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“La cooperativa es una herramienta de retaguardia revolucionaria”

Iván Miró es sociólogo de formación y cooperativista hasta los tuétanos. Fundador y socio de la librería cooperativa La Ciutat Invisible

Este reportaje está incluido en #LaMarea41, a la venta en quioscos y aquí.

Ivan Miró (Barcelona, 1975) es sociólogo de formación y cooperativista hasta los tuétanos. Fundador y socio de la librería cooperativa La Ciutat Invisible, es también investigador de las resistencias colectivas surgidas en Barcelona tras su industrialización y, desde el año pasado, novelista, con la publicación de La revolta que viurem (Tigre de paper, 2015). Miró atiende a La Marea, como no podría ser de otra forma, en una antigua plaza del barrio de Sants, uno de los epicentros del movimiento cooperativista de la capital catalana.

Cada vez se rescata más la memoria de los bienes comunales que poseían los municipios en la Edad Media. ¿Fue aquella época tan oscura?

No he investigado concretamente este periodo histórico, pero sí que es interesante recuperar las prácticas de gestión comunal. Siempre se ha definido, efectivamente, la Edad Media como un periodo de oscuridad, de pocas libertades políticas, de un monopolio del poder por parte de la iglesia y los señores feudales. En cambio, cada vez más están emergiendo investigaciones que profundizan en esto, y es interesante ver que hay una propiedad que no es privada pero tampoco estatal, sino que es comunal. Tierras, fundiciones, herramientas, molinos, harineras, fuentes de agua, derechos de uso sobre tierras, el bosque, etc. Lo que es interesante es recuperar la memoria de la existencia de estos bienes comunes sobre todo asociadas también a las instituciones políticas del común. No hay bienes comunes sin consejos comunales, como los consells oberts, aquí en Cataluña, los concejos en Castilla… Por tanto recuperar la existencia de los bienes comunes con sus instituciones de gestión nos pueden dar pistas para la práctica política de hoy.

Todo esto se perdió en el siglo XVIII.

En el Estado español los bienes comunales sufren unas ofensivas de forma sucesiva a lo largo de la historia. En el siglo XV ya se dan, o en 1714, cuando la conquista borbónica de Cataluña, que es un momento de retroceso fuerte de los bienes comunales. Aunque es cierto que la gran ofensiva contra los bienes comunales llega con los regímenes liberales, las desamortizaciones y otras herramientas de mercantilización y privatización. Así como de destrucción paulatina de las instituciones del común. La mercantilización de los bienes comunes se dan de forma paralela a la privatización de las instituciones del común y la consolidación del Estado liberal. Eso es interesante: el Estado se consolida a partir de la destrucción de las insitituciones de autogobierno comunal. Es decir, mercado y Estado llegan de la mano. A veces se presentan al mercado y al Estado como dinámicas contrapuestas, pero en este caso emergen conjuntamente y de forma, digamos, muy cohesionada.

En su análisis explica que ambas iniciativas se tocan en el tiempo y son diferentes expresiones de lo mismo.

Claro, a lo largo del siglo XIX se dan las grandes ofensivas contra los bienes comunes y en la ciudad la acumulación de capital genera, en el caso de Cataluña, la industrialización en el textil. Hay un movimiento de migraciones importante de campesinos desposeídos que llegan a la ciudad y hacen que antiguos pueblos del llano de Barcelona como Sants o Poble Nou, que tienen 5.000 habitantes, en pocos años se conviertan en suburbios proletarios de la gran Barcelona de la industria textil. Pasan a 50.000 habitantes en el siglo XIX, unos datos bastante contundentes. Este proceso genera una destrucción de los vínculos sociales, populares, y crea una nueva composición de clase, la obrera, que es un proceso sociológico pero también político. Esta clase se constituye para sí a partir de las nuevas instituciones obreras, que, roto el vínculo anterior comunal, crean otro nuevo vínculo colectivo, el obrero asociativo y cooperativo. No es una visión lineal y automática pero pienso que el cooperativismo es a la era industrial o moderna lo que el comunal puede ser en la Edad Media. Eso no implica que tengamos que creer en un determinismo y que el comunal no pueda existir en la fase actual. A partir de aquí se da otra forma de agregación social, que es el asociacionismo obrero. Las principales luchas en Cataluña en el siglo XIX se dan en torno al derecho de la asociación. Ese es el gran conflicto de clase en la época. A partir de aquí se forman las nuevas instituciones obreras, las asociaciones de subsistencia, las asociaciones de oficios, y todas las nuevas instituciones de lo que se llamará la economía social de la época, es decir, el cooperativismo, el mutualismo, los ateneos…

¿Dónde aparece el movimiento cooperativo?

El cooperativismo se disemina donde está la nueva industria, donde hay republicanismo federal y, en el caso de Barcelona, en los pueblos del llano de Barcelona, que son absorbidos. El cooperativismo juega un papel no ya de autoabastecimiento alimentario, como en el caso de las cooperativas de consumo, sino también de creación de las identidades populares y obreras de los antiguos pueblos y los suburbios. Los nombres de los barrios están muy presentes en los nombres de las cooperativas. Practican la ayuda mutua, la mejora de las condiciones de trabajo, redes mutualistas… y a partir de ahí se van bifurcando hacia formas más sindicales, que se dedican más al ámbito de la producción.

El caso de la CNT es el paradigmático.

Pero la CNT es muy posterior. Al principio aparecen agrupaciones de obreros muy anteriores. La CNT será, 30 ó 40 años después, el resultado de la federación de todas esas entidades obreras. Antes era la Solidaridad Obrera, que era esa federación de asociaciones. El societarismo es la fase anterior del sindicalismo. No está tan integrada y es más territorializada. Todos estos actores se irán configurando, reconfigurando, dando lugar a organizaciones internacionales como la AIT. Todas las derrotas que van a ir sufriendo, como la Semana Trágica, les van forzando a crear una herramienta más fuerte, la CNT.

¿Puede el cooperativismo por sí mismo poner en jaque a los monopolios?

Desde las cooperativas de consumo defienden que ellas son la escuela para la futura sociedad. En este sentido, este debate será recurrente a lo largo de los primeros 70 años del cooperativismo obrero, hasta 1939. ¿Qué pasa? Que la cooperativa es una herramienta más del movimiento obrero en aquellos años, una herramienta de retaguardia. Nosotros decimos que seguramente la lucha de clases en Cataluña tiene una herramienta ofensiva que es el sindicalismo revolucionario, pero que el proletariado debe dotarse de herramientas de retaguardia. La revolución tiene unos costes también, personales, con las huelgas, los lock-outs… generan unos costes y el proletariado necesita unas herramientas de apoyo. El cooperativismo en este terreno ha jugado un papel importante. El cooperativismo nunca será tan grande como el sindicalismo revolucionario en Cataluña, pero cualitativamente ofrecerá soluciones complementarias en medio de la lucha de clases, en este sentido. Podrán mejorar la vida de la clase trabajadoras. Porque cuando hacemos teorías maximalistas a veces descuidamos que a la gente también le agrada resolver sus necesidades mientras no se dé la revolución.

¿Podría poner un ejemplo práctico?

En este sentido las cooperativas juegan un papel fundamental en Cataluña después de la huelga de La Canadiense, en 1919, justamente un año después del congreso de la CNT en el que se pasó del societarismo al sindicalismo. Con los sindicatos de ramo construye una organización a la altura del nuevo capitalismo industrial, más organizado. Ya no es el patrón individual. La CNT ganó La Canadiense, la madre de todas las huelgas de la época. Ahí las cooperativas obreras crecen porque cuando se produce un lock-out, en el que los empresarios cierran para matar la organizción obrera, éstas ofrecen bonos de ayuda, ofrecen alimentos que se pagarán cuando acabe todo… Las cooperativas se arruinan en 1919. La federación de cooperativas cierra, hay un agotamiento dos recursos del cooperativismo. Lo que pasa es que su prestigio en la clase trabajadora crece y el cooperativismo crece. Levantará edificios propios, hará escuelas, bibliotecas, cafés, grupos culturales, el esperanto, las excursiones, el nudismo, la camaradería amorosa…. Eso se produce en el entorno de figuras como los ateneos de las cooperativas. Se hace una economía de proximidad. Se da un debate entre dos tipos de cooperativas, las individuales y las colectivas, que ahora también sería interesante tratar. Los mas socializantes del cooperativismo empiezan a decir: no se debe repartir excedentes a finales de año entre los socios de manera individual, sino que se han de convertir en capitales colectivos. Iban a fondos de enseñanza, fondos de reserva para la cooperativa y fondos sociales para las cajas de resistencia, para las bajas por enfermedad, para la jubilación…

Una especie de seguridad social cooperativa.

Sí, y se dio de manera previa al Instituto de Seguridad Social. Todas estas políticas autogestionadas hacen que el impacto de las cooperativas sea mayor. Una cooperativa invidual es transformadora hasta cierto punto. Una cooperativa colectivista ya no persigue sólo la cooperación entre los asociados, sino como sistema de organización social. Este último modelo es el que irá ganando peso en aquella época en Cataluña.

¿Y ese debate no se da hoy en día?

Bueno, es obligatorio por ley destinar fondos a la formación de los socios, pero pueden ser una herramienta mucho más grande para hacer políticas sociales y autogestionadas. No nos engañemos, a las cooperativas nos cuesta mucho tirar adelante y también es complicado hablar de esto. A veces ya cuesta mucho llegar al día a día. Pero sí es un debate interesante.

Una conclusión sería que las cooperativas por sí solas no podrían hacer la revolución.

En los estatutos de muchas en los años 30 se decía que el objetivo era sustituir el capitalismo. Lo que pasa es que es cierto que el cooperativismo de esa época tiene los límites que tiene. En Barcelona había unas 60 cooperativas de consumo, con miles de familias asociadas, pero el gran salto cualitativo se da con las colectivizaciones en el 36.

En ese momento ya hay una masa social organizada gracias a toda la experiencia previa.

Exacto. Ha habido 70 años de aprendizaje obrero con diferentes herramientas y las cooperativas son la producción de la ciudad, y las colectivizaciones son la apropiación social. Lo interesante del cooperativista de la época es que está muy ligado a las corrientes socialistas, republicanas radicales y libertarias, que entienden que es una herramienta de transformación social, global de la economía y la sociedad. Esta visión ha vuelto a replantearse con la llegada de la crisis económica.

Sin embargo, el propio franquismo impulsó cooperativas.

Pero impulsa el cooperativismo agrario, porque históricamente tiene una naturaleza muy diferente al cooperativismo obrero, de consumo y de producción. La fase del cooperativismo obrero en Cataluña muere en 1939.

¿Cómo se acaba con un movimiento como ese?

Básicamente destruyendo su base social. La victoria franquista supuso la destrucción de la base obrera organizada. Por otro lado, en comarcas catalanas se expropia el patrimonio cooperativo. Lo primero que hacen los franquistas al llegar es darle la cooperativa a la falange. En Barcelona muchas cierran, ya que sus socios se marchan al exilio, o están escondidos o en prisión. Algunas cooperativas sobreviven tras la apropiación de algunas cooperativas por parte del régimen.

¿Hasta cuándo duró ese desierto para el cooperativismo?

Vive una restauración a partir de la década de 1960, con la renovación pedagógica, de enseñanza. Se quieren crear escuelas catalanas laicas, democráticas, mixtas. Comienza a nacer una nueva ola de cooperativismo, con padres y maestros críticos. El cooperativismo agrario es otro campo, en el que la iglesia ha tenido su papel, es de propietarios. En el cooperativismo obrero todo es de todos, una persona un voto. Al franquismo el agrario no le genera contradicción, y además sufre un problema grande de producción. Igual que el cooperativismo de vivienda. Hay mucho de corte católico.

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