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‘El lugar de las fresas’ o el documental de la utopía posible

La película, premiada en el Festival Alcances y sin distribución en España, habla de las relaciones humanas, la economía colaborativa y la integración de los inmigrantes.

El documental El lugar de las fresas acaba de conquistar en Cádiz el premio Caracola al Mejor Largometraje Documental del Festival de Cine Alcances. Dirigido por la cineasta Maite Vitoria Daneris y candidata a los Goya en la última edición, el film logra así su primer galardón en España. No ha ocurrido lo mismo fuera de nuestras fronteras, donde la película ya había cosechado numerosos premios internacionales, entre ellos el Sguardi Altrove Film Festival y el Annecy Cinéma Italien. En 2015 se estrenó en España, donde llenó salas. Y pese a ser candidata a los Goya y triunfar allá donde se proyecta, la cinta aún no tiene distribuidora en nuestro país.

Calificada de «obra maestra» por el escritor Roberto Saviano, El lugar de las fresas deja al desnudo la esencia del ser humano como ser social y cooperador desde un relato cercano y emocional de la vida cotidiana de Lina, Gianni y Hassan. Tres personajes cuyas vidas se cruzan entre sí ante la cámara de Daneris y que componen, conscientes y a la vez ajenas a la mirada testimonial de la joven cineasta, un documento vital de transformación para el bien común, desde lo personal a lo colectivo, desde las raíces de la tierra que trabajan y los une.

La directora vivió durante 10 años en Turín trabajando en la película, que dedica a su familia, originaria del sur de Cádiz, y a las personas migrantes y campesinas del mundo. El documental se aleja de un relato testimonial contado por boca de unos personajes para penetrar de lleno en el pensamiento y acciones de cada uno de ellos. La mirada y la voz en primera persona de Daneris acompañando sus vidas consigue estremecernos con cada palabra de Lina, cada gesto de Hassan, cada silencio de Gianni. A medida que avanza el relato casi adivinamos qué piensa cada uno de ellos, sin dejar de sorprendernos a cada minuto del filme su capacidad para superar dificultades, aprender del otro, empatizar, encontrar soluciones y construir un mundo donde no cabe la diferencia si no es para hacer de ella una oportunidad.

Todo empezó en el instante en que su cámara se cruzó en una madrugada de invierno con Lina descargando palés de fresas en el Mercado de Porta Palazzo. «Seguí mi instinto y quise conocer a Lina», recuerda. Así, consiguió convivir con la que se convertiría en la carismática campesina piamontesa protagonista de su primera película. Todo en un entorno de convivencia y comprensión «del que tanto he aprendido como profesional y como persona», admite Daneris.

El origen de todo

El lugar de las fresas bien puede ser un compendio de buenas prácticas de economía colaborativa, integración de personas inmigrantes, creación de riqueza y empleo desde las raíces de un huerto de fresas, desde lo rural, desde la agricultura, el comercio y el consumo de lo local. Pero también nos habla de las relaciones humanas, «de cómo hacer fácil lo que parece difícil», señala la directora. O de cómo a través de los medios de comunicación nos llega un relato muy alejado de la realidad y la cotidianidad cuando hablamos de migraciones y conflictos por causa de la falta de empleo o la integración de las personas migrantes en el campo o la ciudad. O incluso de cómo zanja la protagonista de la película la tan controvertida islamofobia de género: «Cuando Lina se anuda su pañuelo a la cabeza antes de salir a trabajar en el huerto, recuerda a la madre de Hassan y tan solo musita un ‘me lo pongo, como las mujeres árabes, sí, y no se hable más'», relata su directora.

«El sentido esencialmente práctico de la gente que trabaja la tierra se ve perfectamente reflejado en Lina. Ella encuentra un problema y crea una solución a algo que aparentemente no la tiene o es origen de conflictos sociales en nuestras sociedades», añade Daneris.

Dos culturas, un huerto y una tarea común

Por eso, El lugar de las fresas es una obra que vuelve al origen de todo: un huerto donde se encuentran tres personas con una tarea común. Un claro ejemplo de cómo la colaboración es posible si la intención y la causa de cada uno es digna. Y poco importan las diferencias de creencias y las culturas para ayudarnos y construir un mundo mejor.

La directora Maite Vitoria Daneris. Foto: Festival Alcances

Lina habla en el film de «cuidar las fresas para que enraícen bien, todo trasplante hace sufrir a la planta». Se podría hablar así también de los procesos migratorios de las personas. Así, cómo tres personas se imbrican, enraízan como las fresas en el huerto y confluyen cobra en este film un sentido universal, extrapolable desde Turín a cualquier «lugar de las fresas» del mundo: «Mis abuelos eran campesinos en España, y el olor que recuerdo de ellos, el de sus manos trabajando la tierra, es el mismo que el de Lina y Gianni».

La directora explica que el origen de este trabajo era conectar con algo familiar: «Esta vivencia me ha enseñado mucho sobre la humanidad, la generosidad de estas gentes del campo, que sin conocer los entresijos de la burocracia se arremangan para resolver cualquier situación». Así, vemos a Lina recorrerse los despachos y reunir en torno a una mesa a todos para, sin apenas entenderse entre ellos, encontrar soluciones a las situaciones que la vida les pone por delante.

La película también desmonta los tabúes sobre el patriarcado y las relaciones de género, las intergeneracionales y entre personas de diferentes creencias religiosas. Lina trabaja la tierra, es campesina, una mujer que vivió la pobreza y empatiza con la pobreza de Hassan, el migrante marroquí que llega a Turín en busca de una vida mejor. «He vivido lo mismo que tú», le dice.

«Cuando estoy cansado, me acuerdo de Lina»

Esa empatía entre generaciones, religiones y culturas es la que se cuestiona ahora y la película demuestra que no es como nos lo cuentan. «Es curioso -prosigue la cineasta- la reacción del público que ve la película y siente la energía de Lina. A mi madre le han parado conocidos para decirle: ‘Cuando estoy cansado, me acuerdo de Lina y me da fuerzas'».

En opinión de Daneris, «la gente común es la que hace el verdadero progreso y da una clase magistral a la clase dirigente».  Y sentencia: «Se está dando un atraso brutal. El ser humano no puede ser feliz en un ambiente hostil y de miedo. Por eso la película deja esa huella emocional en las personas que la ven, porque transmite felicidad, armonía y que otro mundo de convivencia en paz y diálogo entre personas sí es posible».

Como un gran vals

Maite Vitoria Daneris se refiere a su película como un gran vals. Los personajes van dando pasos, salen y entran en escena, bailan en parejas, primero Gianni con Lina, luego Lina con Hassan, Hassan con Gianni… hasta completar una danza armoniosa: «Es la narración visual de un baile entre diferentes personajes, culturas, lenguas y músicas que danzan y aprenden juntos hasta que forman un todo, una perfecta armonía construida por pequeños pasos que se entrecruzan. Y aquí es cuando yo me voy, me salgo del film y vuelvo a España», sostiene la directora.

La película se presenta ahora en el Festival Alcances de Cádiz, precisamente en el barrio de los abuelos de Daneris y en la sala donde su madre descubrió el cine siendo una niña. «La vida es realmente una película», concluye.

 

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