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Ucrania, hot or not?
Ni los tambores ni las banderas logran ocultarlo todo. Poroshenko, el candidato favorecido por la democracia cristiana europea, comienza a acusar desgaste
MOSCÚ // En nuestros tiempos de “periodismo digital” cualquiera diría que los coordinadores de Internacional de la prensa española disponen de una suerte de Tinder para escoger los temas a los que dedican sus páginas. Por si queda aún alguien que no lo sepa, se trata de una aplicación que sirve, sobre todo, para concretar citas. El programa, que utiliza el perfil de Facebook del usuario, tiene una interfaz muy sencilla: aparece en pantalla la fotografía de una potencial cita y el usuario puede decidir si le interesa deslizándola hacia la izquierda, o no, deslizándola hacia la derecha. Una versión de las que existen de esta aplicación está basada en una antigua página web cuyo título resume bien esta lógica editorial: Hot or Not?
Preguntémonos: la crisis de deuda en Grecia… Hot or Not? Después del waterboarding mental a Tsipras en Bruselas y la aceptación del programa de austeridad, Grecia dejó de ser hot. Lo que no quiere decir ni mucho menos que el país haya dejado de tener serios problemas políticos, económicos y sociales, sólo que nadie se ocupa ya de ellos. No ha perdido interés, el interés se ha perdido porque nadie apostó por continuar explicando aquella historia. Nuestro editor español deslizó la fotografía de Grecia a la derecha. Más o menos por aquel entonces la crisis de refugiados en Europa pasó a ser hot y nuestro editor deslizó la fotografía de las multitudes frente a las vallas y las alambradas de espino a la izquierda. Los medios de comunicación y las redes sociales se llenaron de muestras de repulsa, condenas vehementes, campañas de recogidas de firmas, fotografías dramáticas, “retratos humanos” e infografías de las rutas de los refugiados. Hoy, apenas un mes después, prácticamente solo los medios alemanes hablan ya de ellos. Los refugiados ya no son hot. Por descontado, esta crisis humanitaria, la mayor en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, dista de haberse resuelto, y de hecho podría empeorar con la llegada del invierno y la caída de las temperaturas. Pero una vez más, nadie parece que se interesó por continuar explicando aquella historia. Not hot.
Antes que los refugiados y Grecia, Ucrania era hot. Ucrania, hoy, ya no es hot. No hay fotogénicas barricadas en llamas cuyas fotos reproducir a todo color en portada y, sobre todo, frente a las cuales los saltimbanquis del gremio puedan hacer sus directos de cámara y CV building. Pero como en los dos casos arriba mencionados, los problemas políticos, económicos y sociales que lastraban al país antes y después del Maidán, persisten, y en muchos casos puede decirse que han empeorado. Aunque los focos de las cámaras se hayan ido.
Al filo de la quiebra
El pasado 14 de octubre se celebró el Día del Defensor de Ucrania. Esta fiesta sustituye, por decreto, a la del Día del Defensor de la Patria, de origen soviético y que se celebraba, como en Rusia, todos los 23 de febrero. Según el presidente Petró Poroshenko, Ucrania no debe celebrar las fiestas del “calendario histórico-militar de Rusia”, sino “honrar a los defensores de nuestra patria, no la de otro”. En la capital desfilaron las tropas, y el presidente, en calidad de comandante en jefe de las fuerzas armadas, llevó a cabo una photo-op montándose en el asiento de copiloto de un caza Su-27. Con el conflicto en Donbás con las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk “congelado” y sin solución a corto plazo –¿not hot?–, este despliegue parece destinado más bien a obedecer, al menos en parte, a una política de movilización constante. Cuando redobla el tambor, las quejas se oyen menos.
¿Por dónde empezar? Ucrania registró en septiembre un brote de poliomielitis. El Ministerio de Salud y la Organización Mundial para la Salud (OMS) confirmaron el 1 de septiembre dos casos en la provincia de Zakarpattia, en el suroeste del país. Como esta región es fronteriza con Rumanía, Hungría, Polonia y Eslovaquia, pronto saltaron las alarmas sobre un posible riesgo de contagio a la Unión Europea. Unicef ha alertado que 1,8 millones de niños están en riesgo de parálisis o muerte por la polio si no reciben una vacuna pronto. Sólo otros dos países en el mundo registran actualmente brotes de polio: Pakistán y Afganistán. No hay un único motivo que explique que en Ucrania haya tantos niños sin vacunar: las razones van desde la penetración del movimiento anti-vacunas hasta la desconfianza de las madres hacia un sistema de salud ineficaz, corrupto y necesitado de inversiones.
Poroshenko pidió a sus compatriotas hacer “todo lo posible” para “elevar el prestigio de la profesión médica” durante la inauguración de un hospital en Odesa el pasado 16 de octubre. El problema es que “el prestigio de la profesión médica” se eleva sobre condiciones materiales, y “todo lo posible” se aviene mal con las recetas económicas del Fondo Monetario Internacional (FMI). Si el salario medio en Ucrania es de 4.390 gryvnas al mes (180 euros), el de los médicos baja hasta las 2.800 gryvnas (115 euros), siendo uno de los sectores peor pagados del país (datos oficiales de julio). Los médicos se enfrentan a un dilema: emigrar o corromperse. “Tengo un equipo que vale millones, y tengo que mantenerlo o se estropeará y mis pacientes morirán. Tengo que mantenerlo, ¿pero de dónde obtengo el dinero? Mis médicos lo entienden y los pacientes pagan”, declaraba este verano un anestesista en referencia a los sobornos.
No se trata del único sector golpeado por la situación económica del país. El 6 de octubre un grupo de mineros de Novovolynsk, un municipio del óblast de Volyn, iniciaban una huelga de hambre en el centro de Kiev. Los mineros denuncian que no han percibido su salario desde hace seis meses y amenazan con paralizar las vías de comunicación que unen a este óblast con Polonia si no se resuelve su situación. No es la primera vez que los mineros protestan: el año pasado 300 de ellos se manifestaron en la capital para reclamar el pago de los salarios atrasados y la dimisión del ministro de Energía. Como toda respuesta encontraron el silencio de los medios de comunicación occidentales, una campaña de desprestigio por parte de los servicios secretos ucranianos (SBU), que hicieron circular el rumor de que les financiaba el ex primer ministro Nikola Azarov, y finalmente, el intento de agresión por parte de militantes de AutoMaidan y Pravy Sektor (Sector Derecho). De todo aquello ha pasado un año sin que la situación del sector minero haya dado muestras de mejoría. Con la cuenca minera del Donbás bajo el control de los rebeldes y paralizada por el conflicto, la economía ucraniana sigue, hoy como ayer, al filo de la bancarrota, y se mantiene a flote en buena medida gracias a las inyecciones de las instituciones financieras internacionales, las cuales, obvio es decirlo, no dan nada sin esperar nada a cambio. Aunque tampoco cabe descartar que el proyecto de Bruselas para Ucrania sea ‘kosovarizar’ su economía y convertir al país en un Estado satélite de la UE, dependiente de la inversión externa y permanentemente empobrecido, productor principalmente de mano de obra barata para el sector terciario y la economía sumergida de Europa central.
La culpa es del sovok
¿A quién culpar de todo esto? A la “agresión rusa” y al pasado soviético (sovok), por supuesto.
Eso es lo que hizo Ilo Glonti, un joven asesor económico de origen georgiano, ante una audiencia de políticos ucranianos el verano pasado en Zakarpattia. El vídeo del acto se puede ver en YouTube. “Vuestra tarea es acabar con la corrupción, acabar con la burocracia, acabar con el pasado, acabar con el sovok”, exhortó al público Glonti, discípulo de Kaja Bendukidze, uno de los autores de las reformas neoliberales en la Georgia de Mijaíl Saakashvili. Para los asesores neoliberales del gobierno ucraniano, acabar con el sovok forma parte de un mismo paquete en el que se incluyen, por citar a Glonti, “atraer inversiones, luchar contra la corrupción y luchar contra la burocracia”, exactamente por ese orden. “¿Cuántos edificios habéis privatizado hasta la fecha?”, pregunta el economista georgiano, “¿qué tipo de inversiones podéis atraer? ¿Habéis privatizado algo recientemente?”. El ambiente en la sala se caldea. “¿Hemos construido algo recientemente?”, le responde alguien. Glonti contesta: “¿Quién quiere construir algo aquí con tanta corrupción y burocracia?”. El moderador del acto llama al orden, pero los políticos comienzan a abandonar la sala.
El vídeo resume bastante bien el fracaso de las promesas del Maidán. Borís Lozhkin, jefe de la Administración Presidencial de Ucrania y presidente de UMH Group –que controla 50 medios de comunicación en el país–, vio por ejemplo cómo sus cuentas en Suiza eran congeladas debido a una transacción de 130 millones de dólares de Serhiy Kuruchenko, un oligarca asociado al gobierno de Víktor Yanukovich prófugo de la justicia y actualmente en paradero desconocido. Algunos medios de comunicación apuntan a que la transferencia tenía como objetivo “facilitar” el mantenimiento de la posición de privilegio de Megapolis, una compañía de tabaco rusa que controla el 90% de las ventas en Ucrania.
Según el Kyev Post, “expertos” han pedido al gobierno ucraniano que desmantele la oligarquía y reconstruya la confianza en las empresas públicas. Pero como ha señalado mordazmente el periodista estadounidense Mark Ames, con un gobierno presidido por un oligarca, esto equivale a pedirle a Poroshenko que se desmantele a sí mismo.
¿Crisis en el gobierno?
En Ucrania no hay responsables políticos. Aparte del sovok, se sobreentiende. Contra éste firmó Poroshenko el 13 de octubre otro decreto, el de «la estrategia para la educación nacional-patriótica de la infancia y juventud de Ucrania”, que establece los criterios para la enseñanza de la historia en las escuelas e institutos del país. Los futuros libros de texto ucranianos ensalzarán como “ejemplo de la heroica lucha del pueblo de Ucrania” al Ejército Insurgente Ucraniano (UPA), la guerrilla nacionalista responsable de la limpieza étnica de polacos en la región de Volnya y Galicia oriental, entre otros crímenes de guerra. También a los militares de la llamada “Operación Antiterrorista” (ATO) en el Donbás, calificados de “ejemplo de coraje y heroísmo”, aunque las quejas de los soldados, que lamentan el apoyo material de su propio gobierno, no han sido infrecuentes. Los cosacos, que en algunos momentos de la historia pelearon con los rusos y hasta se consideraban a sí mismos como rusos, pasan a ser ucranianos, un anacronismo impuesto a golpe de ucase. El ejército de la República Popular de Ucrania (1917-1921), que bajo el mando de Simon Petliura cometió varios pogromos en los que se calcula que fallecieron entre 35.000 y 50.000 judíos y persiguió igualmente a polacos y rusos étnicos, también servirá a “la formación de los valores y conciencia cívica de los niños y jóvenes”.
Pero ni los tambores ni las banderas logran ocultarlo todo. Poroshenko, el candidato favorecido por la democracia cristiana europea, comienza a acusar desgaste. Según un sondeo reciente del Instituto de Sociología de Kiev, el 58% de los ucranianos desaprueba la gestión del presidente ucraniano. Los resultados para el primer ministro, Arseni Yatseniuk, son incluso peores: un 71,3%. La población está cansada del conflicto en el Donbás y un 78% quiere que continúen las negociaciones y se alcance una solución pacífica al mismo; sólo un 12,6% está a favor de lanzar una nueva ofensiva militar para “liberar la región”. De haber elecciones presidenciales, un 13,7% se inclinaría por revalidar a Poroshenko, a quien sigue una resucitada Yulia Timoshenko, con un 11,1%; el resto de candidatos queda por debajo del 5%. El voto también se fraccionaría de haber elecciones parlamentarias: el Bloque de Poroshenko seguiría siendo la fuerza más votada, con un 11,6% de los votos, diez puntos menos con respecto a las elecciones de 2014, en las que obtuvo un 21,82%; el Frente Popular de Yatseniuk se desplomaría, pasando del 22,14% al 0,7%, y quedaría fuera de la Rada Suprema. Le sustituiría como segunda fuerza Batkivshchyna (Patria), el partido de Yulia Timoshenko, con un 11% de los votos. Un 25,3% de los encuestados aún no sabe a quién votará. El dato inquietante de este sondeo es que los neonazis de Sector Derecho, que en las pasadas elecciones obtuvieron un 1,8%, reemplazarían a Svoboda como principal partido de la extrema derecha con un 3,8% de los votos, aunque en ausencia de una izquierda organizada que canalice el descontento social, y ante ese 25% de indecisos, puede decirse que cuenta con un considerable margen de crecimiento.
La historia sigue. La guerra fría 2.0 tiene sin duda en Ucrania uno de sus puntos calientes. Nunca se sabe, quizá, el día menos pensado, hasta vuelve a ser hot para los editores.