calle, termina ganando. Ahora toca que volvamos a creernos que la calle es nuestra. Se ha cerrado un ciclo. Gracias a quienes lo hicieron posible. A comenzar otro.

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