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Las olvidadas del franquismo: las víctimas que no sabían que eran víctimas

'Las víctimas sin llanto' da voz y pone rostro a las mujeres que tuvieron que salir adelante en la dictadura por sí solas: “No son víctimas de violencia directa, sino de violencia estructural, ése es el poso en el que tuvieron que vivir”, explica la codirectora del documental, la periodista Vanessa Perondi.

-Venimos a que firme usted.

-¿Y qué tengo que firmar?

-Que su marido ha muerto por muerte natural.

-Mi marido se fue muy sano, muy sano y muy bueno. Mi marido ha muerto porque lo fusilaron ustedes.

-Como diga eso la vamos a fusilar a usted también.

-Pues que me lleven, ya me da igual. Ya criará a mis hijos alguna de mis hermanas. Me habéis quitado a tres. ¿Qué queréis que diga? ¿Que mi marido ha muerto de muerte natural?

“Mamá di que sí”, rogaba Fina Ruso, con cuatro años, a su madre. Hoy, con 80, reconstruye esta historia en Las víctimas sin llanto, un documental que da voz y pone rostro a las mujeres víctimas del franquismo que no sabían -ni ellas ni la sociedad- que eran víctimas. “No son víctimas de violencia directa, sino de violencia estructural, ése es el poso en el que tuvieron que vivir. Son las últimas de la cadena y no han sido reconocidas como víctimas, cuando también lo fueron”, explica la codirectora, la periodista Vanessa Perondi.

El documental recoge las historias de seis mujeres de la Bahía de Cádiz desde diferentes perspectivas: las que vivieron directamente cómo se llevaron a su padre al pelotón de fusilamiento, las que llegaron a militar clandestinamente en la transición y las que nacieron ya en democracia. Son Elena Fernández, Fina Ruso y María Rodríguez -hijas de fusilados- y Pilar Navarro, Rocío Palacio y Raquel Bolarín -nietas de fusilados-. En todas ellas, sobre todo en las más mayores, existe un denominador común: el miedo. Y ese miedo, añade Perondi, se ha traspasado entre generaciones. “Rocío representa la superación de ese miedo, porque creció pensando que su abuelo había descuidado a su familia porque se había dedicado a la política y estaba asumiendo el riesgo de que lo mataran. Que era un egoísta pero aquella imagen cambió cuando vio la película Tierra y Libertad, de Ken Loach”, cuenta la codirectora. Raquel, la más joven, explica el “silencio pedagógico”, el déficit educativo de las nuevas generaciones, el no saber realmente qué pasó.

María y su familia vivían en una casa grande. Cuando fusilaron al padre, su madre tuvo que coger a sus seis hijos y sus 25 añitos y meterlos a todos en un cuartucho porque no podía mantener aquel inmueble. “Yo veo estas cosas ahora, que echan [a la gente] a la calle y me da mucha pena. Yo lo he pasado. Mi madre con 25 años y seis hijos para luchar en aquel tiempo”, relata en el documental. “Son mujeres que tuvieron que recurrir al auxilio social bien para que sus hijos pudieran asistir a los comedores sociales, bien para que pudieran ir al colegio, bien para dejarlos como internos en determinadas instituciones… Y tuvieron que echar mano de la caridad que instituyeron los que les habían matado a su marido o al hijo o al padre. Eso es muy duro”, reflexiona la historiadora Alicia Domínguez.

La psicóloga María López, que participó en el proyecto de localización de fosas de Víznar-Alfacar, destaca la interiorización de la culpa, de la estigmatización, del duelo no cerrado. Y Pilar Peruyera, vicepresidenta del Foro por la memoria de El Puerto de Santa María, con uno de los penales más importantes en la dictadura, incide en una imagen que se repite sin cesar: la de la mujer que va a ver al preso y no sabe si va a estar o no. Asegura Elena que su madre se desmayó cuando acudió a la cárcel y en vez de ver a su padre vio una bolsita con sus enseres. Ya no estaba.

Perondi decidió poner en marcha esta iniciativa junto a la realizadora Sara Gallardo -la otra directora- tras entrevistar a una de las sobrinas de las rosas de Tabacalera, tres mujeres cigarreras a las que asesinaron. “Esa historia inspiró un corto documental que grabaron un compañero y Sara. Ahí la conocí a ella, que había participado en Las Constituyentes y El tren de la libertad, y, unos meses después conocí a María, una de las protagonistas. En ese momento supe que no quería hablar de las mujeres represaliadas directamente, sino de las que quedaron”, recuerda con emoción Perondi. Y ambas iniciaron la primera obra de Relatoras Producciones, una empresa con la que pretenden narrar historias relacionadas con los derechos humanos.

El documental, estrenado en San Fernando ante un auditorio absorto, ha sido autofinanciado: “Es muy humilde, pero muy digno. Hemos trabajado con mucha emoción. Chavales jóvenes nos han hecho el sonido; Miguel Medina, la banda sonora, que es increíble y la compuso a ciegas, le íbamos contando las historias, es digno de admirar, es la caña”.

Su objetivo ahora es proyectar la cinta en diversas instituciones para reconocer por fin a estas víctimas que no pudieron ni permitirse el lujo de llorar. Todas ellas, que no se conocían entre sí, se han reconocido unas en las otras al verse. El documental las ha ayudado a sacar lo que tenían dentro, a empoderarse… «Aunque María lo ha contado, pero no ha conseguido verlo”, concluye Perondi. Su condena fue de por vida.

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