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El mundo rural, la asignatura pendiente del feminismo

Una jornalera y diputada, una catedrática y una víctima de violencia de género muestran, desde su experiencia, por qué la brecha de género es mayor en los pueblos que en las ciudades. “El feminismo da repelo a mucha gente en el medio rural porque no sabe qué es", sostiene una de ellas.

Hace años, cuando María del Carmen García Bueno se iba a la campaña de la aceituna y los melocotones, tenía que llevar a dos hombres para que le dieran el trabajo. «A veces pedían una mujer por cada cuatro hombres. Y eso se está produciendo otra vez», cuenta hoy desde el Parlamento andaluz, donde es diputada por Podemos. Jornalera del Sindicato Andaluz de Trabajadores, María del Carmen, más conocida como La Mari del Coronil, ha visto de todo desde este pequeño pueblo de la sierra sur de Sevilla. «Mi militancia empieza por esa discriminación que yo sentía. El empleo comunitario, con fondos públicos, era para los cabezas de familia. Entonces, un grupo de mujeres dijimos que eso no tenía que ser así, que estábamos en nuestro derecho de poder trabajar igual que nuestros compañeros. Y hubo un enfrentamiento con los propios compañeros que participaban en la misma organización sindical que nosotras. ‘Estas son las fulanas que van a trabajar en las calles’, tuvimos que soportar».

Según un informe elaborado por el Gobierno, el medio rural se caracteriza por la masculinización de la actividad y la feminización de la inactividad laboral. “El grado de ruralidad acentúa la discriminación laboral de las mujeres”, sostiene el estudio. García Bueno es rotunda: la situación de las mujeres en los pueblos es mucho más complicada que en los núcleos urbanos. “El feminismo da repelo a mucha gente en el medio rural porque no sabe qué es, se quedan con la falsa imagen de que quiere terminar con los hombres. Por eso hay que trabajar con mucha pedagogía», argumenta. «De hecho, muchas mujeres, sin leer sobre feminismo, sin tener mucha teoría, han descubierto en la práctica qué es el feminismo hablando unas con otras; han descubierto que las situaciones que vivían eran injustas, como tener que levantarse a las seis de la mañana, irse a trabajar y tener que dejar preparada antes la comida, la ropa, dejar a los niños con la abuela o con la vecina… Han descubierto también que participando activamente en las organizaciones agrarias, las mujeres nunca estábamos en los órganos de dirección».

Muchas de ellas son feministas sin saber que lo son, sostiene María José Aguilar, catedrática de Trabajo Social y Servicios Sociales de la Universidad de Castilla-La Mancha, que conoce el caso bien de cerca. Su madre hizo todo cuanto pudo para que estudiara y abandonara el mundo machista en el que ella se había criado: «Esa lucha feminista desde las tripas tiene un valor incalculable y eso explica por qué las mujeres jóvenes rara vez vuelven al entorno rural. Es de justicia valorar el esfuerzo de todas esas mujeres anónimas».

Aguilar, sin embargo, pone el dedo en la llaga del feminismo teórico: «Siempre ha sido una lucha de núcleos urbanos, no nos vamos a engañar. Es el pie del que ha cojeado hasta ahora el feminismo. Así como el feminismo negro planteó las deficiencias del feminismo blanco, las mujeres rurales han sido las olvidadas», afirma la catedrática.

En su análisis, aporta dos factores fundamentales para explicar por qué la brecha de género es mayor en las zonas rurales que en las urbanas: «En primer lugar, la inexistencia en el medio rural o existencia más limitada de servicios externos y profesionales de apoyo, como guarderías, centros de día, etc., hace que la mujer siga reproduciendo el rol de cuidadora. Además, esos servicios no suelen estar adaptados al medio de vida rural, como sí ocurre en Finlandia. Y, en segundo lugar, en el medio rural pesan unos valores que no pesan en el medio urbano; por ejemplo, todavía está mal visto que si no estás trabajando no te encargues de tus hijos».

García Bueno también incide en esa cuestión: puedes dejar a tus hijos con la abuela o la vecina si es para ir a trabajar, pero hasta hace muy poco, en muchos pueblos, era un sacrilegio dejarlos para ir a una reunión o tomar simplemente un café.

En muchas ocasiones, el asociacionismo de mujeres tampoco ha ayudado, según la profesora Aguilar: “Ese asociacionismo que se ha promovido en el medio rural surgió a partir de las amas de casa y se ha fomentado un modelo bastante acrítico», denuncia. La conciliación es otro hándicap importante: «Los hombres rurales en general están muchos más anclados en los valores tradicionales que en el medio urbano”, opina Aguilar.

Soledad Vila creó hace cuatro años una asociación contra la violencia de género en Los Palacios, un pueblo de Sevilla sostenido por el campo. Su experiencia también confirma la dificultad a la hora de superar determinados prejuicios. «Aquí está costando llegar a la población. En una manifestación no verás a las víctimas porque las conoce todo el mundo, porque las juzgan y lo pasan mal. Todos son familia, si no es el tío del marido es el primo o la prima», relata.

Pero no sólo afecta a las víctimas. Vila cuenta que se ha encontrado con mujeres que no han querido participar en campañas porque temían que las confundieran con víctimas de violencia. «Como si encima ser víctima fuera el problema”, reflexiona. «Tenemos que vencer esa mentalidad conservadora y cerrada. Aquí estamos para cambiarla”, concluye.

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