Política
‘Escraches’, los señalamientos públicos que surgieron en Argentina en los 90
De este modo no pocos fueron los que descubrieron que aquel amable vecino, tan gentil y educado, había sido un experto y temible torturador durante los “años de plomo.
La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), que impulsa la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para modificar la ley hipotecaria, anunció la semana pasada en su web el inicio de una campaña de escraches a aquellos diputados que se mantuvieran fieles a las órdenes de la cúpulas de sus partidos y votaran en contra de la admisión a trámite de la mencionada iniciativa. En concreto, la PAH apuntaba que harían “visible su actividad legislativa en los barrios en los que viven mediante carteles y manifestaciones para que no puedan vivir de forma impune y sientan la incomodidad en sus actos cotidianos (comprar el pan, ir al trabajo, al cine…)”.
Finalmente, el PP cambió de opinión a lo largo y sus diputados votaron a favor de la tramitación. Poco después, la portavoz de la Plataforma, Ada Colau, aseguraba que no hay que bajar la guardia para que la ILP no quede descafeinada: “Queda lo más importante, defender que no haya ningún tipo de reducción y que no se pervierta. Exigimos que las tres medidas de mínimos se respeten. Son irrenunciables”. La presión social se mantendrá, entre otros, con la manifestación convocada para el próximo sábado en múltiples capitales españolas.
La práctica de los escraches, como también se aclara en la web, está tomada de una acción que a mediados de la década de los 90 llevó adelante en Argentina la agrupación H.I.J.O.S. (Hijos por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio), que reúne a los descendientes de desaparecidos, asesinados, exiliados y presos políticos de la dictadura militar, autodenominada Proceso de Reorganización Nacional, que se apropió del poder entre 1976 y 1983.
En diciembre de 1990, el entonces presidente argentino, Carlos Menem, realizó un nuevo indulto a militares -el primero, bastante masivo, lo había realizado el año anterior-, entre los que incluyó a integrantes de las tres primeras juntas y a otros militares que en 1985 habían sido encontrados culpables de graves y masivas violaciones de derechos humanos.
Fue ante esto que H.I.J.O.S. comenzó en 1995 una campaña de escraches: a las puertas del domicilio del indultado, realizaron manifestaciones y distintos actos, desde sentadas y cánticos a pintadas en las fachadas y acciones teatrales. De este modo, por ejemplo, no pocos fueron los que descubrieron que aquel amable vecino, tan gentil y educado, al que todos los días saludaban en el ascensor del edificio, había sido un experto y temible torturador durante los “años de plomo”.
Más de una cincuentena de escraches fueron así realizados, en una suerte de “puesta en evidencia pública” de aquellos que lograron eludir la acción de la Justicia. Vale aclarar que durante el gobierno de Néstor Kirchner, ya en 2007, la Corte Suprema de Justicia declaró la inconstitucionalidad de los indultos por considerar que los delitos de lesa humanidad no prescriben.
¿Por qué se llama escrache? Aunque no hay coincidencia con su origen, sí existe consenso en que el término proviene del lunfardo, la jerga originada y desarrollada en Buenos Aires, y que la poética del tango ayudó a popularizar. De sentido polisémico, deriva de la palabra escracho, que puede significar tanto rostro, generalmente de apariencia no agradable, como el acto de retratar a alguien, por ejemplo, al tomarle una foto o al describirlo con precisión. De esta última acepción es que parece proceder el actual uso.
Más allá de su primera utilización como práctica política, comprensible en términos de carencia de una acción concreta ante un hecho judiciable -en este caso, crímenes de lesa humanidad-, el escrache ha resurgido en varias ocasiones en el ámbito político argentino, especialmente en 2001, cuando estalló la crisis bancaria con sus corralitos (otro término propio de la crisis del país sudamericano que aparece de vez en cuando de manera amenazante en el horizonte español), saqueos y demás lindezas. Aquel momento aciago quedó sintetizado en la exclamación «¡Que se vayan todos!», en referencia a los políticos de cualquier cuño, vistos como responsables de la situación. Esto devino en escraches tales como los sucedidos en aviones, cuando una mayoría de pasajeros amenazaba con abandonar la aeronave si no lo hacía algún representante de la clase política descubierto entre el pasaje. Incluso llegó a haber persecuciones callejeras de ex ministros de Economía.
Debe aclararse que esta deriva, que comenzó a lindar con hechos de violencia, terminó por deslizar el sentido del escrache -aquella “puesta en evidencia pública”- hacia una situación en términos políticos de enfrentamientos partidistas puros y duros. Históricamente, la asociación de ideas lleva a recordar lo que sucedió con el ascenso del nacionalsocialismo alemán y su política de Juden Raus!, (¡judíos fuera!), y la práctica de pintar con estrellas de seis puntas las casas y comercios de los integrantes de esa colectividad, cuando no directamente su saqueo y destrucción.
Hoy día, dos hechos de ese tono se han conocido. En Argentina, el viceministro de Economía, Axel Kicillof, uno de los hombres fuertes del actual gobierno, debió guarecerse en la cabina de mando del buque que había abordado junto a su esposa y dos hijos pequeños, cuando, en medio de la travesía del Río de la Plata, un grupo de desaforados pasajeros le dirigió todo tipo de insultos y amenazas, incluso exigiendo “que lo tiren al río”.
El otro, más reciente y cercano, muestra a la presidenta de Castilla-La Mancha y secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal, increpada en la calle por miembros de la plataforma Salvemos Telemadrid, a partir de un encuentro fortuito.
En cualquier caso, los escraches parecen significar, más allá de su justificación o no -nunca, en ningún caso, cuando alcanza niveles de violencia física-, la materialización de ese concepto inasible que es la llamada crisis de representación, algo que puede traducirse como el quiebre del vínculo entre la clase política y la ciudadanía.
* Luis Ini es un periodista argentino.
El cuento de nunca acabar http://histericapeninsula.blogspot.com.es/2013/03/el-cuento-de-nunca-acabar.html
[…] La Marea ha publicat les explicacions d’un periodista argentí. Link […]
Como diría un amigo argentino cuando se encuentra con españoles: «yo vengo del futuro…».
Pues a mí me parece muy bien. El día en que estos cabestros no puedan salir a la calle tranquilos, ese día ganaremos. No hay escoltas para todos.
Aprovecho para meter aquí la noticia de la asusación irlandesa a España por exportar carne de caballo etiquetándola como de toro asesinado por torerista.
No es verdad, porque el chamán moncloata ordenó revisar bien los envasados Gürtell SA para retirar las herraduras que se hubieran deslizado involuntariamente y además, regala con cada envase un imán para que se compruebe que la carne es de vaca, en el mismo espiritu voluntarioso de claridad con el que dicho personaje expuso su declaración de la renta para que viéramos que no deslizó en ella la herradura del dinero negro.
La Razón no tiene más que un camino, aunque no sea recto y esté demasiado sucio.
Y ahora, a propósito de la reivindicación para declarar el torerismo bien de interés *curturá* en España, reivindico desde aquí los festivales de hace un millón trescientos mil añois ¡ y menuda solera, ¿eh? ! que se celebraban en las tribus hispanas de Atapuerca consumiendo solomillos humanos con fondo de tablaos peperos, porque a la larga si continúa este gobierno en el poder destrozando la vida al Pueblo, es posible que nos veamos obligados a retomar aquella vieja costumbre del floklore ataporquense para llenarnos la panza con capitostes derechones bien cebados.
¡Váyase, Rajoy!