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Daniel Jadue: “La civilización israelí es un invento”
El polifacético alcalde de Recoleta (Chile), nieto de migrantes palestinos, narra en un libro su reencuentro con sus raíces en Medio Oriente.
Además de nieto de emigrantes palestinos, Daniel Jadue (1967) es arquitecto, sociólogo, urbanista, investigador, activista, militante del Partido Comunista de Chile y alcalde de Recoleta, una de las comunas que componen la capital del país andino.
Por eso su Palestina: crónica de un asedio refleja diferentes facetas del pueblo árabe bajo ocupación sionista, donde incluso el aspecto de las ciudades sirve para transmitir información. La obra se mueve entre la crónica de viajes y la reflexión y el análisis.
¿Por qué es necesario un nuevo libro sobre Palestina?
Tiene que ver con crear una puerta de entrada a la comprensión de la realidad del pueblo palestino, pero que no se plantea a través de la historia sino -si uno lo ve desde el método científico- mediante la primera etapa del conocimiento, que son las sensaciones y las emociones. Una de las cosas que falta para la comprensión de la realidad palestina es la distancia sideral que hay respecto al concepto de la ocupación militar. Uno entiende muy fácil lo que es una dictadura, sabe lo que conlleva esa palabra. Sin embargo, ocupación militar es un término mucho más distante que ha sido mucho menos difundido. Pareciera no generar la necesidad urgente que generan las dictaduras de acabar con ellas.
No se ve tan grave…
Claro. Sobre todo, el término le da una connotación que el mundo no termina de comprender. La idea del libro era construir esa puerta de entrada, relatando un viaje que esperé y soñé durante mucho tiempo. La primera vez que viajé a Palestina fue a mis 42 años, a pesar de ser un lugar que marca mi existencia desde el mismo día de mi nacimiento.
En el momento que uno pone un pie en Palestina, ¿qué sensaciones recibe?
El primer contacto con la ocupación, que cuento en uno de los capítulos del libro, es un interrogatorio de doce horas que te hace sentir que son otros los que controlan la existencia de los palestinos. Uno viaja a Palestina pero los palestinos no tienen el control sobre lo que pasa en su propio territorio. La ocupación se encarga de mostrar en cada minuto que no puedes tener un proyecto de vida: todo lo que planificas para el día, para las horas o las semanas siguientes puede ser inútil. A mí me estaban esperando para almorzar ese día, pero llegué por la noche, por el interrogatorio.
Y en medio de ese ambiente, ¿cabe la alegría?
Cabe todo, porque hay que entender que la ocupación israelí es la actualización de un conflicto perenne en la zona geopolíticamente más importante del mundo. Palestina es el puente que une África, Asia y Europa. Es la zona de mayor intercambio, de mayor ajetreo en los últimos 9.000 años. Es la cuna de las grandes civilizaciones, de las religiones, el lugar donde se descubrió la rueda, la agricultura… Esa zona tiene una importancia tan radical para el desarrollo de la humanidad que todo pueblo, civilización o cultura que ha querido dominar el mundo ha tenido que estar en Palestina y dominar a sus habitantes.
En ese sentido, los palestinos, y hablo del crisol de pueblos que conforman la cepa étnica, la familia palestina, que no es una unidad sino una mezcla absolutamente poliédrica y multicultural, han desarrollado una capacidad de resiliencia formidable. Son tan cotidianos el sufrimiento y la muerte que, a pesar de todo, la vida continúa con una naturalidad y una alegría que llega a abrumar. Los palestinos saben que estaban ahí antes de la llegada del primer invasor y van a estar ahí después de la huida del último. No importa cuándo sea, han pasado cientos de invasiones.
También ha visitado rápidamente Israel. ¿Es muy diferente la cultura israelí y la palestina?
No considero que lo israelí devenga en cultura. Hay una diferencia conceptual entre lo que es un pueblo, una civilización y una cultura. La civilización israelí es un invento. Los judíos han estado insertos en toda la historia de la humanidad en todos los pueblos del mundo. Esto es un invento de un movimiento político al calor del nacionalismo.
Se nota mucho, no sólo en Israel, sino también en sus asentamientos ilegales, que no son de allí. También lo planteo en el libro desde el punto de vista arquitectónico. Uno mira las ciudades palestinas, que acompañan a los cerros, que van evolucionando con la geografía y se van sumando unas a otras, y ve que hablan de milenios, de una síntesis de continuidad y transformación.
Uno ve las ciudades árabes y sabe que estaban ahí hace miles de años. Se han ido construyendo. Uno ve las ciudades israelíes y son un plano. No respetan la geografía, la historia, no tienen secuencia, nacen por generación espontánea. Es algo que no tiene una preexistencia, no se puede tirar de la hebra y buscar en los antepasados. Son ciudades planas, repetitivas, con unidades que prototípicas que se repiten hasta el cansancio. En las ciudades árabes cada casa habla de la identidad de su propia familia. En Israel no hay una identidad, sino una estandarización absoluta.
Estuvo en Jerusalén. Ahí sí se notará, sin embargo, esa arquitectura con historia.
Estuve allí muy poco, porque era muy incómodo. Pero claro, Jerusalén es una ciudad milenaria que no le pertenece a nadie, aunque muchos puedan pertenecer a Jerusalén. Los palestinos discuten en el mismo sentido que los mapuches en Chile, igual que todos los pueblos originarios: no lo hacen sobre la propiedad de la tierra, sino que defienden que pertenecen a la tierra. Los palestinos no discuten si el territorio es de ellos o no, como sí hacen los sionistas. Los palestinos afirman que ellos han estado ahí desde siempre. Es una cosmovisión distinta.
Además, es miembro del Partido Comunista de Chile. ¿Cómo ve a la izquierda palestina?
Esto quizá sea extensible a toda la izquierda en el mundo, pero siento que un pecado grande que se comete es que siguen analizando los temas desde la perspectiva que el capitalismo le plantea como verdad, como dogma. Muchas veces se discuten los temas mirando los últimos 150 años y no los próximos 150. Estamos encapsulados en una decisión que va hacia detrás y no hacia delante.
Cuando analizo Oriente Medio desde la izquierda, concluyo que la izquierda no puede luchar ni desde el nacionalismo, que es un fetiche, ni con el fundamentalismo religioso, que es otro fetiche, sino que la única posibilidad es que asuma un discurso verdaderamente de izquierdas, capaz de superar ambos conceptos.
Ya comienza a estar obsoleto el Estado nacional, que es una estructura jurídica que tiene 350 ó 400 años de historia en un mundo que tiene mucho más. Es una superestructura política que antes de terminar de consolidarse ya está desapareciendo. Por eso la izquierda de Oriente Medio, tanto la israelí como la palestina, tienen el desafío de aprender a ser mucho más radicales en los términos en que discuten. Lo mismo que en Europa, un continente que es una muestra muy elocuente de lo que logran las izquierdas que no se atreven a ser izquierdas.
¿A qué se refiere?
A cómo abordan la dinámica de la política desde la matriz cultural de sus adversarios. Siempre se mueven en esos límites, por eso no logran dar el salto cualitativo que llevan prometiendo más de cien años y vuelven a caer. Es como estar en una tautología, no tiene solución, es una izquierda que no se atreve a superar el capitalismo.
En Medio Oriente, la izquierda no se atreve a superar la visión de los dos pueblos, dos estados. ¿Cómo va a haber dos izquierdas, la israelí y la palestina, queriendo construir dos instrumentos de dominación de clase que aseguren la desigual distribución del modo de producción?
¿La solución sería un Estado unitario?
Más que eso: un Estado multicultural que aspire a la integración regional con los otros estados de la zona y que permita a toda la gente vivir según sus preceptos sin desarrollar ninguna identidad asesina, que son todas aquellas que afirman su existencia negando la de los demás. Éstas son muy propias tanto de los nacionalismos como de los fundamentalismos religiosos.
Además, hay que reconocer que las fronteras del mundo árabe son artificiales, creadas por Occidente después de la II Guerra Mundial para dividirse la región en zonas de influencia y dominio. La izquierda no puede subordinarse en la discusión del futuro político a las decisiones político-administrativas de la dominación.
¿Pero aceptar un Estado que aglutine a las dos partes no puede significar, en la práctica, que la élite israelí, ya bien posicionada, acabe controlándolo?
Eso es partir desde el concepto que hay que destruir. Hay que partir de eliminar la desconfianza como mínimo común denominador de las relaciones entre los pueblos. No se habla ya del dominante en un estado multicultural, que además es democrático y que debe tener una visión de futuro. Tiene que ser un Estado inclusivo, integrador, que respete las minorías, laico. Un Estado en el que ya nadie discuta cuál es el dios verdadero.
Dentro de Palestina, ¿qué papel juega el islamismo?
Para mí no hay mucha diferencia entre el fundamentalismo cristiano, el judío -que es el sionismo- y el islámico. Son identidades asesinas. Es como cuando los católicos dicen que el matrimonio puede ser sólo entre un hombre y una mujer. Es una identidad que niega el derecho de otro a decidir algo tan básico como de quién enamorarse y con quién unirse de por vida.
Se creen propietarios de un concepto que como todo elemento del lenguaje es dinámico y va cambiando a lo largo del tiempo. Nadie es dueño del concepto del matrimonio. Ese fundamentalismo cristiano es tan nefasto como cualquiera de los otros. Además, Occidente es tremendamente etnocéntrico y fundamentalista. He visto, por ejemplo, al presidente de EEUU invocando a Dios para invadir Irak. Y algún dirigente europeo haciendo algo muy similar, además con un doble estándar y una hipocresía demasiado arraigados.
Por eso, cuando uno habla de eliminar los fundamentalismos hay que entender que ni bienaventurados son los que sufren, porque ni después de muertos se les va a recompensar, que no hay tierra prometida ni pueblo elegido, ni tampoco guerra que pueda ser santa. Son mentiras originales que marcan la existencia de los pueblos y se vienen repitiendo hace milenios. Nadie es capaz de distanciarse de ellas para analizarlas y confrontarlas con la existencia cotidiana.
En esa espiral de enfrentamiento se genera odio. ¿Es inevitable que los niños acaben siendo víctimas de adoctrinamiento en ambas partes?
Creo que hay una diferencia fundamental entre el adoctrinamiento y el desenvolvimiento natural. A los palestinos nadie los adoctrina: ellos nacen bajo ocupación, y aprenden a vivir así. Distintos son los jóvenes israelíes que te interrogan cuando entras, que son jovencitos de diecisiete o dieciocho años, quizá hasta menos, que miran a los que no son sionistas con odio. Te miran con una superioridad que no tiene ningún fundamento y te tratan como si fueras un animal. Te desprecian, se nota en el interrogatorio. Ahí sí hay adoctrinamiento, en enseñar que el otro no existe. En cambio, la tendencia a la autodefensa y a la resistencia es natural.
Israel es la parte fuerte, la que impone las condiciones, pero, ¿qué errores ha cometido la parte palestina?
Creo que los errores son el desarrollo de visiones únicas que no tienen alternativas. Cuando uno elimina la diferencia, si se fracasa, no se tiene alternativa. Eso son las identidades asesinas, y de eso yo creo que son responsables las clases dominantes en casi todas las partes del mundo. En el caso del pueblo palestino, a pesar de que quizá suene pretencioso hablar de clase dominante en vez de grupos políticos dominantes, Fatah y Hamás no lo han hecho distinto.
Claro, la izquierda, y éste es su gran desafío, no ha sabido sobreponerse a una sociedad donde el mínimo común denominador son las identidades asesinas. De hecho, gran parte de los que allí habitan se definen en términos de identidad desde una perspectiva univariable y, hoy en día, encontrar en el mundo una identidad univariable es complejo, por decirlo de manera elegante. Nadie es solamente cristiano, judío o musulmán, o solamente judío, israelí, comunista o socialdemócrata.
Paralelamente, se están dando debates en la izquerda latinoamericana y árabe, por ejemplo, sobre la necesidad de tolerar o incluso incorporar la religión al discurso, teniendo en cuenta el sustrato cultural religioso de los pueblos. Uno de ellos fue Hugo Chávez. ¿Qué le parece?
Reconozco el derecho de cada pueblo a buscar su camino. Sólo puedo hablar por mí. Para mí el pensamiento de izquierdas es incompatible no con la religión, sino con la religión como mínimo común denominador del pensamiento, como pensamiento univariable. Ahí siento que puede haber determinadas particularidades.
Uno podría observar que la izquierda española acepta la monarquía, y las monarquías provienen del derecho divino. Es una discusión universal, donde uno podría decir que lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no acaba de morir. En ese concepto, creo que la cárcel de las izquierdas está en seguir discutiendo el mundo bajo el paradigma de aquello que pretende superar.
En cuanto a Chile, se critica que se ha creado una fuerte burbuja inmobiliaria que corre el riesgo de explotar. ¿Cree que el modelo de crecimiento chileno va bien encaminado?
No, para nada. Ningún modelo en el que la riqueza se reproduce con la velocidad que se reproduce es bueno. En Chile y en España, porque todas las corrientes que hay en Europa han iniciado la destrucción del Estado de bienestar. Quizá esa sea la causa que pueda explicar que las familias más poderosas de España hayan doblado su riqueza en poco más de diez años. El modelo ha sido el mismo, y ese no tiene salida, ni en Chile ni acá.
¿Ve necesario, por tanto, cambiar el rumbo de la economía chilena?
Sí. Además, las señales políticas que existen en Chile, los resultados electorales, hablan de que la democracia quiere algo significativamente distinto. Lo de la burbuja inmobiliaria va por el mismo camino de otros procesos que han fracasado y se han encontrado con una debacle al final del camino.
El problema es el que decía antes: mientras no se discuta la realidad política en términos de aquello que se quiere construir y no aquello que se quiere superar, vamos a seguir dando vueltas alrededor de lo mismo.
Chile en particular está viviendo un punto de inflexión, en el que todavía nadie podría definir con certeza hacia dónde se dirige el país. Como en todo punto de inflexión, hay distintas miradas que tratan de tirar del proceso hacia sus intereses propios, entre ellos muchos grupos fundamentalistas, muchas identidades asesinas operando paralelamente.
Ojo con eso de «los judíos no son los únicos semitas» es un argumento más bien destinado a concluir en algún punto «de hecho el antisemitismo no existe», «es una victimización más de la judería», «por lo pronto, los judíos tampoco son un pueblo». El argumento reposa en una confusión etimológica: por un lado están las lenguas semíticas (árabe, amhárico, hebreo, maltés, etc.) y por otro el uso de la palabra Semitismus en la teoría de las razas que se desarrolló en Europa a fines del XIX. Este último es el uso histórico, y el único que debemos considerar. Las Ligas Antisemitas que se crearon el toda Europa, y que han sido las que acuñaron el término, no eran organizaciones contra el uso del etiópico o del maltés como lenguas, no, eran ligas anti-judías fundadas en la idea de la «raza judía».
Yo creo que sí hay grupos palestinos que reclaman algo más que vivir en Jerusalén. Tienen una visión igual de nacionalista que otros grupos judíos, ejemplo Hamas que son terroristas.
Coincido plenamente con casi todo lo que Jadue afirma con respecto a la ocupación. Es absolutamente inadmisible la permisividad de nuestros gobiernos con esa arrogancia militar. Hay que seguir apoyando la campaña BDS (Boicot, Desinversión, Sanciones) contra el estado israelí hasta que cumpla con los mandatos de la ONU.
Los judios también son semitas como los palestinos y los fenicios.
Claro, todos éstos son pueblos de lengua semita.
Partiendo de la base de que el estado de Israel es genocida, atendiendo a la estricta definición de genocidio y en que estoy de acuerdo en mucho de lo que dice el entrevistado pero también cae en mitos.
Decir que los palestinos siempre han estado allí… Considerar palestinos a los cazadores recolectores, de hace más de 10.000 años, que comenzaron a domesticar plantas silvestres, los primeros agrícolas (hubo en todo el creciente fértil hasta la actual Irán) es un escándalo histórico. Destila nacionalismo puro y duro de manual, donde recurre al origen fundacional y egocéntrico (invención de la rueda, lugar geopolítico más importante del mundo…).
Antes del uso del petróleo y del holocausto judío, poco ombligo del mundo (con permiso de los fenicios, por cierto judíos, no sionistas).
Debo puntualizar. Los fenicios tampoco eran judíos, sino semitas (al igual que los palestinos)