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Que baje el bisabuelo y lo vea

Un retrato de aquellos que "abandonan el discurso de los Derechos Humanos para poder ser entendidos por una sociedad, no enferma, sino enfermada por quienes aseguran su impunidad enfermándola", señala el autor

Hace unas semanas fui a escuchar una conferencia de Guillermo Izquierdo, un hombre que viene a ser a la neurociencia lo que Messi a la pelota. El doctor, veterano, lleva 30 años centrado en investigar una de las enfermedades neurológicas más extendidas: la esclerosis múltiple. Por sus manos, sus gafas, su pelo blanco einsteiniano de genio y sus investigaciones han pasado miles de personas durante ese tiempo. En el turno de preguntas posterior a la charla, un par de manos se levantaron para hacer de la conferencia científica una consulta sin cita previa. “Doctor, respecto a lo que ha comentado sobre el medicamento equis que las farmacéuticas sacarán en 2016, ¿será apto para una niña que acaba de empezar a desarrollar la enfermedad hace unos meses?” -preguntaba una madre sentada entre científico y científico. “Me suena su cara, ¿es usted su madre? ¿Estamos hablando de Carolina de 11 años, tal vez?” -respondía Izquierdo, y acertaba ante el asombro de la madre. “El caso de Carolina es una esclerosis remitente recurrente, si no recuerdo mal” -volvía a no recordar mal- “para la cual quizá no fuera necesaria aún la administración de este medicamento, sino otro que…”.

El tío vivía por y para esa enfermedad y el gigantesco universo de pacientes con nombre, cara, edades y familiares que la rodean. En su última intervención, el doctor Izquierdo, ante un auditorio en el que abundaban los enfermos, hizo un alegato económico dirigiéndose directamente hacia ellos: “Los nuevos medicamentos que saldrán son muy caros, pero la Administración tiene que entender que más caro aún será no administrároslos y tener que atenderos después de los problemas derivados”, decía mientras enseñaba gráficos de cuánto le cuesta al Estado un enfermo de esclerosis como los allí sentados y cuánto podría ahorrarse el Estado en la casilla “Lo Que Nos Cuesta Esta Gente”. El discurso era incómodo. Salid ahí a decir que sois caros, pero que más caros seréis si no os ayudan, venía a decir. Era una especie de arenga triste. Una arenga triste y probablemente la única arenga práctica que se le podía dar a aquellos enfermos. Oír hablar en términos de monetización a alguien entregado a la enfermedad y por extensión a quienes la padecen, estremece. Estremece pensar que ese hombre no ha tenido más remedio que aceptar las reglas del juego.

Esta semana, el Senado de EEUU presentaba un informe que concluía que, durante años, la CIA torturó a presos “brutalmente y de manera ineficaz”. De manera ineficaz. El discurso que el neurólogo dirigía, vía pacientes, a la Administración, se dirigía ahora a los ciudadanos norteamericanos. Ciudadanos que, en el siglo XXI, habían aceptado la tortura como animal de compañía. La tortura, aceptada como herramienta, por su ineficacia debía de ser desacreditada. Los bienintencionados doctores Izquierdos del Senado norteamericano habían recorrido el mismo camino que el neurólogo: el que abandona el discurso de los Derechos Humanos para poder ser entendido por una sociedad, no enferma, sino enfermada por quienes aseguran su impunidad enfermándola. Impunidad para llevarse por delante los derechos más básicos. Derecho a ser sanado, derecho a no ser torturado… Si la verdadera crisis no es esto, que baje cualquiera de hace unas cuantas generaciones y lo vea.

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Comentarios
  1. Y sin embargo, en mi opinión, plantear los problemas en términos numéricos -no solo de coste- es algo bueno. Al fin y al cabo en la vida, de una u otra manera, siempre hay que decidir y antes o después todos morimos. La literatura tampoco garantiza una mejor elección ni una vida mas larga.

  2. El doctor Izquierdo ha entendido que la única manera de hacer reaccionar a la gente es explicándoles como funciona «el sistema», son números (no creo que para el lo sean) y deben convencer con números ya que por razones humanitarias sabe que no convencen, como Carolina, no tienen tiempo para transformar la sociedad antes de que su enfermedad siga avanzando. Gracias por tu artículo Gerardo y por hacernos pensar. Saludos

    • Estoy de acuerdo contigo, Celia y con el dr Izquierdo. Hay que saber jugar en el tablero en el que se está y no hay tiempo. Pero que la obligación de tener que jugar no nos haga olvidar que estamos jugando con una reglas que nos matan.

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