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Ucrania: el secuestro de una soberanía

Los ucranianos se sienten atrapados en un juego geopolítico entre la Unión Europea, los Estados Unidos y Rusia.

“No nos van a dejar decidir por nosotros mismos”, se lamenta Natalia Moskalenko. Desde que ha empezado la revuelta popular en su país, esta joven empresaria ucraniana, que lleva cuatro años viviendo y trabajando en España, se desespera viendo como Ucrania está siendo secuestrada por tres superpotencias económicas : Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia.

Para muchos analistas, ya no cabe duda de que los acontecimientos que la mayor parte de los medios de comunicación internacionales ha presentado como una revuelta popular espontánea es en realidad una especie de golpe de estado programado desde hace tiempo. Para el periodista belga Michel Collon, director del medio digital de información político y social independiente Investig’Action, es indispensable analizar la crisis en Ucrania a largo plazo : “No hay que creer que es una reacción de último minuto a unos acontecimientos. Es más bien el colofón de una serie de agresiones e injerencias programadas desde hace tiempo. Cualquier país, independiente del sistema neocolonial y de la tutela de Europa o de Estados Unidos, hay que traerle de vuelta a la dependencia y hasta derrocarlo si no se somete”.

Abel Riu, coincide con Michel Collon en este punto. Este politólogo catalán de habla rusa, afincado en Suecia y especializado en política exterior y de seguridad de Rusia, considera que la revuelta popular de la plaza Maidán ha sido un salto cualitativo respecto a la Revolución Naranja en Ucrania de haxce unos años: “Los Estados Unidos siempre han estado metidos en los conflictos que existen en el antiguo espacio soviético […] Al igual que en otros sitios de Eurasia como Kirguistán o Georgia, han exportado a Ucrania su modelo de democracia liberal occidental para debilitar las estructuras locales –tradicionalmente e históricamente más afines a Moscú- y tenerlas controladas más fácilmente”.

Estrategia soft power

De hecho, la portavoz del Departamento de Estado de EEUU, Victoria Nuland, no ha ocultado que durante los últimos 20 años, Washington ha invertido más de 5.000 millones de dólares en Ucrania para su “democratización”. Desde los primeros días de las manifestaciones populares en la plaza Maidan, también apareció el senador republicano John McCain, el “MacGuffin” de las revoluciones coloradas, omnipresente en el desenlace aparentemente democrático de los cambios de gobiernos en algunos países satélites de la antigua Unión Soviética como Serbia, Georgia o Bielorusia.

La periodista francesa Manon Loizeau, en su documental Estados Unidos a la conquista del Este, y el británico Ian Traynor, de The Guardian, han explicado el papel y la estrategia soft power de EEUU para derrocar “regímenes indeseables”. En el caso de Ucrania, la revolución de Maidán ha visto reaparecer figuras reconocibles, ya muy activas durante la Revolución Naranja como Yulia Timoshenko y su delfín Arseniy Iatsenyouk. Este último, junto con el ex boxeador Vitali Klitschko (cercano al Partido Popular europeo y protegido de Merkel) y Oleh Tyahnybok (líder del partido ultranacionalista Svoboda), forman el actual comité ejecutivo del Gobierno interino de Ucrania.

Refiriénsose a Svoboda, Abel Riu comenta : «La Unión Europea no ha vacilado en aliarse con una extrema derecha que ha expresado claramente en sede parlamentaria su odio antisemita, en apoyar a oligarcas corruptos y en abuchear de un día al otro a un futuro socio [Yanukovich] por su negativa a aceptar las condiciones del acuerdo de asociación [con la Unión Europea]. La crisis en Ucrania ha destapado más que nunca el doble juego de la política exterior de la UE y de EEUU; todo vale con tal de conseguir los objetivos geopolíticos de arrancar Ucrania de la esfera de influencia rusa”.

Intereses económicos

Porque de eso se trata, asegura Riu: un pulso entre Estados Unidos y Rusia, con la Unión Europea en medio, por quedarse con uno de los territorios más rentables económicamente. El presidente ruso Vladimir Putin, en una reciente alocución ante su cuerpo diplomático, recordaba que “la alianza entre Rusia, Kazajstán y Bielorrusia [la Unión Aduanera, creada en 2010] forma un mercado común de unos 170 millones de consumidores y con Ucrania este mercado alcanzaría los 210-220 millones de consumidores”. Ucrania es también el “granero de Europa”, con vastos campos fértiles ya colonizados por empresas agroalimenticias francesas (Maïsadour) y canadienses, conocidas por su producción de cereales transgénicos, y un lugar estratégico para el suministro del gas ruso a Europa.

Estos datos no le han escapado a la Unión Europea… Tras años de negociación, el 21 de noviembre de 2013 el entonces presidente de Ucrania, Víctor Yanukovich, da un portazo a la Unión Europea negándose a firmar el acuerdo de asociación. Yanukovich chantajea a la Unión Europea pidiendo subvenciones por un monto de 20.000 millones de euros, en parte necesarios para esponjar el enorme déficit interno creado por sus chanchullos (Ucrania está entre los países más corruptos del mundo, según la ONG Transparency International) con oligarcas oportunistas. Al Este, Rusia se frota las manos y hace una contraoferta a la Unión Europea prometiéndole a Ucrania un crédito de 15.000 millones de dólares además de una rebaja del precio de venta del gas del 33% (Ucrania pagaba 400 dólares por 1.000 m3, el precio más alto pagado en Europa por el gas ruso).

Dividir para reinar

Para David Teurtrie, investigador en el Instituto de Lenguas y Civilizaciones Orientales (INALCO) en Paris, “el acuerdo de asociación que la UE propuso a Ucrania era un acuerdo en el que todos perdían, porque abría el mercado ucraniano a los productos europeos pero sólo entreabría el mercado europeo a las importaciones de Ucrania que no eran nada competitivas en el mercado occidental”. Pero sea cual fuera el préstamo menos deshonesto, lo que abrió la caja de los truenos el 21 de noviembre de 2013 fue la indignación de los ucranianos ante el aumento de la corrupción y de autocracia por parte de instancias del poder. Su dinero había dejado hace tiempo de financiar infraestructuras sociales y la necesaria modernización de su industria para ir a parar en los bolsillos de funcionarios del Estado y oligarcas corruptos.

Sin embargo, esta miseria colectiva aún no ha sido suficiente para fomentar una base popular democrática sólida, capaz de imponerse políticamente y de trascender viejas discrepancias ideológicas con las que, tanto el bloque occidental como Rusia, han capitalizado. Con la excusa de que los ultra nacionalistas ucranianos representan una amenaza para minorías rusas (grupos de “auto-defensa” populares, compuestos por facciones ultraderechistas de Pravy Sektor o Svoboda, anulación del decreto que protegía a minorías lingüísticas…) Rusia se ofreció a acoger en su regazo a todos los que lo desearan, desembocando en el referendo de Crimea el pasado 16 de marzo (por el que la región eligió formar parte de Rusia). A su vez, Occidente declaró el referendo ilegal, lo que el economista francés Jacques Sapir, especialista de Rusia, discute. Crimea, que gozaba de un estatuto de república autónoma desde 1991, ha considerado que hubo una interrupción del orden constitucional el pasado 21 de febrero (al disolverse la corte Constitucional de Kiev, ninguna autoridad cualificada ha reconocido el vacío de poder) que ponía en peligro sus derechos. «La decisión de Crimea no es por lo tanto ni legal ni ilegal, desde el punto de vista del derecho ucraniano, en la medida en que ya no existía orden constitucional», mantiene Sapir.

Huir de todo maniqueísmo

Desde entonces, la tensión ha ido escalando entre el Oeste y el Este. Amenazas de intervención militar, sancciones económicas… Pero con la boca pequeña, porque, como subraya Abel Riu, Rusia y la Unión Europea son conscientes de su interdependencia por el gas: un 25% del gas consumido en Europa (entre 30%-40% por Alemania) viene de Rusia, y esas ventas representan para Rusia entre un 15 y un 20% de su PIB. Tampoco se puede minimizar el peso de las fortunas de oligarcas en la bolsa de Londres ni los fondos que Rusia ha aportado al FMI para préstamos a economías en dificultad (Estados Unidos incluido…).

Pero, en medio de todas estas consideraciones geopolíticas y económicas, ¿dónde queda la voluntad del propio pueblo ucraniano por decidir de su propio futuro y gestión como país soberano? “Lo que el pueblo de Ucrania debería hacer es huir de todo maniqueísmo porque el movimiento Maidán tiene las mismas reivindicaciones anti corrupción y democratistas que otros movimientos sociales como el de los indignados”, explica Abel Riu. Para la periodista ucraniana Masha Solomina, la unidad del pueblo ucraniano es el “verdadero espíritu de Maidán”: “Las críticas y las discrepancias destruyen la unidad del país en este momento. Pero cuando se aplaquen la pasión y el conflicto, quedará algo puro de todo esto porque vemos cómo la revuelta popular nos ha hecho más concientes de la necesidad de conocernos mejor a nosotros mismos como nación plural, de ser más respetuosos con las reglas de convivencia… Somos un grupo cada vez más numeroso de jóvenes profesionales, listos para trabajar activamente: ya hemos hecho un borrador de la Ley de la Ilustración [que impide que vuelvan al poder los que llevaron el país a la ruina], damos conferencias para educar a los ciudadanos sobre temas de economía… ¡Somos muy optimistas! El movimiento no ha muerto y vamos en la misma dirección”.

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Comentarios
  1. Interesante y esclarecedor artículo.
    Muy distinto a como escribe el guión la prensa dependiente del sistema.

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