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Èric Lluent: “En Islandia el poder ha aprendido a gestionar las protestas”
El periodista explica que el Gobierno conservador ha tomado mayor control de los medios de comunicación y ha aumentado la dotación de los antidisturbios
El periodista Èric Lluent (Barcelona, 1986) acaba de lanzar su segunda campaña de microfinanciación para escribir un libro sobre Islandia. En esta ocasión, se centrará en describir «el precio del milagro económico». El primero llevaba como subtítulo «crónica de una decepción», la que sienten buena parte de quienes buscan en la isla las huellas de la presunta revolución que vivió el país tras el colapso económico de 2008. La desinformación sobre lo que ocurre en Islandia es generalizada, insiste Lluent en esta entrevista, que se realizó por correo electrónico.
¿Qué queda de la «revolución islandesa»? Algunos consideran que ha dejado un poso; otros que ahora que las cosas parecen ir bien económicamente, se han olvidado de ella.
Primero debemos entender qué es la revolución islandesa. Si aún pensamos que su revolución se basó en dejar caer a los bancos, encarcelar a políticos y banqueros y forzar un cambio constitucional vamos muy mal encaminados. Aún hoy en día la gente comparte estas falsedades por las redes sociales erigiendo Islandia como ejemplo a seguir, pero ese mito es simplemente mentira y se difunde sin límites gracias a la ignorancia que tenemos sobre esta isla. Pero si entendemos la revolución como lo que fue, un proceso a través del cual los ciudadanos hicieron caer un gobierno liderado por el conservador Partido de la Independencia e iniciaron una reforma de la constitución de 1944, podemos afirmar sin duda que el espíritu revolucionario de 2008, 2009 y 2010 ha muerto. Los islandeses han vuelto a votar al Partido de la Independencia y a su gran aliado, el Partido Progresista, formaciones que han olvidado la Constitución “escrita por el pueblo” en un cajón del Parlamento sin que ello haya supuesto grandes movilizaciones.
¿Por qué?
Si en Islandia hay dinero, pocos serán los que salgan a la calle para reclamar nada. Esto sucedía antes del colapso y sucede ahora que el país vive en una burbuja que tarde o temprano les pasará factura. Cierto es que la desafección de los más jóvenes respecto a la política puede generar cambios a largo plazo, así que ese poso es real, aunque ahora mismo es ínfimo. Por otra parte, el poder político también ha aprendido de sus errores a la hora de gestionar las protestas delante del Parlamento, así que en cierto modo ellos han sacado valiosas lecciones para evitar que un movimiento ciudadano repita la presión que ejerció después de la bancarrota. Es una lucha global, la mayoría de abajo contra la minoría de arriba, pero Islandia no debería ser más referente que, por ejemplo, España o el resto de países del sur de Europa, donde cada día hay miles de personas que trabajan duro en diferentes flancos para defender sus derechos y los de la sociedad.
¿Qué diferencias hay en el día a día entre la Islandia de 2008 y la de hoy? ¿Sigue siendo una «Jamaica del norte»?
Lo de Jamaica del norte es un término que no suelo utilizar porque jamás he estado en Jamaica, así que poco puedo comparar. Lo usa Xavier Rodríguez, periodista y abogado catalán que lleva más de una década en Islandia, en la introducción del libro pero se refiere a su carácter calmado y optimista. Como principal diferencia podemos determinar que el islandés común ha perdido mucho poder adquisitivo, aunque hay que tener en cuenta que su nivel era extraordinariamente alto por el cambio tan beneficioso que tenía el país respecto al dólar y el euro, y la facilidad para acceder al crédito. Antes de la caída todo era abundancia: grandes jeeps, compras en Nueva York como quien va a Andorra, segundas y terceras residencias en la costa mediterránea. Todo era poco. Ahora la cosa se ha deshinchado, pero su carácter consumista está intacto. La corona islandesa está muy devaluada y los islandeses no pueden sacar sus capitales del país, así que se ven “obligados” a invertir en casa, cosa que ha regenerado el sistema económico nacional, pero que parte de una base insostenible que se desvanecerá cuando se levanten las restricciones, medida que es una de las promesas electorales de los dos partidos que forman el gobierno actual.
En el libro dice que la «revolución» fue posible gracias, entre otros, a que la población es reducida y que la policía ni siquiera va armada. El nuevo Gobierno ha dado más medios a las fuerzas policiales y ha recortado la plantilla de la televisión pública, entre otras medidas. ¿Se intenta evitar que en el futuro haya revueltas o vuelva a cuestionarse el sistema?
Como comentaba antes, el poder ha aprendido cosas importantísimas de la experiencia de 2008. Dos son las más destacadas son que hay que tener más control sobre los medios de comunicación y que las unidades antidisturbios deben estar mejor preparadas. De hecho, este año hubo protestas en el Parlamento en contra de una promesa no cumplida del Gobierno (relativa a el referéndum que prometieron para la cuestión del acceso a la Unión Europea) y ya se vio que el dispositivo policial era muy distinto al de cinco años atrás. Se estableció un perímetro vallado alrededor del edificio parlamentario y los policías iban mejor equipados. Un cambio sustancial. Por otra parte, 60 periodistas de la radio y televisión pública (RÚV) fueron despedidos a finales de 2013 y esta decisión se tomó como venganza de los partidos de centroderecha que durante la legislatura anterior se quejaron amargamente del trato periodístico que se hizo del colapso, las protestas, las comisiones de investigación, las causas judiciales, etc.
Islandia está controlada por dos grupos de familias, conocidos como el Pulpo y el Calamar, cada uno de ellos controlando a uno de los principales partidos políticos. ¿Las redes clientelares son tan poderosas?
Si una cosa define las relaciones laborales en Islandia es el amiguismo. El poder de los clanes familiares y de las élites económicas está muy concentrado al tratarse de una población tan reducida (320.000 habitantes). Sí, las redes clientelares son muy poderosas. Los principales grupos económicos controlan todos los sectores de la producción y, o bien no tienen competencia, o ésta es un buen amigo suyo con el que pueden manipular el mercado sin problemas. También hay mucho miedo a enfrentarse a su poder, por las consecuencias que ello pueda suponer. Hay muchas personas que, por ejemplo, no quieren criticar públicamente esta estructura pero que sí lo hacen en círculos privados por miedo a perder oportunidades de trabajo.
¿Cómo están funcionando los nuevos partidos con representación parlamentaria, Piratas y Futuro Brillante?
Ahora estoy inmerso en la escritura de un segundo libro, Islandia 2014. El precio del milagro económico, y en las próximas semanas voy a entrar a analizar el papel de estas formaciones en el panorama político actual, así que no tengo conclusiones definitivas sobre esta cuestión. De todas formas, el Futuro Brillante es un partido que tiene posibilidades de cuajar en cierto sector de la sociedad a medio plazo porque no propone una ruptura del sistema sino reciclarlo. De hecho, muchos de sus integrantes provienen de las cuatro formaciones tradicionales del país pero con un espíritu de renovación democrática que está bien representado por las demandas de cambio que se hicieron a través del borrador constitucional escrito en 2011 por un Consejo Constitucional formado por 25 ciudadanos elegidos en las urnas. Respecto al Partido Pirata, es una formación que simpatiza con los más jóvenes principalmente en el área de la capital pero que nació de una escisión del Movimiento de los Ciudadanos, partido creado en 2009 y que entró en el Parlamento con cuatro diputados justo después de la Revolución. Eso significa que el Partido Pirata ha fragmentado la izquierda, centrándose en la e-democracy pero dejando de lado un discurso más amplio y con mayor consenso en la población crítica. Hay activistas locales que no ven con buenos ojos ese movimiento de dispersión bajo las siglas de un movimiento internacional como es el Partido Pirata.
¿Se están «reinventando» los socialdemócratas?
Reinventarse en Islandia no es tarea fácil precisamente porque eso supondría romper las estructuras de poder fijadas. La reinvención pasa por la jubilación de algunos líderes políticos y poco más. El Partido de la Independencia y el Partido Progresista tan sólo necesitaron cambiar la cara del cartel y con eso les bastó para recuperar el poder en las urnas en abril de 2013. Sí que es cierto que históricamente ha habido un debate constante en el núcleo de la Alianza Socialdemócrata en el que quedan representados puntos de vista muy distintos. De hecho, es habitual que en el Parlamento diputados de una misma formación voten en sentido distinto. Pero no se debe olvidar que los dos partidos de centroizquierda y los dos de centroderecha tradicionales son conocidos como “El club de los 4”, y que eso condiciona los intereses a los que deben representar sea cual sea su ideología. Resumiendo, la respuesta es no. No se están reinventando más allá de un necesario lavado de imagen después de la convulsa legislatura 2009-2013.
¿Cuáles son hoy los principales problemas para los islandeses?
Lo más curioso del caso islandés es que seis años después de la mayor bancarrota de la historia del planeta en relación al PIB del país parece que en la isla ya no haya ningún problema. Si les preguntas a los islandeses te dirán que todo les va bien, que no hay de qué preocuparse. Pero tienen problemas muy gordos: el boom inmobiliario, la exposición de su tesoro natural a un incremento exponencial del sector turístico (junto a la falta de políticas públicas para gestionarlo) y la economía ficticia que supone la existencia del control de capitales. Además, hay una nueva clase trabajadora formada por jóvenes e inmigrantes que trabajan en el sector de servicios bajo condiciones ilegales, con sueldos más bajos de los que determina la legislación o, directamente, sin contrato y haciendo turnos de 11 o 12 horas. Poco a poco, estas problemáticas van emergiendo por gente valiente que lo denuncia públicamente aunque eso pueda suponer una cruz en su expediente.
En Reikiavik se ven grúas por todas partes e incluso se oyen explosiones con dinamita. ¿Hay una fiebre constructora?
La burbuja inmobiliaria islandesa actual es innegable y va a estallar más temprano que tarde. Reikiavik parece la Barcelona de 2005, cuando las grúas emergían por todas partes. Se están construyendo muchos hoteles para seguir incrementando el número de turistas y también apartamentos para especular. ¿Por qué? ¿Hay una demanda real? No, pero como los grandes capitales no pueden invertir fuera de sus fronteras, deben buscar todas las formas posibles de generar beneficios y el sector inmobiliario es ahora mismo sinónimo de éxito económico. Pero, y nosotros lo sabemos bien, esto es un castillo de naipes que tarde o temprano cae y que genera multitud de problemas económicos y sociales colaterales de gran magnitud.
Parte de esta entrevista se ha incluido en el reportaje ‘Islandia renuncia al mito de su revolución’, publicado en La Marea de diciembre.