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El régimen Hun: 30 años de violencia, represión y corrupción en Camboya

Treinta años después de su nombramiento como Primer Ministro, Hun Sen sigue liderando con mano de hierro el país

PHNOM PENH, Camboya // Tras la caída de Pol Pot, un imberbe excomandante de las fuerzas jemeres convertido en hábil político aliado del Gobierno comunista de Vietnam es nombrado Primer Ministro de la República Popular de Kampuchea (PRK). Era el 14 de enero de 1985. Treinta años después, Hun Sen sigue liderando con mano de hierro el renombrado Reino de Camboya, dejando para la historia un legado de violencia, ejecuciones extrajudiciales, torturas y corrupción.

“No sólo he debilitado a la oposición. Los haré matar a todos…y si alguien es lo suficientemente fuerte para organizar una protesta, moleré a palos a todos esos perros y los meteré en una jaula”. Con el amenazador lenguaje que agria habitualmente sus discursos, Hun Sen respondió desafiante a las voces que auguraban su caída en enero de 2011. Una más en el “club de los 10.000”, aquel grupo de autócratas del que formaron parte Muammar el-Qaddafi, Hosni Mubarak o Alí Abdalá Saleh. Al contrario de lo que ocurrió en Libia, Egipto, Yemen o Túnez, Hun Sen consiguió silenciar las críticas y refrendar su gobierno en las elecciones de 2013, lo que sin embargo no logró mitigar la conflictividad en el país. “Aunque en las últimas décadas ha permitido un pequeño espacio para la oposición política y social, la pátina del aperturismo ha ocultado una subyacente realidad de represión”, señala en su informe sobre Camboya el director de Human Rights Watch (HRW) en Asia, Brad Adams.

Hoy en la capital del país, Phnom Penh, la sociedad se mantiene dividida. Los que recuerdan los horrores de la guerra y el genocidio de los Jemeres Rojos ven en Hun Sen la figura que logró estabilizar el país tras los acuerdos de París en 1991 e impulsar un cierto crecimiento económico. Para la mayoría de los jóvenes -tres cuartos de la población del país es menor de 35 años- el liderazgo de Hun Sen está no obstante marcado por la censura, la corrupción y la represión. “Es cierto que el país está mejor que unos años atrás, pero hay cosas que no funcionan. Esto no Europa”, apunta un conductor de tuk-tuk, cuya identidad prefiere mantener en el anonimato. Como a tantos otros en la Camboya actual, la llegada del turismo le ha permitido adquirir un vehículo con el que ganarse la vida y mantener a duras penas a su familia. “Hoy he conseguido 13 dólares. Es suficiente, pero tengo que ahorrar para los días que no consigo clientes. Hay mucha competencia en esta zona -el bulevar Sothearos es una de las calles más transitadas de la capital-. Además mi mujer está enferma y tengo que comprar medicinas”.

Camboya prevé cerrar el 2014, según las estimaciones del Fondo Monetario Internacional, con un crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) superior al 7%, lo que no ha frenado las manifestaciones y protestas en un país que sigue siendo uno de los más empobrecidos del mundo. “Hay diez millones de personas en Camboya -cuya población total apenas supera los 15 millones- que viven en la pobreza, con menos de 2 dólares al día”, remarca Sokny Say, secretaria general del Free Trade Union of Workers of the Kingdom of Cambodia (FTUWKC), uno de los sindicatos más críticos con el Gobierno. “No es una cuestión de crecimiento, sino de cómo es distribuido. La desigualdad económica ha aumentado en Camboya”, añade el reputado economista Sophal Ear.

En enero de 2014 “Freedom Park”, una céntrica plaza próxima al Riverside de Phnom Penh, se convirtió en el símbolo de las protestas contra el Gobierno de Hun Sen. Tras meses de manifestaciones para exigir mejoras en sus condiciones laborales, las trabajadoras del textil fueron violentamente expulsadas del parque. 5 manifestantes perdieron la vida y otros 40 resultaron heridos en enfrentamientos con la policía. En las semanas posteriores, 23 personas, entre ellos importantes líderes sindicales y opositores políticos fueron detenidos en una campaña de “violencia e intimidación” denunciada por las organizaciones de derechos humanos. La fuerte represión de cualquier contestación social ha sido una respuesta habitual durante el mandato de Hu Sen. La defensa del medio millón de víctimas de las expropiaciones forzosas en el país -alrededor del 45% del territorio de Camboya ha sido comprado por empresas privadas a lo largo de los últimos 15 años según un informe de Global Witness- ha desembocado a menudo en duros enfrentamientos, arrestos y condenas judiciales. La actuación del Gobierno de Hun Sen en las adjudicaciones de estas tierras a grandes multinacionales occidentales y chinas está hoy en manos de la Fiscalía de la Corte Penal Internacional.

El reino del miedo, la violencia y la corrupción

Recién cumplidos los 62 años, Hun Sen es el sexto líder más longevo del mundo. Aunque accedió al cargo como líder comunista apoyado por el Gobierno de Vietnam, a lo largo de estos 30 años ha reinventado sus principios políticos abrazando el libre mercado y convenciendo a los mandatarios internacionales para que sigan aportando al país más de 500 millones de dólares al año en programas de cooperación, pese a los escándalos de corrupción y abusos de poder que envuelven a su Ejecutivo. No obstante, su continuidad en el Gobierno sólo se explica por el “uso de la fuerza”. “Durante su tiempo en el poder, centenares de figuras de la oposición, periodistas y líderes sindicales han sido asesinados en ataques con motivaciones políticas”, asegura Brad Adams en su informe para Human Rights Watch (HRW).

El mandato del terror al que alude Adams arranca durante sus primeros años en el cargo de Primer Ministro de la entonces República Popular de Kampuchea, un gobierno títere del Vietnam comunista. Hun Sen ejecuta entonces el programa “K5”, un plan de trabajos forzados al que fueron enviados miles de camboyanos para colaborar en la construcción de puestos de defensa, bases militares y minas antipersona en el linde entre Camboya y Tailandia, donde se refugiaba la guerrilla leal a Pol Pot. “El plan era construir un muro como el de Berlín a lo largo de la frontera con Tailandia ”, asegura en el informe de HRW Sin Sen, alto cargo del ministerio del Interior camboyano en aquellos años. En julio de 1985 más de 90.000 personas formaban parte del plan de trabajos forzados. Más de 1.000, según los datos oficiales, fallecieron a causa de la malaria. Otros muchos lo hicieron por la falta de comida, el mal tiempo y las propias minas. “El K5 era muy impopular. Nadie lo apoyaba. Sólo los pobres eran enviados al K5”, recuerda Sen.

Bajo el mandato de Hun Sen la PRK se convirtió en un estado policial. A mediados de los 80, alrededor de 5.000 presos políticos eran sometidos a detenciones arbitrarias, torturas, falsos juicios y ejecuciones extrajudiciales. En 1986 creó el “A-3”, un cuerpo policial especial que sería la base de los escuadrones de la muerte utilizados por su formación política, el rebautizado Partido del Pueblo de Camboya (CCP por sus siglas en inglés), para reforzar su poder tras las negociaciones de paz de 1991. Estos grupos paramilitares asesinaron a más de 80 líderes opositores y representantes de la sociedad civil antes de las elecciones de 1993, que Hun Sen perdió por escaso margen ante el príncipe Norodom Ranaridh, candidato del partido monárquico FUNCINPEC. Amenazando con llevar al país de vuelta a la guerra civil, Hun Sen obligó a Ranaridh a compartir con él la jefatura del Ejecutivo durante 4 años. En 1997 tropas leales al líder del CCP organizaron un golpe de Estado que le devolvió el mando del país. En las purgas posteriores al menos 60 miembros de los cuerpos militares afines al FUNCINPEC fueron ejecutados y otros muchos torturados en la base 911, en las afueras de Phnom Penh.

Desde entonces, la represión política y los manejos electorales se han convertido en una constante. Decenas de opositores han sido eliminados, al tiempo que activistas y defensores de los derechos humanos han sido encarcelados. Mientras el país crece con tasas por encima del 7%, las protestas y manifestaciones son prohibidas. Una alegoría del progreso en el que muchos camboyanos creyeron hasta los comicios de 2013. “Durante 3 décadas, Hun Sen ha utilizado repetidamente la violencia, la represión y la corrupción para mantenerse en el poder”, asegura Adams.

Las elecciones de 2013, en las que el CCP volvió a imponerse pero con una mayoría reducida de 90 a 68 escaños, marcaron un punto de inflexión para el régimen de Hun Sen. Por primera vez la gente le estaba dando la espalda. Las acusaciones de fraude electoral denunciadas por el líder de la oposición Sam Rainsy encontraron el respaldo de una parte de la sociedad que había salido ya a las calles para exigir mejoras en los salarios, más libertades y la caída de un régimen corrupto. Actualmente, Camboya ocupa uno de los puestos más bajos en el índice anual elaborado por Transparencia Internacional. Los sobornos y mordidas son algo habitual en el país. “A la gente no le importa demasiado la corrupción a gran escala, pero sí las pequeñas cosas que les pasan a diario”, apunta el analista del Cambodian Institute for Cooperation and Peace Phoak Kung. Tras un año de disputas políticas e inestabilidad social, Hun Sen se comprometió a revisar la normativa electoral y luchar contra el fraude y la corrupción. “El Gobierno parece que ha entendido que necesita ganarse la confianza de la gente para permanecer en el poder”, asegura Kung.

No obstante, en los últimos meses un nuevo escándalo ha sacudido la política camboyana: un pacto con el Gobierno australiano para acoger en el país a unos mil refugiados, actualmente emplazados en la isla de Nauru, a cambio del cual el Ejecutivo camboyano percibirá entorno a 40 millones de dólares. El acuerdo ha suscitado fuertes críticas de numerosas organizaciones internacionales y líderes de la oposición, que ven tras esta operación un nuevo negocio para la élite dirigente del país. “Es una atrocidad dada la historia de Camboya -20 miembros de la minoría uigur fueron deportados a China en 2009- y el hecho de cientos de miles de camboyanos como yo mismo somos refugiados”, subraya Sophal Ear.

El olvido judicial de los Jemeres Rojos

El sistema judicial camboyano está en manos del partido de Hun Sen. Muchos de los jueces acuden a reuniones del CPP y reportan ante los líderes de la formación. Incluso el Consejo Constitucional y el Consejo Superior de la Magistratura están controlados por el partido. De esta manera, Hun Sen puede manejar la Justicia, usándola a su antojo como arma frente a la oposición. “Entre los muchos modos en los que se ha mantenido en el poder y ha conservado el control del país ha sido a través del control de los tribunales”, apunta HRW en su dossier sobre sus 30 años de liderazgo.

Sin duda su manejo de la Justicia le ha permitido tutelar el proceso judicial contra los Jemeres Rojos, un régimen del que formó parte como comandante a principios de los 70 dirigiendo uno de los batallones involucrados en el exterminio de la minoría musulmana Cham. Hun Sen, quien perdió el ojo izquierdo durante el conflicto, siempre ha negado cualquier implicación en las matanzas del régimen de Pol Pot, el cual abandonó oficialmente en junio de 1977. No obstante, la sospecha sobre su papel durante los 4 años de genocido jemer ha ensombrecido su figura y la de su Gobierno. De hecho, muchos miembros de su partido son también exresponsables de los Jemeres Rojos. Por ello, Hun Sen siempre ha tratado de controlar las investigaciones internacionales que finalmente permitieron llevar ante la Justicia a los líderes todavía vivos del genocido, Kaing Guek Eav, más conocido como “Duch”, Noun Chea, el camarada número 2 y mano derecha de Pol Pot; Khieu Samphan, ex presidente de la República Democrática de Kampuchea; Ieng Sary, exministro de Exteriores y su esposa, responsable de asuntos sociales, Ieng Thirith. Sólo 5 ancianos encausados por un holocausto en el que 1,7 millones de personas perdieron la vida. Tal y como Hun Sen siempre ha deseado.

30 años después de su llegada al poder, Hun Sen sigue dirigiendo el país a su antojo. Cualquier movimiento opositor termina socavado ante su ilimitado control de la justicia, la economía y las fuerzas militares. “No hay razón para esperar que Hun Sen despierte un día y decida gobernar Camboya de una forma más abierta, inclusiva, tolerante y respetuosa con los derechos. La comunidad internacional debería empezar a escuchar a aquellos camboyanos que cada vez más han comenzado a reclamar la protección de sus derechos humanos”, alerta Adams. Sólo la generación de Facebook, a la que él tanto teme, puede acabar con el régimen Hun Sen.

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