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La mafia y el negocio de hundir barcos radioactivos en el Mediterráneo
Decenas de buques que podrían contener desechos tóxicos reposan en aguas italianas
Artículo publicado en el nº 10 de La Marea, disponible en quioscos y aquí
«Yo mismo me he encargado de hundir naves cargadas de residuos tóxicos y radioactivos. En concreto en 1992, en un par de semanas, hundimos tres barcos: el Yvonne A, el Cunski y el Voriais Sparadais”. Francesco Fonti, un arrepentido de la Ndrangheta, la despiadada y poco conocida mafia calabresa, confesó en 2005 que dicha organización criminal había colaborado en varias ocasiones con intermediarios de las industrias italianas para hacer desaparecer millones de toneladas de residuos. Según las declaraciones del mafioso, publicadas por el semanario L’Espresso, el primero de los barcos, el Yvonne A, transportaba fangos industriales, el Cunsky, 120 bidones de residuos radiactivos, y el Voriais, otros 75 de sustancias tóxicas.
Estos tres buques podrían ser sólo una mínima parte de las decenas de barcos hundidos en 20 años, entre
1980 y 2000, alrededor de las costas italianas en circunstancias nunca del todo aclaradas. Todavía hoy no se sabe qué oculta el fondo del Mediterráneo. En el mapa que incluye el sito web infondoalmar.info, en el que se recogen datos de la aseguradora británica Lloyd’s, los barcos hundidos forman un cinturón alrededor y al sur del país, una disposición que despierta sospechas. Muchas de estas naves se fueron a pique con el mar en calma y sin que la tripulación –cuyos miembros se volatilizaban justo después del naufragio– emitiese ninguna petición de auxilio. El temor es que estos barcos hayan servido para deshacerse de miles de toneladas de residuos tóxicos y radiactivos evitando los altos costes de su tratamiento.
En Italia, el problema de la basura es algo más que montañas de desperdicios acumulándose en las calles de Nápoles. Es sobre todo un negocio ilegal de millones de euros, en el que la mafia tiene bien metidas sus garras, y que ha envenenado amplias zonas del país. Según ha denunciado muchas veces la asociación ambiental Legambiente, la criminalidad organizada se ofrece a las industrias para tratar los residuos que producen por mucho menos dinero de lo que costaría legalmente. Sólo que este tratamiento consiste simplemente en hacerlos desaparecer enterrándolos, quemándolos, convirtiéndolos milagrosamente en abono o echándolos al mar, el escondite ideal.
Cuando un barco naufraga, la causa suele ser las malas condiciones del mar, o bien un accidente. Pero también hay naufragios voluntarios para intentar estafar a las compañías aseguradoras, sobre todo en el caso de naves de escaso valor y que tienen el desguace como único puerto final posible. En la historia de la criminalidad italiana no es disparatado pensar que más de una vez se hayan querido matar dos pájaros de un solo tiro. En el año 2000, una comisión parlamentaria para investigar el tráfico ilegal de residuos cifró en 39 los “naufragios sospechosos” de haber servido para deshacerse de basura tóxica.
Los tres barcos que el arrepentido mafioso decía haber hundido tenían algo en común. Habían sido utilizados para devolver a Italia miles de toneladas de residuos tóxicos exportados ilegalmente a Líbano. En realidad, oficialmente, sólo se reconoció la participación del Cunski en esta operación, pero Greenpeace hablaba de cuatro barcos, los tres citados y uno más, el Jolly Rosso, que zarparon de Beirut en 1989 y de los que pronto se perdió el rastro sin que haya constancia clara de que los cientos de bidones que transportaban fueran descargados en ningún puerto italiano.
En aquellos años, antes del convenio de Basilea, que regula el transporte transfronterizo de residuos peligrosos, la exportación de desechos a países del tercer mundo estaba a la orden del día y los permisos se daban con suma facilidad, sin que nadie controlara cuidadosamente si los documentos presentados eran falsos o no, o si en el país de destino existían las plantas de tratamiento adecuadas. Representaba, ante todo, un problema menos del que preocuparse.
Líbano no fue el único país que, dándose cuenta de que se estaba convirtiendo en el estercolero de Europa, exigió que la basura italiana se fuese por donde había venido. En 1988, la nave Zanoobia descargó en el puerto de Génova varios bidones con residuos tóxicos –procedentes de empresas tan conocidas como Bayer, Monsanto, o Pirelli–devueltos por Venezuela. De Nigeria, en idéntico viaje, llegaron los barcos Karin B y Deep Sea Carrier. Un espeso manto de silencio cubrió la descarga de los residuos y su posterior traslado a un lugar adecuado. Según el periodista Andrea Palladino, autor del libro Bandiera nera: le navi dei veleni, las autoridades italianas “no han sido capaces –o no han querido– explicar dónde se han tratado las cerca de 10.000 toneladas de residuos industriales que volvieron a Italia con los barcos del veneno”.
El navío fantasma
A pesar de la alarma que levantaron las palabras de Fonti y las numerosas denuncias de los ecologistas sobre los mercantes hundidos, los esfuerzos para localizarlos e identificar su cargamento han sido muy pocos y siempre infructuosos. Y sin cuerpo del delito las investigaciones han acabado casi siempre por archivarse. Además, la sombra de la complicidad de políticos y funcionarios siempre ha estado presente. En 2004, el entonces ministro para las Relaciones con el Parlamento, Carlo Giovanardi, llegó a decir que numerosos indicios apuntaban a la implicación ”de gobiernos europeos y de fuera de Europa, además de miembros de la criminalidad organizada y de personajes sin escrupulos”.
La investigación llevada a cabo por el tribunal de una localidad calabresa, Paola, sobre el pecio Cunski, es muy clarificadora. Este barco, según la versión oficial, acabó en un desguace en India, poco después de zarpar de Líbano cargado de residuos. Sin embargo, como si de un buque fantasma se tratase, volvió a aparecer en la declaración de Francesco Fonti, el mafioso que supuestamente lo hundió frente a las costas de Cetraro, a unos pocos kilómetros al norte de Paola. Más que una investigación parece un guión para una película de intriga trasladada de Hollywood al Mediterráneo.
En 2006, el fiscal de Paola, Francesco Greco, afirmó que, en la zona en la que varios pescadores afirmaban “haber capturado bidones en sus redes”, una empresa había señalado la existencia de dos cuerpos solidos, alguno de los cuales podría ser el barco del que hablaba el mafioso. Tres años después, un nuevo fiscal, Bruno Giordano, ante un estudio epidemiológico que alertaba de un exceso significativo de muertes por tumores en la zona y de la presencia de “radionucleidos artificiales y en particular el isótopo Cesio 137”, retomó el caso y solicitó ayuda a la Marina Militare para volver a explorar el fondo marino de Cetraro. Que no había ningún barco disponible en ese momento para tal operación, fue la única y sorprendente respuesta que obtuvo.
Al final, en septiembre de 2009 un barco alquilado por la Agencia de Protección Ambiental de Calabria consiguió filmar con un robot motorizado la nave sepultada a once millas de la costa. En ese punto no había registrado ningún naufragio conocido, sólo el que, según Fonti, había hundido la ‘Ndrangheta con 120 bidones de basura radiactiva a bordo: el Cunski. La noticia apareció en la primera página de todos los periódicos y el Gobierno, esta vez, reaccionó con una rapidez inusitada. En sólo 45 días, la ministra de Medio Ambiente del gobierno Berlusconi, Stefania Prestigiacomo, y el Fiscal General Antimafia, Pietro Grasso, negaron categóricamente en una rueda de prensa que fuese el Cunski. Otra nave, por encargo del Ministerio, había conseguido llegar hasta el barco y leer su nombre. Se trataba del Catania, un buque que la Armada alemana había echado a pique en 1917.
Pero las contradicciones no tardaron en aparecer. Palladino enumera unas cuantas, como que «las coordenadas del hundimiento del Catania en 1917 no coinciden con las del pecio de Cetraro» o “la longitud, que es inferior”. Pero, además, como publicaba esos días La Repubblica, en 2007, «la Capitanería del Puerto de Cetraro había prohibido la pesca» durante más de un año en una zona cercana por las altas concentraciones de metales pesados como el arsénico o el cromo. Cuestiones que el Gobierno nunca aclaró. En una entrevista a L’Espresso, la diputada calabresa y miembro de la Comisión Antimafia acusaba al Gobierno de “intentar esconder la verdad sobre los barcos del veneno y en particular sobre el de Cetraro. Se quieren cubrir secretos de Estado”.
En este enigma, hay también muertos. Las declaraciones del arrepentido surgieron en el curso de una investigación periodística sobre el asesinato en Somalia de la periodista de la RAI Ilaria Alpi y de su cámara mientras investigaban el tráfico de residuos entre Italia y ese país. La noche antes de caer en una emboscada en la que ambos fueron ametrallados, Alpi había telefoneado a su jefe, el cual declaró que Ilaria “estaba muy excitada” porque había descubierto algo, que incluiría en un reportaje que le mandaría el día siguiente. Nunca lo hizo.
Pueden culpar a la mafia. Pero la culpa es de las grandes corporaciones y de los paises desarrollados. Tratan de tirar su basuara en Somalia y en otros paises pobres…y cuando alguien se las regresa….la mafia limpiamente hace el trabajo, claro envenenando su propio mar.
Pero asi es este mundo y no cambiara.
Muy interesante. Da mucho que pensar.
Muy bueno.
Nos engañan como quieren, gracias que hay personas como vosotros que trabajais para que estemos informados. Muchas gracias
Articulo magnifico.LLeva años ocurriendo y para mayor información sobre residuos tóxicos sólo basta con estar despierto.
Me da miedo darme cuenta de que nuestro querido Mediterráneo está tan lleno de porquería.
Tanto «progreso» para no poder beber, comer, respirar, vivir, saludable y relajadamente.
¡qué mal montado este chiringuito!
Un artículo interesantísimo, muchas gracias!