Opinión
No es país para distintos
Al poder no le interesa dejar opción a que se dé una respuesta colectiva a las preguntas de la Historia, de la convivencia, de la lengua. No vaya a ser que un peruano nos cuente su versión de la Conquista o una marroquí la del Protectorado.
Enmascarada en la desatención a la prensa que traen los días festivos, esta semana nos deslizó la noticia de un anteproyecto de ley que propone que los extranjeros que quieran adquirir la nacionalidad española se sometan a un examen. La idea, que formaba parte del programa electoral del Partido Popular, es plantear una «prueba de integración» basada en el conocimiento del castellano, de los principios constitucionales y la historia de España y de otras cuestiones consideradas como «valores fundamentales» de este país.
Al leer la noticia, mucha gente pensó, seguro, la misma broma: «cualquier día nos hacen el examen a todos, y no sé si lo pasaré». La broma no lo es tanto: en cierto modo, proponer este examen ya es hacérnoslo a todos. No se trata sino de asegurar para quienes llegan un curso acelerado en la socialización que se nos supone a quienes crecimos aquí. Lo que se les exige a estos «nuevos ciudadanos» es que asuman mitos y ritos, que muestren haber entendido cuáles son la verdad y el relato oficiales de la sociedad en que se mueven. No es una idea muy distinta de la que sustenta otra noticia que conocimos al día siguiente: la de que el Gobierno se dispone también a lanzar un «plan de apoyo a la familia tradicional». Familia y nación: dos conceptos apoyados en la falaz idea de una identidad monolítica, de un solo modo posible de «ser de aquí».
No hay lugar del mundo en que todas las personas den una misma respuesta a una misma pregunta. Pero estas medidas revelan que al poder no le interesa dejar opción a que se dé una respuesta colectiva a las preguntas de la Historia, de la convivencia, de la lengua. No vaya a ser que un peruano nos cuente su versión de la Conquista o una marroquí la del Protectorado; no vaya a ser que algún modo de amor nos descalabre a los patriarcas; no vaya a ser que un senegalés aprenda a decir eskerrik asko y no podamos entenderle. No vaya a ser que pensemos juntos cómo habitar nuestras ciudades, que inventemos juntos un modo nuevo de definir la palabra vecindario.
Poner el énfasis en la noción de nacionalidad, hurtando al debate la posibilidad de considerar más bien el término ciudadanía, no es gratuito. Decir nacionalidad supone restringir a determinado sector de la población las condiciones de esa ciudadanía: derechos y deberes. Nacionalidad es la palabra mágica que pone una cota de pertenencia a lo que una sociedad puede ofrecer, la palabra mágica capaz de delimitar una frontera interior para las garantías del Estado. Así, es la no-nacionalidad la que permite, de facto, excluir. Y con esa exclusión permite el abuso de poder que suponen las redadas y expulsiones arbitrarias, permite proclamar leyes que penalizan la ayuda y fomentan la delación, permite crear no-lugares donde los derechos humanos se ensombrecen, como son los CIEs.
A todos estos robos y golpes que han venido sumando antónimos a las palabras humanidad y hospitalidad, el «examen de españolidad» añade un modo de entender la integración que revela –igual que el «plan de apoyo a la familia tradicional»– que también se nos ha escamoteado el significado de igualdad, para convertirla en hegemonía. A la democrática concepción de «igualdad de deberes y derechos» parece haber venido a sustituirla una prescripción ideológica de «homogeneidad de pensamiento y costumbres».
En estos días, casi sin que nos enterásemos, se ha plantado en la frontera un cartel que dice: «este no es país para distintos». Pero no nos confundamos: no se ha puesto mirando hacia afuera, para que sirva de advertencia a quienes se acerquen. Se ha plantado de tal modo que lo veamos bien claro, sobre todo, quienes ya estamos dentro.
Más que una cuestión de nacionalismos, lo veo como un gasto innecesario. Es más, contraproducente.
Permitir que extranjeros impartan las clases en centros públicos no va erradicar el acoso escolar, profesional o la abstención. En España se sigue mirando con cierto recelo al extranjero y en especial a dos o tres poblaciones inmigrantes. El compromiso y el respeto son menores y se hace complicado dirigir un programa educativo.
No es cambiar al que da la clase, si no la manera de darla. Eso sí es una medida.
Todas estas medidas tomadas por este gobierno neonazi apenas tienen oposición. Por eso creo que las toma. Nunca, en mis sesenta años de existencia, había conocido una sociedad tan idiotizada.
A esta sociedad le mueve el futbol, la TV basura, las procesiones, todo lo secundario, zafio y cutre, todo, menos luchar por los derechos que nos pertenecen a tod@s y que nos están arrebatando. Todo, menos estar bien informados de lo que está pasando y el por qué y aprender a pensar por nosotr@s mismos y oponernos a las injusticias.
Si le dices ésto a la gente te dirán que éso es cosa de los políticos, que ellos de política no quieren saber nada y, encima, lo dicen con orgullo.
Luego, les oyes despotricar de los inmigrantes, quienes muchos de ellos se juegan la vida para vivir de nuestras migajas, pués por lo visto los políticos no les explican que si Occidente ha vivido tan bien hasta ahora ha sido a costa de expoliar, de una u otra forma, los recursos de los países de esos inmigrantes.
Es triste llegar a la conclusión de que, salvo minorías, cada país tiene lo que se merece; pero someter a estas minorías a la dictadura de los borregos tiene que ser muy triste para ellos.
Espero que al chico de la foto se le haya pedido permiso y que él mismo haya confirmado que, en efecto, es inmigrante, porque de lo contrario podríamos tener delante a un chico nacido en, por ejemplo, Vallecas y este fantástico artículo se vería ensombrecido por la triste y errónea presunción de que la ciudadanía española es genéticamente monolítica.
Evangelización española. Al revés que la Iglesia, el estado da primero la comunión a una persona ¿adulta? que es consciente del significado del sacramento que va a recibir. Superada la prueba de fe, el estado bautiza y quita el pecado original de no ser español.
Si algún infiel se niega, el estado da un paso más que la propia Iglesia porque no se conforma con la excomunión, que excluye de facto de la sociedad, sino que directamente declara ilegal al pecador y lo puede perseguir y detener. Además, también perseguirá a los españoles, no de bien, que les den cobijo.
¿Examinarán a los niños? ¿A partir de qué edad?
¿Será con carácter retroactivo? Seguro que no, la saltadora Niurka Montalvo y la nadadora Nina Zhivanevskaya tendrían que devolver sus españolísimas medallas… Y el medallero es el medallero!! YO SOY ESPAÑOL ESPAÑOL ESPAÑOL YO SOY ESPAÑOL ESPAÑOL ESPAÑOL
Viendo la clase política tan mediocre que tenemos, pensar que están ahí gracias a los votos o a las abstenciones de la ciudadanía, me deprime enormemente…
No pasaría ese examen, ni me interesa pasarle, la idea de esta tierra que tengo es muy distinta a la versión oficial.